El triunfo del amor y de la muerte

26 Abril, 2022

Por RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL*

Un capítulo de los episodios literarios de Miguel Torres lo constituye su primera novela. La última conocida y publicada en diciembre del 2021: La polvera. De una anécdota, el encuentro de dos adolescentes parias que establecen una entrañable relación amorosa, se proyecta una microhistoria de Bogotá, con epicentro en su gran manzana podrida, la Plaza de las Nieves, su iglesia, el teatro Lux, la plaza de mercado, las cafeterías, los restaurantes, los hoteluchos y grilles, la sede de la empresa de teléfonos y en la noche la rumba desbocada. Condensa una intensa vida social de los miserables, las prostitutas, en fin, esa condición humana de los parias. De allí, a la ciudad y al país en busca de la universalidad de su historia.

Los protagonistas principales de este dramático episodio, Galo y Tristana, ambos de 16 años, trabajan y viven en los bajos fondos que, sin embargo, están allí en el centro de la capital, en un barrio histórico de origen colonial y protagonista de la vida republicana.

Tristana es una niña prostituida por los avatares de la vida, desarraigada del campo que asume la ciudad en la “vida alegre”, la “fácil” actividad de la prostitución callejera. Ella manifiesta en su frivolidad juvenil: “Me gusta hacerlo y encima me pagan, es el mejor trabajo del mundo ¿Qué voy a hacer cuando se den cuenta? Entonces la que tendrá que pagar soy yo, concluyó muerta de risa” (p. 30).

Por su parte, Galo se había visto obligado a ejercer oficios denigrantes, como ser prostituto de hombres y mujeres, sin distinción alguna. También fue proletario ocasional en talleres, fábricas, tiendas de barrio, hasta su actividad actual de vendedor de fruta en la plaza.

La única diversión de la pareja era amarse y eventualmente ir al cine. Aparecen en la escena social, el edificio donde se fragua el nido de amor entre Ana, llamada Tristana, y Galo. A ese sitio concurren a pasar la noche la inmensa constelación de parias de toda condición, gentes de todas las edades, cuyo oficio es sobrevivir de la limosna y la caridad hasta la prostitución y el robo. Toda la amplia gama de la criminalidad durmiendo en la noche en el centro de la ciudad.

El paisaje de la emblemática Calle Séptima, la antigua calle real, es de las multitudes que van cambiando de fisonomía durante el día y la noche. Por allí están toda la soledad y toda la compañía caminando y, de manera especial, niños y jóvenes, prostitutas y maricas.

Es una ruta frecuentada por Tristana, aunque su lugar favorito para conseguir clientes es la Iglesia de las Nieves. El mundillo de la prostitución, de la calle, de bares y sitios de mala vida tienen allí la puerta al cielo, el lugar de las citas prostibularias, el desahogo de los que buscan consuelo, así sea en la ilusión de un amor apenas furtivo.

En esta espacialidad de la “gran manzana podrida” constituyen un componente central las trabajadoras sexuales que, en medio de su libertad de comerciar su cuerpo en las calles, bares y prostíbulos, actúan comandadas por Reyna Lujuria, una asociación de defensa de su territorio. Incluyendo sus hombres, con los que mantienen una relación más estrecha y que cuidan con especial celo de cualquier infidelidad y que llegarán hasta el asesinato colectivo de Tristana en la propia Iglesia de las Nieves, después de una ceremonia anterior: una golpiza en el mismo lugar del culto católico, donde cada una de las asociadas propicia su golpe mortal con rencor.

Las ondas de la complejidad de la vida se extienden a lo más extremo, con las pandillas que se reúnen para sobrevivir la noche en las estribaciones de La Macarena. Estos habitantes encuentran refugio en cuevas y covachas, huyendo siempre de una persecución atroz de las fuerzas policiales, con civiles ricos incluidos haciendo la fiesta asesina. Al mismo tiempo, es comando de operaciones, cuyos jefes deciden con el acatamiento grupal sus acciones. Se trata de la banda de El Círculo.

Sí, en La polvera hay un viaje a la alta noche y la madrugada temprana, a esa Bogotá profunda, invisible, clandestina que coexiste en el centro mismo de su existencia.

Lo que Miguel Torres nos invita es a vivir con intensidad una temporada en el infierno bien situado, terrenal, al alcance de todos, pero invisibilizado por el maquillaje y el fetiche de la gran ciudad. Volver a caminar la Calle Séptima, nuestra calle real, en los parajes de la novela, desmitifica “el septimazo” y ubica una apropiación de la ciudad en toda su ambigüedad y confusión, una complejidad variopinta de contrastes y contradicciones.

