En La Paz, el agua siempre viene pero nunca llega

17 Agosto, 2021
  • A pesar de haber gastado en menos de dos años más de 11 mil millones de pesos en contratos para renovar las redes de acueducto, en La Paz, Cesar, escasea el agua y en algunos barrios nunca llega.

La búsqueda de agua se lleva gran parte de la vida útil de los habitantes de La Paz, Cesar. La búsqueda de agua se lleva gran parte de la vida útil de los habitantes de La Paz, Cesar. Foto: Diana López Zuleta.

Por DIANA LÓPEZ ZULETA

Parece un video de campaña política. La exalcaldesa Andrea Ovalle todavía estaba en el cargo. Está sentada bajo unos árboles. El escenario es un patio de tierra prestado. Una vecina llega saludando, sonriente, cumpliendo con un libreto publicitario que le han enseñado a representar.

—Alcaldesa, ¿es cierto lo que están diciendo por ahí? —pregunta.

—Cuénteme —responde.

—¿Que ya viene? —dice la mujer, extendiendo los brazos.

—Ya viene —exclama Andrea Ovalle efusivamente. 

—¿Ya viene qué?

—¡Ya viene el agua! —dice en otro plano, donde aparece una niña cargada en las piernas de la vecina—. Bueno, te llegó la noticia temprano. Le queremos decir a todos los pacíficos (gentilicio de La Paz, Cesar) que ya viene el agua. Gracias a nuestra gestión conseguimos 11 mil millones de pesos que se van a invertir en este, mi querido municipio, para que toda la gente se beneficie con unas nuevas redes que van a llevar agua 24 horas al día los 7 días a la semana (…)

En otro corte del video, la alcaldesa abre una nevera portátil y regala botellas de agua a una decena de niños sedientos que se acercan a ella.

—Así comenzamos diciéndole a La Paz, ¿que ya viene…? —pregunta.

—¡El agua! —gritan los niños en coro mientras chapotean en medio de una simulada lluvia.

Lo único cierto de este video de expectativa, de 2019, es que se gastaron el dinero pero el servicio de agua nunca mejoró. Atribulados, los habitantes se quejan desde hace meses. Ninguna autoridad se hace responsable.

***

En el recorrido por el municipio —ubicado a 18 kilómetros de Valledupar, capital del Cesar— me acompaña José María Oñate, arquitecto y veedor ciudadano. Es un día de ardiente sol. La primera puerta que tocamos es la de Norca Fuenmayor, en el barrio Canadá. Nos invita a pasar. De fondo, se escucha la algarabía de los gallos de pelea, encerrados en cercas en el patio. Hay uno suelto que corre apenas nos ve.

“Tenemos más de seis años con este problema”, explica Norca, de 65 años, cabello corto y gris. Debe levantarse a las doce, tres o cuatro de la mañana, que son las horas a las que suele llegar el agua, para recogerla en baldes plásticos que después quedan a la intemperie. Si cuenta con suerte, logra llenar la alberca. La mayoría de habitantes del pueblo tiene turbina para impulsar el agua, pues, cuando de vez en cuando llega, solo es un hilo y no alcanza a salir por los grifos. Norca tiene que succionar la manguera de la turbina para que le salga agua. De tanto hacerlo, ahora no se le quita el dolor de garganta.   

Norca debe succionar la manguera de la turbina para que corra agua.
Norca debe succionar la manguera de la turbina para que corra agua.

—A mí a veces me llega agua, y al señor de la casa azul —dice, señalando la vivienda vecina— no le llega. A veces nos telefoneamos a la una, a las dos de la mañana y me dice: “No, no me llegó”.

Norca abre el grifo —escena que se repetirá en distintas casas— y no hay agua. La espera con angustia. A la pared del patio, que da a la del vecino, le abrió un hueco. Si le llega agua, le pasa la manguera al vecino para que tome, o al contrario.

Hace varios años, Norca le pidió al gerente del acueducto, Orlando Cruz, que resolviera el problema.

—Me dijo que en junio o julio lo arreglaban, pero no sé en qué junio o julio será —dice, con desilusión.

Nos acercamos al Jorge Eliécer Gaitán, otro barrio que queda a pocas calles. Hay un grupo de gente reunida en la terraza de una casa, resguardándose de la calorina. Tampoco tienen agua.

—¿A ustedes les llega recibo? —me dirijo a uno de los hombres.

—Sí —responde Ovaldo Morales.

—¿Y pagan?

—¿Y para dónde cogemos? —me responde en tono burlón—. El recibo llega entre 30 y 40 mil pesos. Y la mayoría de agua que consumimos la compramos por fuera.

