El poder constituyente y el miedo de la élite colombiana

08 Junio, 2024

Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*

 Ha sido un proceso milenario el de la Humanidad para llegar al punto donde los estudiantes en distintas partes del mundo se unan para pedir la paz mundial, las mujeres para condenar el feminicidio y los pueblos para concientizarse de que son la sede del poder político. Es un proceso lánguido que ha dejado dolores eternos pero que hoy no permite que arrasen con Palestina. Estamos avanzando.

Cuando éramos niños de manera intuitiva sabíamos quién era bueno con nosotros y quién era malo, también, quién a veces era lo uno y lo otro. Bueno, quién nos cuidaba amorosamente; malo, el que nos hacía sufrir; bueno y malo quien servía un plato de comida, pero era incapaz de llevarlo para nosotros a la mesa; aprendimos a conocer las ambigüedades y, a diferenciar lo que era un error de comportamiento de una condición pérfida. Pero en un acto de prestidigitación de hace dos mil años el imperio romano fue desapareciendo las enseñanzas de quien llamaron Jesús: la comprensión de lo humano por encima de la ley, la compasión por encima del castigo, desde entonces la maldad ha venido acorralando a la bondad, tanto, que hoy en día llevamos siete meses de un genocidio ante los ojos del mundo y no hemos sido capaces de detenerlo a través de los organismos internacionales ni siquiera del más importante, la Organización de las Naciones Unidas. Nos acorraló la maldad, pero los pueblos están intentando liberarse de ella.

En el mundo occidental, el de nosotros, no en los pueblos ancestrales, se fue imponiendo la idea de que no se debía hablar de la maldad humana dando por razón que el ser humano no era perfecto, esa palabra fue quedando proscrita por fuera del lenguaje religioso a cambio, los romanos, perfeccionaron hablar de delito. La comprensión de la psicología de los seres humanos perversos fue tan relegada que hoy por vía jurídica hay un país que tiene encarcelada a media población y en otro lado de la Tierra un grupo de humanos argumentando el derecho a un país a la medida de sus pretensiones personales, acaba con la vida de los habitantes eternos de un territorio…, hasta que el resto de los seres humanos usando su psicología innata se apartaron de lo jurídico para condenar la crueldad, la maldad, de los sionistas que están quemando vivos a los palestinos. Lo jurídico nunca debió relegar la comprensión psicológica de las anomalías humanas como la maldad, la crueldad, al contrario, hay que estudiarlas como es debido, profundizar en los análisis de Sigmund Freud, Erick Fromm, de Andrej Lobaczewski para contener su avance sobre las naciones.

El ser humano es comunitario por excelencia, con su instinto gregario han tomado por milenios decisiones grupales para inventarse formas de conseguir los alimentos, el agua, buenas tierras para cultivar, salvarse de la dureza del clima, del ataque de las fieras y de la crueldad de otros humanos; no ha necesitado permiso jurídico, ninguna ley para salvarse, ha decidido en comunidad cómo hacerlo, eso se llama poder constituyente que emana del pueblo desde que el humano es humano. La humanidad se salva en grupo, por eso los estudiantes del mundo entero están salvando a Gaza, las mujeres a las otras mujeres y los pueblos concientizando a los otros pueblos de que en ellos reside el poder político, no en los gobernantes.

Lo que ha venido haciendo el presidente Gustavo Petro de un tiempo para acá durante sus discursos en los diferentes eventos a los que asiste es, precisamente, recordarle al pueblo colombiano que, en él, en el pueblo, reposa el poder constituyente desde siempre para pronunciarse y cambiar lo que esté atentando contra la permanencia y la vida de toda la comunidad. El presidente, un hombre inteligente, muy ilustrado y comprometido con mejorar las condiciones de vida del país tiene claro que éstas sólo mejorarán si se implementa como es debido el Acuerdo de Paz firmado entre el Estado y las FARC durante el gobierno de Juan Manuel Santos en 2016. La columna que sostiene el Acuerdo de Paz es la reforma agraria con el compromiso de entregar tres millones de hectáreas al campesinado tal como lo dice el Acuerdo; le sigue, la adecuación del territorio que es acueductos, vías, mercados y, continúa, la verdad jurídica. Sin embargo, el tiempo que le resta a este gobierno para darle cumplimiento a esos tres aspectos es poco dada la lentitud de los procesos y el atraso en que dejó el Acuerdo el expresidente Iván Duque. Se precisaría, entonces, que el pueblo colombiano haciendo uso del poder constituyente se auto convoque como lo ha hecho siempre la humanidad para que tome las medidas necesarias que hagan posible que este gobierno cumpla con esos tres pilares que concretarían el Acuerdo de Paz.