Quizás el punto más alto de la sociedad criminal que arropa como una cobija a Bogotá va a ser la casa de empeños del judío Salomón Sonofevich, un magnate de los negocios licenciosos, los de mala reputación, pero concurrida clientela que incluye de manera clandestina, con protección oficial, en una casa tradicional en Teusaquillo. Allí opera el negocio de empeños de vidas humanas, como si fuera casa de reposo, y donde Tristana fue llevada por Galo en una desesperada decisión de supervivencia.

Se adivina que son los años ochenta y noventa las calendas de la novela, cuando suceden los atentados terroristas, uno tras otro. Se trata de la guerra de las drogas, con los carteles, el paramilitarismo, como actores relevantes en la sociedad. Pero es también tiempo de la “turbulencia callejera, de las manifestaciones de obreros y estudiantes que marchaban por la Séptima y acababan desbaratadas a punta de gases lacrimógenos, golpes de bolillo, cuando no a balazos por parte de la Policía” (p. 35).

Al igual, Galo reflexiona sobre el alcance de lo que sucede. Él, un individuo en la multitud diaria: “Antes eran algunos, ahora somos todos, pensó. Esa calle, ahora sumida en las tinieblas, salpicada de sangre, regada de lágrimas anónimas, de escupitajos de rabia y gritos de impotencia, representaba al país que unos cuantos hombres se habían inventado para él” (p. 53).

Galo va descubriendo estos escenarios del hampa y la muerte de la mano de Teopardo, protagonista secundario, pero decisivo, ya que acompaña el rescate de Tristana de la casa de empeño solo para llevársela con él durante tres días para cobrar lo que ha pagado a Salomón, ese rey del hampa organizada.

Tristana y Galo se juntan de nuevo en otro capítulo de esta historia. Empieza a fondo la tragedia de Tristana en la nave de la Iglesia de las Nieves, con su sacrificio en la ceremonia de Reyna Lujuria, las suyas lapidando con una lluvia de piedras la humanidad de la bella fémina que alumbró con su presencia a quien la mirara o se relacionara con ella y opacó a toda la competencia. El asesinato culmina en el altar mismo en una escena de concentrada intensidad en que Tristana busca escapar, con su imaginación, mientras espera que la salvación llegue en cualquier instante. Es el clímax de la novela, cuando ella muere aferrada al amor y a su amante en los recuerdos. Todo lo que viene luego es surrealista.

Comienza el desplazamiento de Galo con el cuerpo insepulto de Tristana de Las Nieves a la Iglesia de San Diego. De nuevo, lo sacro, en una relación de lo pecaminoso con lo religioso. La trama se despliega en forma rocambolesca, donde la búsqueda de los atajos ante la muerte y la desgracia abundan. Pero, Tristana interpela con su presencia en el recuerdo intenso de Galo con un amor puro y total, que mantiene al lector en una sospecha o la piadosa expectativa de que está viva, inmersa en un profundo desvanecimiento. El hilo es de suspenso en medio de la militarización de la ciudad hasta la llegada a Monserrate, donde los militares amenazan la yerta humanidad con su profanación y la desaparición de Galo. Pero, son liberados a cambio del soborno de este.

Otra vez, lo sacro, con el ascenso al cerro y a la Basílica Santuario del Señor de Monserrate, en el que se hace el ritual de desfilar hacia la urna de vidrio, donde yace la imagen del Cristo caído. Galo desea intensamente el milagro de la resurrección de Tristana, al igual que todos los enfermos ansían su curación: los ciegos, los cojos, los parapléjicos, los tuertos, los mancos, los lisiados y toda la inmensa muchedumbre que asume la vida con intensidad.

Galo enfrenta la montaña, ante el vistoso paisaje para enterrar a su amada y suicidarse, buscando estar juntos. El paisaje se ve turbado con el estallido de un avión en vuelo que suscita la visión apocalíptica de Galo sobre la destrucción de Bogotá, sumergida en ondas explosivas. Un delirio y, sin embargo, una metáfora de esta guerra sin fin.

De súbito, viene el retorno de Tristana de un ataque de catalepsia prolongado, como si hubiese resucitado sin milagrerías. El triunfo del amor de los dos niños jóvenes contra una adversidad devastadora.

La Polvera es, en su estilo magistral, una poética de Bogotá, donde está un episodio sentimental de lo más profundo de nuestra condición humana, las desgracias y el principio de esperanza, que necesita al amor en sus propósitos. Se trata de una novela de educación sentimental, muy siglo XVIII, pero muy a propósito del siglo XXI.

_____________________

Torres, Miguel (2021). La polvera. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.

 

[1]* Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor titular y director del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre. Texto adscrito al grupo de investigación Filosofía y Teoría Jurídica Contemporánea, de la Universidad Libre. CvLac: https://scienti.minciencias.gov.co/cvlac/visualizador/generarCurriculoCv.do?cod_rh=0000374296&lang=null