En el pueblo hay alrededor de 15 mototaxistas que venden agua de Valledupar. El precio por caneca, de cinco galones, oscila entre $1.500 y $2.000. Cada familia suele gastar mensualmente hasta $40.000 en agua para cocinar y beber.

Alrededor de 15 mototaxistas venden canecas de agua, provenientes de Valledupar, a los lugareños. Foto: Diana López Zuleta.
Alrededor de 15 mototaxistas venden canecas de agua, provenientes de Valledupar, a los lugareños. Foto: Diana López Zuleta.

A continuación, le pregunto a otra de las mujeres, que está sentada en un mecedor:

—¿Y ustedes cómo se dan cuenta de que llegó el agua?

—Muchacha, trasnochando. Me levanto a las dos, a la una de la mañana. Uno no duerme.

—¿Y no le han reclamado al alcalde?

—No, es que aquí no tenemos alcalde —responde otro hombre, sentado en el sardinel.

—¿Y ustedes beben el agua de La Paz?

Los moradores niegan con la cabeza y me miran con cara de asco.

—Tú te tomas un vaso de agua de La Paz y te manda para la clínica —dice José María Oñate, el arquitecto.

—Uno a veces abre la llave y salen las sardinitas —agrega Osvaldo.

El siguiente barrio en visitar es Las Delicias. Bilmar Zuleta, ingeniero civil, también padece la escasez.

—Llega una hora en la mañana y otra en la tarde, y hay que pescarla cada dos días — cuenta. Bilmar tiene un grupo de WhatsApp con la familia por el que avisan cuando llega el agua—. “Está llegando, está llegando”, y entonces todo el mundo corre a prender las turbinas —agrega.

Sin embargo, explica que usar turbinas es perjudicial para los ductos de la tubería porque se somete a una presión diferente de la normal. Pero si no la utilizan, no alcanzarían a recoger agua.

El 6 de enero, el barrio vecino, también tiene el mismo problema. José María Oñate, el arquitecto que me acompaña en las visitas, aclara que esas zonas son las más privilegiadas pues al menos el agua llega un ratico un día sí y un día no.

—Ese manejo así, de que un día llega y mañana no, es dañino para la tubería porque se contamina. Si la tubería no tiene agua, se contamina por los gases, se llena de aire, pierde presión, el agua no corre, o corre lento, y entonces no le sube a ninguno. Eso es mala operatividad —concluye.

La llovizna empezó después de mediodía. Protegido bajo el alero de la casa, José Manuel Álvarez, en el barrio La Florida, explica tajantemente que tienen agua porque llovió.

—Antes nos llegaba un día sí y un día no, ahora, hoy no viene y mañana tampoco.

—¿Y pagan el recibo?

—¡Noooo! —dice con énfasis—. Si no estamos consumiendo, ¿qué se paga? Es como llegar a una tienda a comprar arroz, si no hay, ¿qué se va a pagar, si no hemos consumido?

La escasez de agua se presenta en casi todo el municipio. El problema viene desde hace décadas y empeoró con la instalación de nuevas redes. Cuando comenzó la pandemia, y se insistía en el lavado de manos, no había ni una gota. Hay barrios, como El Centro, que duraron hasta tres meses sin agua. Ahora, cuando sigue llegando por ratos, la gente sale con desespero a almacenar en cualquier recipiente hondo que tenga.

En el barrio 19 de mayo la situación es denigrante: nunca han sabido lo que es tener agua. “Lo que llegan son ronquidos, llega solo aire”, me cuenta una mujer canosa, ajada por la edad. Aunque tienen instalada la acometida de agua, nunca ha servido.

La pobreza del barrio se ve en los materiales con que han sido construidas las casas. El techo, de zinc, está hendido y las grietas las han cubierto con chicle. Moscardones vuelan alrededor de la vivienda. En el barrio hay perros acabados, casi en los huesos. Un pequeño parque con resbaladeros está encharcado por la lluvia. Si un niño se lanzara, caería en el barrizal. De repente, vemos un carrotanque. Niños y adultos lo rodean, y miran ansiosos cómo descarga el agua en los bidones.

En el barrio 19 de mayo los habitantes nunca han tenido agua.
En el barrio 19 de mayo los habitantes nunca han tenido agua.

Nos acercamos a hablar con una señora regordeta que vive en una choza de tablas, también con goteras, cuyo suelo de tierra ahora está mojado por la lluvia. Tiene cinco niños que duermen apretujados en el único cuarto de la casucha. Una cocineta de dos fogones, un tanque donde almacenan agua sucia, unas cuerdas donde cuelgan ropa, un bombillo. No hay baño.

