El Paro Nacional como fiesta democrática

07 Mayo, 2021

Por MATEO ROMO*

Las más denigrantes medidas de sujeción y engaño, arbitrariedad y violencia, capitaneadas por el Estado, usualmente suelen ser confrontadas con fiestas democráticas, que llevan al máximo punto la creatividad y la conciencia. El arte ciudadano dialoga con la política barrial; los estudiantes alzan una sola voz con la clase trabajadora en acto y potencia; las mujeres protagonizan las luchas por el reconocimiento y la redistribución, así como las negritudes y la fuerza indígena-originario-campesina, que clama una verdadera reforma agraria; los ecologistas añaden la ensoñación posible de reinventar nuestras relaciones con la naturaleza, de modo que la fractura metabólica sea superada. Esta y otra constelación de subjetividades y colectividades se reúnen cuando de luchar por un sueño de reivindicaciones y emancipaciones se trata, articulando teoría y praxis, así como las dos fuerzas constitutivas de la voluntad, racionalidad y emoción.

El paro es una de las tantas formas de hacer frente a la arbitrariedad. El iniciado el 28 de abril se ha caracterizado por ser rico y fecundo en complejidad, al irradiarse de otras praxis de insumisión, como la desobediencia civil y la revolución en su fase de víspera. También por ser una expresión de resistencia multitudinaria que no se limitó a la exigencia de que el Gobierno retirara el proyecto de reforma tributaria. Como es bien sabido, sus resonancias van mucho más allá. Bajo la punta del iceberg, hay una verdadera denuncia contra todo el orden establecido; esto es, contra la debacle del Estado colombiano, que es hacedor de un lastre de pandemias sociales: masacres, corrupción, violencia de género, inequidad, feminicidios, hambre, pobreza, desempleo, racismo, xenofobia, extractivismo, abuso de la Fuerza Pública, impunidad, leyes contramayoritarias, bandidos de cuello blanco… En este orden de ideas, no estamos ante un paro con espíritu de corto, sino de largo aliento. Si deja de estar presente en acto, lo estará en potencia, como una fuerza latente.

Este paro, en efecto, no debe ser leído como un acontecimiento insular; se integra con antiguas manifestaciones de resistencia, como las que tuvieron lugar en los años de 2019 y 2020. Aunque las fiestas democráticas no sean consecutivas, no por ello están divorciadas. La revolución se da su propia cronología; la periodización del tiempo mítico revolucionario es sui generis. Los vasos comunicantes entre las manifestaciones no se deben buscar en el tiempo ordinario, sino en las reivindicaciones entre una gesta extraordinaria y otra. El paro, entonces, es de todo el pueblo llano, se integra con todo y es contra todo el orden establecido.

Las redes sociales como parlamento del pueblo

Honoré de Balzac encumbró las barras de café y los bistrós como parlamentos del pueblo, donde gentes de toda condición pueden dar rienda suelta a la palabra libre, intercambiar opiniones y reflexionar de todo un poco, muchas veces con conciencia profunda, acompañados de alguna bebida democrática: vino o café. Se trata de lugares que tienen su propia poética del espacio, hospedan el verbo y el adjetivo, y sacan a bailar a la inmensidad íntima, preparando la coreografía de la imaginación feliz. Por ser el punto de encuentro de las corazonadas y las ideas, la espontaneidad creativa, el humor mordaz y la bohemia común, los bistrós y los cafés son símbolos de la ciudad, que abren sus puertas desde muy temprano y no las cierran sino hasta pasada la medianoche. Así como Balzac elevó al punto más alto la espacialidad poética-política de lugares como los cafés, lo mismo hizo con la bebida democrática propiamente dicha. Así describía Balzac su sensación:

El café acaricia la boca y la garganta y pone todas las fuerzas en movimiento: las ideas se precipitan como batallones en un gran ejército de batalla, el combate empieza, los recuerdos se despliegan como un estandarte. La caballería ligera se lanza a una soberbia galopada, la artillería de la lógica avanza con sus razonamientos y sus encadenamientos impecables. Las frases ingeniosas parten como balas certeras. Los personajes toman forma y se destacan. La pluma se desliza por el papel, el combate, la lucha, llega a una violencia extrema y luego muere bajo un mar de tinta negro como un auténtico campo de batalla que se oscurece en una nube de pólvora.

