El onceavo mandamiento

09 Mayo, 2023

Por ADRIANA ARJONA

 Voté por Petro. Voté por Petro porque sentí que ya era hora de que llegara al poder una persona interesada en gobernar pensando en los millones de colombianos que llevan años siendo víctimas de toda clase de maltratos y atropellos, y no para favorecer a ese minúsculo 1% dueño del 81% de las tierras agrícolas del país. Voté por Petro y me sentí esperanzada al ver que elegíamos por primera vez y de forma masiva el cambio. Me conmovió pensar que el destino de la paz estaría en manos de alguien que sabe en carne propia lo difícil que es acordarla, firmarla, honrarla.

Voté por Petro y he intentado defender algunas de sus posturas, a pesar de que se han cometido tantos errores y por momentos se siente que la improvisación reina.

Hasta finales del año pasado solía argumentar que era muy pronto para juzgar de manera tan severa a Petro, como lo ha hecho la oposición desde el primer segundo de su llegada al poder. En Colombia somos especialistas en hacer profecías del fracaso. Y con este líder de la izquierda que recién empezaba con el reto de cambiar estructuras robustas como las maquinarias políticas tradicionales y prácticas tan enraizadas como la corrupción estatal, los fieros vaticinios no dieron espera. Era de esperarse y por eso resultaba necesario que los votantes del cambio rodeáramos a Petro, le diéramos el tiempo que los antagonistas se negaban a otorgarle, y no perdiéramos tan pronto la fe en un proyecto que apenas se sembraba tras más de un siglo de hegemonía conservadora y liberal, corrientes tan difíciles de diferenciar por estos días.

A pesar de intentar mantenerme firme, especialmente por el tema de la paz, he empezado –como tantos– a preocuparme por varias de las actuaciones y pronunciamientos de Petro. Admito que me voy quedando sin argumentos para defender, justificar o entender al candidato por el cual voté.

Una de las primeras acciones que despertó mi extrañamiento fue la manera en que salieron Patricia Ariza y María Isabel Urrutia de los ministerios de Cultura y del Deporte respectivamente. Era difícil entender que el presidente Petro no les hubiera notificado personalmente el cambio y que tuvieran que enterarse de manera tan irregular, en los corredores. No se trata de seguir el Manual de Carreño, pero hay maneras, modales. No se maltrata de semejante forma a una persona como Patricia Ariza, una de las figuras más importantes del teatro en el país así como de la izquierda colombiana, desde su participación como fundadora de la sistemáticamente extinta Unión Patriótica. Por su parte, María Isabel Urritia tampoco era merecedora de este tipo de tratamiento. Las carteras pueden cambiarse, esa es potestad del presidente. Pero los agravios a quienes hacen parte de un equipo no pueden ser parte del prometido cambio.

Como decimos coloquialmente, Petro dio papaya, esto significa que pavimentó la ocasión para que la oposición sacara provecho y se le fuera lanza en ristre. Si así es con sus servidores, decían, ¿con qué desdén tratará a quienes se le oponen?

Otro manejo que dejó mucho qué desear: al ver la resistencia de los diferentes partidos y de quienes responden a los intereses de los grandes empresarios a las reformas sociales que pasó al Congreso de la República, el presidente Petro salió a los medios a anunciar que de ser coartadas podría haber una revolución.

Una cosa es pedirle al pueblo que no se duerma, que no se conforme con haber ganado en las urnas, e invitar a los jóvenes y a la clase obrera a respaldar de manera activa las reformas sociales, como lo hizo desde el balcón del Palacio de Nariño. Pero otra es que, siendo presidente de la república, y ya no candidato, amenace con convocar a una revolución (esa palabra que produce tanto pánico en la derecha) abriendo el camino para que los opositores vaticinen, como mínimo, el cierre del congreso.

La falta de mesura en las palabras de Petro es peligrosa. De nuevo, dio papaya para que los antagonistas se despacharan en sus discursos de terror. Y quienes votamos por él nos preguntamos si era oportuno, por no decir sensato, proferir amenazas de ese tipo. Por otra parte, sí, votamos por Petro. Pero esto no quiere decir que todo lo que como presidente proponga debe ser aceptado de manera automática. El congreso –nos gusten o no quienes lo integran– es una de las ramas que conforman nuestra democracia. También por los congresistas votaron los colombianos. 

Ante la resistencia frente a la reforma a la salud, Petro le pidió la renuncia protocolaria a todo su gabinete, lo cual desató una crisis política y produjo un fuerte impacto en los mercados financieros. Cambió siete ministros y esperamos que el resultado de esta decisión sea, como dijo Petro –esta vez con más mesura– un gran pacto nacional para una verdadera transformación.