—Nosotros invadimos prácticamente el barrio —me dice la mujer.

—¿Cada cuánto llega este carro acá?

—Hoy.

—¿Y el resto de días?

—Cada 15 días, pero a veces ni llega. Con esto cocinamos, nos bañamos y lavamos —dice, resignada.

Detrás de donde está parqueado el camión de agua, hay un tanque de almacenamiento de agua de mil metros cúbicos. Inaugurado en 2018, el supuesto tanque fue creado con el propósito de abastecer a los habitantes de ese barrio, pero no funciona. En la página de Aguas del Cesar (entidad estatal encargada de regular el agua en el departamento), registraron la noticia. El viceministro de Agua, la exalcaldesa Andrea Ovalle y el exgerente de Aguas del Cesar, Pedro Serrano, celebraron la obra contratada, se tomaron fotos, pero el tanque quedó abandonado. El comunicado de la página menciona que entre el tanque y la instalación de otras redes el gobierno nacional invirtió 3.044 millones de pesos.

Tanque de mil metros cúbicos que debería servir para almacenar agua, pero no funciona.  Foto: Diana López Zuleta
Tanque de mil metros cúbicos que debería servir para almacenar agua, pero no funciona. Foto: Diana López Zuleta

En otra calle, pero del mismo barrio destapado, esta vez se queja Juan Pablo Zequeira, moreno y descamisado:

—Aquí en 20 años nunca hemos tenido agua. Aquí no hay ningún servicio. Y nosotros mismos tuvimos que poner la luz. A veces llega agua en el otro barrio y un vecino nos grita: “Llegó el agua: ¡Logren!” Y corremos a buscarla.

Al día siguiente, recorremos otros barrios, entre esos el Fray Joaquín. Tampoco hay agua.

—¿Cómo está la situación? —le pregunto a una señora morena, que lleva puesta una manta guajira y tiene la piel cuarteada por el sol. 

—Trágica, ¿oyó? Tenemos siete días de no tener agua. Estamos secos —responde.

—¿Y entonces cómo hace?

—Vea, aquí todo el mundo va al río, y yo a veces duro hasta tres días sin bañarme porque no hay agua. Aquí se han secado hasta los palos. Mire, yo no hallo ni qué ponerme, toda la ropa mugre, porque uno no tiene dónde lavar.

—¿Y avisan cuando viene?

—¿Avisan? Si es que aquí no viene agua. Y eso que el alcalde es del barrio.

—Y cuando llega, ¿cuánto dura?

—A veces media hora o una hora —responde.

En ese mismo barrio, otros residentes protestan por el pésimo servicio:

—Ahora estamos peor, porque antes al menos sabíamos que llegaba un día sí y un día no; hoy no sabemos cuándo llega —comenta Daniel Morón. 

—Yo, por ejemplo, tengo una alberca acá, el primo —dice, señalando al hombre que está sentado con él en el andén— también tiene su alberca. Vemos el agua cada cinco días, cada cuatro días. Pero nosotros no consumimos esa agua —aclara Wilfonso Torres.

 

Dos contratos millonarios

El presupuesto anual de La Paz es de 28 mil millones de pesos. Los habitantes viven de la actividad informal, el rebusque, la venta de fritos en la calle y almojábanas. Otrora, su principal economía provenía del contrabando de gasolina de Venezuela, pero, tras el cierre de la frontera, entre otros problemas, el negocio se vino abajo. El empleo informal supera el 91 por ciento, de acuerdo con cifras de la misma Alcaldía.

En el plan de desarrollo del actual alcalde, Martín Zuleta, se comprometió a garantizar el servicio de agua potable a toda la población “en especial a los ciudadanos que viven en áreas con poca presencia del Estado”. Entre sus obligaciones establece que llegará a toda la comunidad.

Durante el mandato de la anterior alcaldesa, Andrea Ovalle, hicieron dos contratos que suman más de 11 mil millones de pesos. Con ellos pretendía optimizar las redes de acueducto, reemplazando las viejas tuberías de asbesto cemento por unas de polietileno. Dicho trabajo aumentaría, supuestamente, la continuidad y cobertura del servicio de agua en un 100%, según las cláusulas de los contratos.