Por las razones conocidas, los bistrós y los cafés han cerrado sus puertas, por lo que, al parecer, la democracia local quedaría sin uno de sus techos favoritos para guarecer y germinar. No ha sido así. Como buen anfitrión, con hospitalidad y amistad civil, las redes sociales se han asumido, cada vez con más ahínco, como parlamentos del pueblo. La palabra libre tiene allí un espacio en el cual puede escampar y reverdecer. Ella es la protagonista de diálogos entrecruzados entre los de aquí y los de acullá, que, así como en el bistró o el café, dan sus puntos de vista, enriqueciendo sus reflexiones iniciales y, muchas veces, uniendo fuerzas por causas comunes. Y aunque no hay una bebida democrática que compartir entre todos, convocar reuniones, pasar la bola, llevar denuncias y gestas hasta los confines del mundo es otra forma de brindar en democracia.

Muchos noticieros nacionales, en cambio, por su condición de no emancipados, en vez de parlamentos del pueblo, son guaridas de los poderosos. Su máxima es desdibujar los acontecimientos sociales, especialmente si son de resistencia, y maquillar los de opresión estatal, paraestatal y global-capitalista. A las expresiones de resistencia, las llaman terrorismo; a las masacres, homicidios colectivos; a los falsos positivos, bajas en combate; a la corrupción, hechos aislados; a la pobreza extrema, condición transitoria, a la falta de oportunidades, opciones de emprendimiento; a la matanza de líderes sociales, neutralización a rebeldes e insurgentes; a los feminicidios, tristes sucesos; a la impunidad; congestión judicial; a la clase popular proletaria, clase media; a las reformas tributarias, leyes de solidaridad; al terrorismo de Estado, uso legítimo de la fuerza. Todo en maridaje con la institucionalidad y los grandes potentados.

Claro que esto no es nuevo ni debería extrañarnos. Desde su fundación, medios como RCN fueron apadrinados por poderosos empresarios y elites políticas para que defiendan lo indefendible, los intereses del statu quo. Aunque parezca inverosímil, hay un programa que tergiversa la información tanto o más que los noticieros. Tiene lugar todos los días, a las 6:00 p.m. El programa es un acto circense sin igual, un show de ventriloquía como ninguno; el muñequito mueve los labios, las manos, se bambolea de aquí para allá, en un ejercicio de soliloquio delirante y desconectado, con lo que se lleva todas las luces (y todas las risas), pero todos sabemos que son otros los que hablan con el vientre.

En contraste, las redes sociales muestran las cosas mismas. Un ejemplo de esto es el paro nacional en curso. Han sido las redes —que se han convertido en una suerte de bistró o cafés-ágora— las que han recogido su riqueza teórico-práctica y político-social. Entre otros hechos, el parlamento ha enfatizado los siguientes: el esplendor de la fiesta democrática, que llegó al cénit en ciudades como Cali, que pasó de ser la sucursal del cielo a ser la capital de la resistencia; la profundidad sentipensante de emociones políticas como la rabia, prima-hermana de la solidaridad y el amor, que muta en indignación, y la indignación, en resistencia multitudinaria y dignificante; el verdadero vandalismo de cuello blanco (Hidroituango, Reficar, Electricaribe, Odebrecht, Chirajara, carrusel de la contratación, Túnel de la Línea, Saludcoop...), que ha dejado al país mucho peor que cualquier estación de Transmilenio; la deficiente y demagoga campaña de vacunación; el colapso y la podredumbre de las instituciones; la insensatez de confundir la opinión de personas de la farándula e influencers con el argumento de expertos analistas políticos. Este es solo el inicio.

