El significado de paz en la frontera

28 Mayo, 2018

Por AMARANTA HANK

La violencia en Cúcuta es parte del paisaje. Un asesinato se va en un rumor de esquina como que “van a quitar el agua” o “los recibos llegaron caros”. En Cúcuta el agua aún no es potable, las carreteras están en mal estado, las esquinas están repletas de venezolanos vendiendo cualquier cosa que se pueda vender y la economía depende de la suerte, pero todo es parte del paisaje. Durante décadas todo ha sido parte del paisaje. Cada característica es como el aire, común, sobre todo la violencia.

La violencia en sus formas más simples, como un vecino que irrumpe el silencio con un bafle en su volumen más alto; un insulto o pelea de calle tras un carro que cierra a otro o un balazo porque sí. Por la costumbre a la hostilidad es que en Norte de Santander Iván Duque lideró las votaciones presidenciales. Porque la tolerancia más que ser una utopía nunca se ha pensado como una opción. O porque la paz tiene un significado propio en territorio de frontera.

Durante los mandatos de Álvaro Uribe Vélez se sentía paz fronteriza.  Los hombres no le pegaban a sus esposas, las niñas no se prostituían, los jovencitos no consumían drogas. Los estudiantes no trasnochaban haciendo tareas en casas de sus compañeros; se iban a dormir temprano antes que pasaran los señores en las camionetas preguntando qué hacían tan tarde en la calle. Nadie que conociera el miedo, se atrevía a robar. El buen comportamiento se instauraba en los cerebros de los ciudadanos como lo hace en el cerebro de un niño golpeado al que se le amenaza con un golpe más. Un porcentaje no lo comprende, otro tanto cree que así está bien.

Las limpiezas sociales barrían con comportamientos inadecuados y delincuentes. Los de mejor suerte solo llevaban palizas que dejaban piernas rotas, los demás se desaparecían durante semanas y se reencontraban con sus familias en forma de cadaver o de cenizas en un horno crematorio.

Bastaron un par de ejemplos para que los ciudadanos comprendieran cómo debían comportarse.

Ante la ausencia de opciones en un territorio que siempre ha funcionado igual: con administradores que entran y salen dejando legados cada vez más sangrientos por malas intenciones o ineptitud, Cúcuta extraña su forma de paz. Por un momento siento que la ciudad es un resguardo y las formas de gobierno sin violencia son como evangelizadores que quieren conquistar, pero el territorio se rehúsa.