El diseño inicial de la obra estuvo a cargo del ingeniero Miguel López, en 2013. No obstante, fue modificado y al ingeniero no le notificaron los cambios ni lo incluyeron como supervisor de la obra. El pueblo fue dividido en dos sectores e hicieron un contrato para cada uno: el primero, (denominado “Fase 2”), de $2.582.126.501, fue financiado por el Gobierno Nacional a través de Findeter, en un convenio suscrito ante el Ministerio de Vivienda y el municipio; el segundo (designado como “Fase 1”), se hizo mediante la modalidad “obras por impuestos”, mecanismo por medio del cual las empresas contribuyentes del impuesto sobre la renta pueden financiar con dicho valor la ejecución de proyectos en zonas afectadas por el conflicto armado. Con adiciones, este segundo contrato fue de $7.837.414.500, y la interventoría costó $727.938.953 más. Participaron Fiduprevisora, Transportadora de Gas Internacional y el contratista directo para ejecutar la obra fue Ingeaguas.  

Durante las obras, los habitantes se quedaron varios meses sin agua. Pese a que una de las obligaciones del contrato era mantener informada a la comunidad respecto del proceso, eso jamás se cumplió. Nunca avisaron que el servicio sería suspendido ni trazaron soluciones inmediatas para la comunidad.  

Pedro Nel Muñoz, director de la obra de la fase 1, afirma que ellos cumplieron con el objetivo del contrato, que era introducir una tubería nueva, con unas características específicas, pero que su trabajo no consistía en garantizar agua.

“La obra no iba a dar agua, ese es el gran error”, explica el interventor Luis Guillermo Narváez. “Hay una concepción errada de que con unos tramos de tubería y unas válvulas iban a solucionar el problema. El plan maestro no es solo poner una tubería, sino conectar todas las tuberías, garantizar la producción de agua en cantidad, calidad y cobertura, y eso no se está dando”, agrega.

Diana Costa, veedora ciudadana, fue la primera en detectar las múltiples fallas en la forma como se concibió la contratación, y dio alertas a la alcaldía, a la empresa de acueducto y a los organismos de control.

“Cada actor y gestor de la obra tienen algo de responsabilidad ante este gran problema de servicio del agua, inclusive, si EMPAZ y Planeación como dueños de casa hubieran tomado este liderazgo desde el primer momento, por ejemplo, revisando que todos los contratos verdaderamente apuntaran a la solución de nuestro problema, de pronto se hubieran obtenido mejores resultados”, explica Diana Costa.

Diana es enfática en señalar que no solo se necesitaba la instalación de nuevas redes, sino cancelar tuberías obsoletas, optimizar la presión del agua y dar continuidad del servicio. “Se necesita de la construcción de un embalse suficiente para mitigar épocas de sequías de los ríos y de invierno, pues el agua se suspende algunas semanas porque llega con barriales de tierra”, precisa.

 

Agua pútrida

Ir al Río Chiriaimo, fuente principal de abastecimiento del municipio, se asemeja a la experiencia de caminar sobre un vertedero de basuras. El agua es de color marrón; el olor, putrefacto; el cauce, excremental, y el ambiente, cundido de mosquitos. La razón: las aguas negras, servidas, residuales y sépticas caen directamente al río.

Los residuos del alcantarillado caen directamente al río Chiriaimo. Fotos: Duván Suárez.
Los residuos del alcantarillado caen directamente al río Chiriaimo. Fotos: Duván Suárez.

En 2013, Aguas del Cesar dilapidó alrededor de 4.500 millones de pesos en la optimización del acueducto y alcantarillado de San José de Oriente (corregimiento de La Paz), pero la obra tampoco funciona. Cuando la inauguraron, nuevamente hubo celebración y comunicado de prensa: el gobernador del Cesar, Franco Ovalle, y Pedro Serrano, entonces gerente de Aguas del Cesar, aparecieron en fotos y proclamaron los supuestos beneficios que traería el acueducto para la comunidad. La obra no solo fue un fracaso desde la concepción —¿a quién se le ocurre poner una red de alcantarillado dentro de un barrio residencial, al lado del río?— sino que nadie se hace responsable.

En el corregimiento de San José de Oriente no conocen el agua potable. Foto: Duván Suárez.
En el corregimiento de San José de Oriente no conocen el agua potable. Foto: Duván Suárez.

Antes de que comenzara la obra, los habitantes se opusieron. Enviaban súplicas mediante derechos de petición. Aguas del Cesar nunca les respondió. Hoy tienen que convivir con el olor fétido y estercóreo de las aguas.

Visitar los alrededores del río es palpar, no solo la contaminación, sino el abandono, la desidia y la corrupción descomunales.

En San José de Oriente los habitantes tienen que vivir con la pestilencia de las aguas negras.
En San José de Oriente los habitantes tienen que vivir con la pestilencia de las aguas negras.