De modo creciente, las redes-parlamento han corrido el velo y acentuado la aberrante decisión del Tribunal de Cundinamarca; la violencia sistemática de los cuerpos represivos del Estado, que operan bajo la orden de atentar contra la vida de los manifestantes, a diestra y siniestra, por directriz del señor matanza; la potencial militarización del país y declaratoria del estado de conmoción interior, con fines funestos; el grito de auxilio del pueblo llano, al ver cómo la horrible noche no cesa y el Estado ha convertido el país en un cementerio (el color rojo se ha tomado toda la bandera); los abusos sexuales protagonizados por agentes del ESMAD; la movilización de colombianos en el exterior; las sinergias en nuestra América y más allá de ella apoyando la lucha contra el terrorismo de Estado; el rechazo categórico internacional a la violación de derechos humanos por parte de la Fuerza Pública; las propuestas de la guarida de los poderosos de bloquear las redes para callar al parlamento del pueblo; la rastrera estrategia de intentar poner al pueblo contra el mismo pueblo, con noticias descontextualizadas y amarillistas; la desnaturalización/instrumentalización de la figura de extinción del dominio por parte de Francisco Barbosa, al pretender hacerla extensiva a bienes usados con ocasión del paro, equiparando la protesta social con una actividad ilícita; el cinismo de una buena parte de la clase política, y el huevo que tienen personajes de la calaña de Carrasquilla, que solo incitan la rebelión en la granja.

Con la docena de huevos a “$ 1.800”, no hay gallina que aguante. Valga recordar el mensaje que les dio el Viejo Mayor a los demás animales de la Granja, mensaje que luego se convirtió en sus 7 Mandamientos:

Me resta poco que deciros. Simplemente insisto: recordad siempre vuestro deber de enemistad hacia el Hombre y su manera de ser. Todo lo que camine sobre dos pies es un enemigo. Lo que ande a cuatro patas, o tenga alas, es un amigo. Y recordad también que en la lucha contra el Hombre, no debemos llegar a parecernos a él. Aun cuando lo hayáis vencido, no adoptéis sus vicios. Ningún animal debe vivir en una casa, dormir en una cama, vestir ropas, beber alcohol, fumar tabaco, manejar dinero ni ocuparse del comercio. Todas las costumbres del Hombre son malas. Y, sobre todas las cosas, ningún animal debe tiranizar a sus semejantes. Débiles o fuertes, listos o ingenuos, todos somos hermanos. Ningún animal debe matar a otro animal. Todos los animales son iguales.

La frase “Los héroes en Colombia sí existen” se ha tomado las redes. Dichos héroes son los comunes, los de a pie, los que, al juntarse, tienen la potencia de dar luz a un poder político prejurídico e ilimitado, capaz de poner en cintura a los delegatarios, modificar o abolir las instituciones injustas y sentar las bases de una democracia real, en clave social y ecológica. El pueblo es resiliente y valiente. Ha quedado demostrado una vez más que parar, protestar y rebelarse no es un acto estéril; por el contrario, las grandes conquistas siempre han estado precedidas de grandes revoluciones. Con conciencia, porfía y persistencia, el pueblo llano llevó contra las cuerdas al Gobierno, logró tumbar el proyecto de reforma y presionar eficazmente la renuncia de Carrasquilla del Ministerio de Hacienda y Crédito Público.

Es una gesta importante, que se integra con otras y deberá completarse con las que siguen. A corto plazo, seguir en paro, presionar la salida de Duque y tumbar los nuevos proyectos de reforma a la salud, en materia pensional y laboral; a mediano plazo, luchar contra las pandemias sociales que ha capitaneado el Estado; a largo plazo, desmontar el Estado inconstitucional, en aras de alzar un nuevo proyecto que sí ampare la vida, la libertad, la igualdad y la felicidad.

Ya casi serán las 6:00 p.m., y tendrá lugar otra actuación circense. Los televisores están apagados, y las conciencias, en su esplendor. El pueblo ha resignificado el mensaje en las calles: no hay mejor prevención que la acción.


* Abogado / investigador auxiliar del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre.