El nuevo traje del presidente

17 Febrero, 2021

Por PABLO NAVARRETE

Había una vez un hombre llamado Iván, que durante cuatro años jugó a ser presidente, sin saber que en vez de terminar su mandato recordado como uno de los jefes de Estado más jóvenes que ha tenido Colombia, su nombre pasaría al muro de la infamia como uno de los peores presidentes que tuvo este país, y su paso por la Casa de Nariño sería la pala con la que empezaría a sepultar su lánguido capital político.

Ése sería un buen comienzo para explicarles a las generaciones venideras la historia de un fracaso que se anunció desde el mismo instante en el que Álvaro Uribe puso su dedo índice encima del hombrecito parlanchín que lo representaría a él, y a sus miedos más profundos, ante el solio de Bolívar.

 Sin embargo, su gobierno – que ha sido una verdadera agonía -, también se les podría explicar  a las generaciones futuras teniendo como punto de partida a ‘El nuevo traje del emperador’, un cuento escrito por Hans Christian Andersen, quien narra la historia de un emperador soberbio y arrogante, que un buen día recibió la visita de unos estafadores, que aprovechándose de su exceso de vanidad, le vendieron la idea de hacer un traje esplendido con unas telas extraordinarias, muy finas, según ellos, porque eran invisibles a los ojos de quienes no merecieran el cargo que ostentaban o de quienes eran inapelablemente estúpidos. 

El emperador, cegado por la sed de vestirse con las telas más bellas que ningún otro hombre había visto jamás, decidió comprarles a los estafadores el tal vestido cuya tela no era más que una fantasía bien explicada por los timadores. Y cada vez que el viejo emperador mandaba a uno de sus lacayos a ver el traje que los supuestos sastres le estaban confeccionando en el telar de su opulento castillo, volvían a sus aposentos sin haber visto nada, pero diciéndole que el vestido era un verdadero espectáculo, por el miedo que les daba sentirse estúpidos o inútiles en su cargo. Y cuando estrenó su traje, el que tanto esperaba, el emperador empezó a pasearse por todo su reino esperando que la muchedumbre aplaudiera la belleza de su ropa, sin darse cuenta de que los tales sastres le habían puesto sobre sus hombros nada más que una gran mentira. Una ilusión. Y entonces, convencido de estar vestido con las mejores telas del mundo, saludaba empeloto a su pueblo. Haciendo el ridículo. Embrutecido por la arrogancia que otorga el poder. 

Eso mismo le pasa a Iván Duque. Tal vez, para mi es más soportable este gobierno infame si lo observo con cierta dosis de hilaridad y reduzco la verdadera oda a la tontería, que Duque lleva haciendo durante más de la mitad de su periodo como presidente, a la soberbia de un emperador que protagoniza un cuento para niños de cinco años. Pero, en lo que a mi concierne, las vidas del emperador berrinchudo y de Duque son bastante parecidas: me imagino al estafador que le vendió al bufón (Duque) de su corte la idea de ponerse el traje invisible de presidente, me imagino a ese estafador con ínfulas de buen sastre diciéndole que a él le quedaba muy bien el traje de presidente. Que es un candidato idóneo, y que el traje de presidente sería el mejor de toda la región. Que ser presidente era sencillo. Que si los estúpidos lo criticaban, los ignorara.

Y luego de que logró vestirse de presidente, todos lo empezamos a ver como el emperador petulante que es: desfilando con su traje invisible de presidente, imaginando que hace bien las cosas, sólo observando a quienes le hacen reverencias, porque actúan bajo el mismo encanto impuesto por el estafador que le hizo creer a toda esa corte de miedosos que a Duque le quedaba bien su nuevo traje de presidente y que decir lo contrario los haría estúpidos y tal vez infieles. Sólo imagino a esa corte de bufones el siete de agosto de 2018 mientras le ponían el nuevo traje de emperador para posesionarse como mandatario de Colombia: “su majestad, qué bello está el velo que posa sobre sus canas recién pintadas, qué hermosa la casaca, qué bellas las calzas, qué bello su nuevo traje”, creo que dirían todos mientras sostenían entre sus gargantas el sapo de la vergüenza ajena.

Hoy vemos a Duque, - como el viejo emperador del cuento de Andersen -, destinando su vasta fortuna a alimentar su inmensa vanidad. A comprar espacios en televisión para que su pueblo lo ame, mientras millones de dedos índices posan sobre su cuerpo fofo que ha quedado a merced de los memes, porque hasta los gorditos que cuelgan de su barriga de Buda y su papada (ya entrada en kilos) se le ve, todo se leve, porque su traje de presidente es una enorme y angustiante ilusión. Y por más que siga intentando caminar haciendo de presidente, su traje seguirá siendo invisible.

Y lo vemos hacer populismo con las vacunas del pueblo que se muere frente a sus narices, lo vemos alimentar las barrigas de sus compinches mientras su gente se retuerce de hambre, y lo vemos tan campante. Tan tranquilo. Tan convencido de que la tela de su traje de presidente estelar le queda bien. Tan convencido de ser el presidente de todos los colombianos. Y tan ciego, mientras su pueblo lo señala avergonzado, entristecido y apenado de verlo pasearse con su traje invisible de presidente y con sus vergüenzas al aire.

El final de ‘El nuevo traje del emperador’, no desampara esta fábula malograda que ha sido el gobierno Duque, porque en el cuento, Andersen escribe que una mujer del reino grita desde el tumulto “¡Pero si no lleva nada!” y tal vez, sólo tal vez, el emperador pudo haber escuchado que algo no estaba bien, pero su soberbia era más grande que la realidad y siguió caminando con su séquito de aduladores. Y pareciera que el presidente Iván Duque padece de lo mismo, porque mientras sus muchas miles de barbaridades ensombrecen, enlutan, entristecen y marchitan las vidas de los colombianos, y el país le implora un mínimo de cordura, él ignora todo, lo escucha pero no entiende, y sigue por ahí, encantado de estar vestido con el traje de presidente que le regaló el estafador, haciendo que manda sin mandar, haciendo que hace sin hacer, y prefiere seguir metido en su nuevo traje de presidente invisible, con su figura blancuzca expuesta ante su gente, aguantando todo en nombre del orgullo y de la soberbia, mientras camina con la cabeza muy en alto, revestido por la fantasía de ser presidente, mientras su séquito sostiene, a cada paso que da, la cola inexistente de su nuevo traje de presidente.

 

PABLO NAVARRETE

@PabloMNavarrete