El Señor de las Moscas

24 Mayo, 2021

Por SANTIAGO ARDILA REYES

Una de las historias que nunca ha salido de mi cabeza, y que hoy sale a colación de una manera más que natural, es El Señor De Las Moscas de William Golding. Es la historia de un avión repleto de niños, que bajo las inclemencias de una tormenta, se precipita hacia una isla desierta. El piloto, y único adulto, fallece. Y los niños tienen que arreglárselas solos para sobrevivir. Ralph, el niño más inteligente y líder del grupo, decide que se deben dividir en dos; un grupo que cuide un fuego, en caso de que pase un avión y los vea; y otro grupo de cazadores que estarán encargados de alimentarlos a todos. Los cazadores, que hemos de entender son solo niños, logran cazar un jabalí; y el liderazgo de Ralph queda cuestionado por los demás, en especial por Jack, líder de los cazadores, quien cree que ahora debe ser él quien asuma el liderazgo de la manada. Al pasar de los días, las tensiones entre los dos jóvenes se vuelven más fuertes. Los cazadores están obsesionados con quitarle el liderazgo a Ralph, y para hacerlo, toman una drástica decisión: asesinan a Piggy, el mejor amigo de Ralph, lanzándole una piedra en la cabeza. Ralph queda solo y se convierte en presa de los niños cazadores, que para este entonces están transformados en seres tribales con maquillajes y armas, y comienza una trepidante persecución en contra de Ralph quien sabe que, de ser capturado, será brutalmente asesinado. Ralph se esconde en la selva y una mañana es emboscado por los cazadores. Ralph sale corriendo hacia el mar y cuando está a punto de ser capturado, cae a los pies de un almirante de la marina Británica quien observa la violenta escena absolutamente estupefacto.

Es fácil entender la analogía, y aún más en estos días. Colombia es esta isla desierta, que para ser sinceros, no tiene aún la madurez o un ideal de país. Tal vez esa madurez la asesinaron, esta muerta, como el piloto del avión. Y tenemos una isla dividida: aquellos que guardan el fuego, alegoría del conocimiento, de la cordura, de la salvación; y los cazadores, representación directa del poder, de la violencia y de la sangre.

Una de las cosas más curiosas que sucede en el libro, es que algunos niños, que parecían ser cuerdos y equilibrados, se dejan llevar por este fervor colectivo y terminan inmersos en la barbarie. Lo mismo sucede aquí en Colombia. Este frenesí se ha llevado a muchos en el camino y es fácil oír frases como “Que acaben con todos esos vándalos” o “que maten todos esos indios”.
La figura del cazador, la figura de Jack, es fácil relacionarla. Tiene su símil con un personaje que, desde su finca en Córdoba, decide quien vive y quien no. Este personaje ha logrado generar un frenesí entre nosotros a través del miedo: “Si no haces lo que digo, terminaras mal”, “Nos convertiremos en Venezuela”, “Nos tomará el comunismo”. Bajo esa premisa ha logrado que gente, medianamente cuerda, acepte de una manera relativamente normal esta brutalidad. No hay otra forma de entender como un país pueda tener 10000 mal llamados falsos positivos, 258 mil muertos, 60000 desaparecidos y 7 millones de desplazados.
Con  los  jóvenes en las marchas veo a Ralph, quien tiene que esconderse cada noche para que no lo maten los cazadores. Nos acostumbraron al asesinato de “Piggy” todos los días con la sistemática eliminación de líderes sociales y ya sabemos que los cazadores no tienen ningún reparo en hacer lo que toque para tomar el poder.

Hoy siento que Colombia corre hacia la costa con una pequeña antorcha en la mano, corre cansada, con miedo, pero corre y estoy casi seguro que caerá de rodillas frente al almirante de la Brigada Británica, que no es otro que la Corte Penal Internacional y todos los estatutos internacionales que se formaron después de las guerras mundiales para que este tipo de brutalidades no se volvieran a repetir. Ya llegarán los adultos. Ya llegarán los adultos.