Otro de los pronunciamientos que me causó una especie de risa nerviosa por su narcisismo y grandilocuencia fue el tuit que publicó el presidente Petro cuando la revista Time lo eligió como uno de los personajes más influyentes del mundo de 2023. “He sido escogido como uno de los líderes con más influencia en la humanidad por la revista Times”. Maravilloso reconocimiento, importante para él y para su gestión. Importante, también, para el país, para la notoriedad de Colombia dentro de la región y frente al mundo. Pero en lugar de un simple “Gracias, revista Time” (así, bien escrito, Time y no Times), en vez de una humilde muestra de gratitud, el presidente Petro pecó nuevamente. Se olvidó del inviolable onceavo mandamiento, no dar papaya, y se auto-nombró como uno de los líderes más influyentes no sólo del año, sino de todos los años, de toda la historia, de toda la humanidad, de la Vía Láctea y sus alrededores.

Podría uno quedarse en la hilaridad de un comentario ególatra. Pero va sumando a una lista preocupante.

Más papaya: la semana pasada, tras la visita oficial del Presidente Petro a España, su esposa –Verónica Alcocer– siguió hacia Inglaterra para participar de la ceremonia de coronación del Rey Carlos III. ¿Dónde queda la prometida austeridad de este gobierno? ¿Qué beneficios trae al país esta visita versus el costo que implica? En los nueve meses que lleva Petro en el poder, la Primera Dama ya ha ido al funeral del ex primer ministro de Japón, viajó al Vaticano para reunirse con el papa Francisco acompañada de un empresario catalán en nombre de Proexport (no es claro qué pretendía venderle a los cardenales), visitó a Nicolás Maduro en Venezuela, y fue con Álvaro Leyva a la coronación del, al fin rey, Carlos III. Todo bajo la figura de “embajadora en misión especial”. Estas visitas, que sobrepasan a todas luces las funciones de Primera Dama, resultan aún más preocupantes cuando es un secreto a voces que Verónica Alcocer tiene influencia en nombramientos de importancia y promueve reuniones con congresistas y políticos. Hace unas semanas, en pleno debate de la reforma a la salud, se presentó sorpresivamente en el Congreso de la República para invitar a un desayuno a ministros y senadores, lo cual inevitablemente se lee como interferencia política.

Y el último incumplimiento del onceavo mandamiento por parte de Gustavo Petro, el más grave para mi gusto, sucedió hace tan solo unos días, cuando dijo a los medios que él era el jefe de Estado y, como tal, era el jefe del Fiscal General de la Nación. Una imprecisión de la que tuvo que retractarse pues en ninguna democracia se puede interpretar que el jefe de la rama ejecutiva sea el jefe de la rama judicial.

El lío entre el presidente Petro y el fiscal Barbosa se dio después de que el primer mandatario le pidiera a la fiscalía un informe de cómo iban las investigaciones del caso en el que un fiscal encargado presuntamente omitió información entregada por un agente del CTI relacionada con la integridad y la vida de más de 200 personas amenazadas por el Clan del Golfo, y que terminaron asesinadas pues nunca se les advirtió que sus vidas corrían peligro ni se les ofreció la seguridad a la que tenían derecho.

Lo más importante, por supuesto, sería descubrir la verdad sobre este caso relacionado con el Clan del Golfo y cuya omisión de información aparentemente causó más de 200 muertes que pudieron ser evitadas. Esta noticia es la que merece toda nuestra atención, todo el ruido y seguimiento. Pero ahora se trata de un presidente que dijo ser jefe del fiscal, de un fiscal encargado del caso que demanda al presidente porque se siente un perseguido político, y del fiscal Barbosa sacando a sus seres queridos del país porque toda su familia corre peligro.

Papaya y más papaya: pobres modales para despedir a sus ministros, anuncios de revolución si no se aprueba lo que el presidente propone, frases que evidencian una personalidad egocéntrica, una Primera Dama que con su comportamiento contradice a cada segundo a un gobierno que se jacta de transparencia y austeridad, y una desacertada interpretación de la Constitución del 91, la misma que el M-19 en que militó Petro contribuyó a redactar, que conduce a un acalorado enfrentamiento entre el ejecutivo y el judicial.

Voté por Petro. Voté por el cambio. Creí en un nuevo proyecto. Imaginé, y quiero seguir imaginando, que seremos tan grandes como para sacar adelante los acuerdos de paz. Pero veo actuaciones desmedidas, pronunciamientos imprudentes, falta de comunicación e incapacidad de trabajar en equipo. Preocupa y duele. Solo espero que lo que viene no haga de este gobierno por el que votamos masivamente, algo masivamente indefendible.

Todos los gobiernos cometen errores, todos tienen desaciertos, todos tendrán opositores y todos serán juzgados con severidad por sus desatinos. Lo grave de estar dando tanta papaya a tan pocos meses de haber sido elegido el primer gobierno de izquierda de la historia colombiana es, justamente, que es el primer gobierno de izquierda de la historia colombiana. Y la derecha se encargará de sobredimensionar cada error –pequeño o grande– para que este sea el primero y también el último gobierno de izquierda del país.