 

Agua potable con sapos

La planta de tratamiento del acueducto de La Paz fue inaugurada en 1982 y es compartida con el municipio aledaño de San Diego. De dos niveles, es un viejo edificio en ruinas desde la fachada hasta lo que algún día fue el laboratorio. Equipos abandonados, pisos y paredes cubiertos de hollín y cochambre.

En el agua ya tratada, y a cielo descubierto, flotan sapos y es turbia, con tonalidad de gris a verde, propio de las aguas estancadas y con contaminación orgánica o fecal. De fondo, se ve el crecimiento de algas bajo el espejo de agua. El operador de la planta explica que el agua es tratada con sustancias como policloruro, cloro y sulfato, y que desde allí sale con suficiente presión como para que a todos los habitantes les llegue el agua.

Algunas veces, cuando el agua llega por las tuberías puede tener olor a pescado y llega con restos de suciedad, como si no le aplicaran ningún químico, situación que no es extraña si se tiene en cuenta que la fuente principal de agua ya viene insalubre.

 

El alcalde dice que está preocupado

—Terrible la situación que estamos viviendo, yo estoy muy preocupado —se lamenta el alcalde Martín Zuleta.

—¿Qué van a hacer para saber para dónde se va el agua? —le pregunto.

—Ahí está el problema, hay alguien detrás del agua, no sabemos para dónde se está yendo —responde.

Los contratos, ya ejecutados, no incluyeron un tramo de cuatro kilómetros. El alcalde contempla hacer una fase 3 para terminar el proyecto inconcluso. Las viejas tuberías de asbesto cemento nunca las sacaron y hoy el pueblo tiene doble tubería. Varios ingenieros consultados para este reportaje explicaron que el municipio debió haber comenzado por cambiar el suministro de la fuente de agua y la remodelación de la planta de tratamiento, pues el cambio de redes no iba a mejorar la calidad del agua.

Vestigios de la última campaña electoral en la que ganó el actual alcalde. San José de Oriente, corregimiento de La Paz. Foto: Diana López Zuleta.
Vestigios de la última campaña electoral en la que ganó el actual alcalde. San José de Oriente, corregimiento de La Paz. Foto: Diana López Zuleta.

—¿Usted, que es médico, sabe el perjuicio de consumir esa agua de forma prolongada? Porque esa agua claramente no es potable.

—El reporte que nos ha dado el laboratorio de salud pública departamental es que sí es apta para el consumo. En junio de 2019, sí tuvimos unas quejas porque en ese momento no se administraban los químicos para el agua. Incluso, como médico hice unas denuncias porque se me presentó un brote de hepatitis y era por la contaminación fescaloide que se presentaba en ese momento.

El estudio reciente, enviado por el alcalde, determina que las muestras “cumplen con las características microbiológicas”.

—No es agua potable, no es para consumo humano —advierte el médico epidemiólogo Eduardo León.

El Decreto 1575, de 2007, que rige el control y vigilancia para la calidad de agua, establece que el recuento de mesófilos no puede ser mayor a 100 en 100 centímetros cúbicos. En las muestras que envió el alcalde hay resultados de 461 y la que menos tiene es de 131,4, que de por sí es superior al límite.

—Los mesófilos son procedentes de la mayoría de animales. Un roedor o un sapo puede tener mesófilos. La Salmonella, por ejemplo, es un tipo de mesófilo. Eso indica que el agua es contaminada y puede generar enfermedades gastrointestinales. Ese estudio no cumple con los estándares de la calidad de agua —explica el médico epidemiólogo.

En 2019, el Instituto Nacional de Salud hizo un estudio en el que concluyó que cada año mueren 17.549 personas por exposición a aire y agua de mala calidad. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que se registran cuatro mil millones de casos anuales de diarrea, de los cuales el 88% puede atribuirse a la insalubridad del agua.

El nivel de caudal de agua es de 88 litros por segundo. Con 40 es suficiente para abastecer a todo el pueblo. ¿Para dónde se va el 48 faltante? Distintas fuentes consultadas informaron que el agua está siendo desviada para el riego de varias fincas. Si uno recorre la línea de conducción se da cuenta de que, incluso en verano, los cultivos siempre están verdes. Esto descompensa no solo el sistema sino que pone los intereses privados por encima de la necesidad humana vital.

Hace menos de dos meses, el alcalde Martín Zuleta radicó un proyecto para liquidar la empresa de acueducto EMPAZ. La venderán para privatizarla. ¿Solucionará esto el problema del agua de La Paz?

 

*Pese a reiterados intentos, Aguas del Cesar nunca quiso contestar nuestro pedido de entrevista.