La crueldad, la maldad humana vivida en Colombia durante los últimos sesenta años no se detendrá con meras formas jurídicas, a lo romano, donde no cabe un preso más en el país; se detendrá de otra manera, desmontando la mayoría de las circunstancias que la produce, las que están expuestas en el Acuerdo de Paz entre ellas la más dañina: la profunda desigualdad social, la que el presidente está empeñado en resolver en gran parte. Es una tarea titánica remover esa inequidad porque, está agarrada jurídicamente de condiciones burocráticas de dos siglos que incluye una maraña de trámites y de funcionarios cavernarios, indolentes, corruptos de espaldas al clamor nacional por la implementación del Acuerdo de Paz. Ahí están las Cortes y el Consejo de Estado que, siendo instituciones creadas para y por el pueblo, están integradas por funcionarios de espaldas a los más desfavorecidos, desconociendo el momento que vive el país al emitir sentencias que recortan el dinero nacional necesario para enfrentar la desigualdad social, obstaculizando soluciones sencillas que van en pro de las comunidades como que las Juntas de Acción Comunal contraten con el Estado la ejecución de ciertas obras  en sus propios territorios.

La forma de elección de los magistrados de las Cortes y del Consejo de Estado está completamente distante de la voluntad popular, el pueblo no participa, es una simulación de democracia porque, esa elección no sale del círculo de los mismos funcionarios quienes actúan como dioses independientes del dolor de la gente pobre que necesita del amparo de ellos para mejorar sus vidas; gente que con su esfuerzo en el campo, en las calles, en el exilio le pagan los sueldos exorbitantes a esos funcionarios, quienes amparados en lo jurídico –nuevamente lo romano- hunden las medidas que darían bienestar a esa misma gente. La indolencia, la corrupción, la negligencia, el egoísmo, el individualismo cuando confluyen todas en un ser humano lo hacen malévolo.

Sumado a lo anterior los expresidentes de Colombia Gaviria, Pastrana, Uribe, Santos y Duque son unos desalmados en contra del Acuerdo de Paz, que es decir en contra de los más vulnerables porque, es a esta gente a la que hay que entregarle la tierra con la reforma agraria, a la que hay que construirle los acueductos, las vías para que saquen sus cultivos al mercado, la Internet para que estudien, la luz para que se sitúen en el Siglo XXI. Porque, no es sólo firmando un Acuerdo –otra vez lo jurídico- como se logra la paz, no, es con hechos, cambiando las inequidades lo que lleva a la paz y estos expresidentes con sus liderazgos negativos entorpecen concretar ese Acuerdo. Una élite que se asusta con que el pueblo ejerza su poder soberano y le dé vuelta al control del país, el que ellos han tenido por doscientos años empobreciendo cada vez más a los estratos humildes. Sólo el expresidente Ernesto Samper, siempre con su vocación social, apoya al presidente Petro.

Lo que importa no es que la élite le tenga miedo al Presidente Petro, lo que importa es que el pueblo deje de tenerle miedo a esa élite sabiéndose soberano con el poder constituyente en sus manos. La palabra constituyente viene de constituir que significa crear, fundar, conformar, la comunidad tiene la capacidad de organizarse como a bien lo desee buscando la vida de todos apartándose de lo instituido, de la ley cuando es injusta.  En Colombia se traduce en que nos apartemos de las opiniones manipuladoras de los expresidentes, de la falsa sabiduría de los magistrados, de las mentiras de la oposición para apropiarnos del Acuerdo de Paz realizando los cambios necesarios –si es la reelección, si es alargar el período presidencial, etc.- que nos permitan, a través del gobierno del presidente Petro, que se distribuyan los tres millones de hectáreas de tierras entre los campesinos, se mejore la infraestructura de las provincias olvidadas y se conozca la verdad judicial de los últimos treinta años. Así iremos desapareciendo la maldad con rostro de paramilitarismo, de guerrilla, de delincuencia común, de banqueros, periodistas, políticos, magistrados, jueces que tienen acorralada a Colombia.  

 

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