“El mundo nunca está quieto ni callado, es un organismo vivo”: Paul Brito

05 Diciembre, 2020
  • El escritor barranquillero acaba de lanzar su novela Restos orgánicos de un mundo anterior, en la que hace profundas reflexiones sobre la muerte de su madre a causa de Parkinson.

Foto: Orlando Amador Foto: Orlando Amador

Por DIANA LÓPEZ ZULETA

La muerte, concebida por el escritor Paul Brito, tiene otro significado menos convencional, más profundo, más reflexivo. Es la muerte, no vista únicamente desde el vacío, sino como algo que sigue en movimiento e incluso lo revoluciona. Su último libro, Restos orgánicos de un mundo anterior (Seix Barral, 2020), narra las vivencias y la enfermedad de Parkinson que padeció su madre hasta llevarla no al descanso eterno sino al movimiento puro.  

Paul evoca las horas de su pasado sin sensiblerías: la brisa fresca del mar Caribe, los latidos del corazón de su madre cuando él la abrazaba, la búsqueda de los últimos pasos de su padre como entrenador de fútbol, la historia de sus abuelas macondianas capaces de predecir cuando alguien iba a morir…

Es una novela autobiográfica narrada con la distancia de la tercera persona, pero que no se queda en la memoria de su niñez, ni en la de su padre Fabio Canario Brito, o el sufrimiento de su madre Marina Ramos Roca. Es un volver del revés para transformarlo. Significó leer las investigaciones de James Parkinson sobre paleontología y la parálisis agitante, y extrapolarlos a la muerte; a esa muerte que, tras la fragilidad y el vacío, necesitaba darle otro sentido para poder continuar. Resignificar que esta no era un acontecimiento estático —ni era el final—, y que él mismo era un residuo de los restos de su madre.

Paul Brito habla de física, filosofía y ciencia, no como conceptos abstractos, sino conectados con la vida y la literatura. Su conocimiento se debe, en parte, a que estudió Ingeniería Industrial y Filosofía de la Ciencia, aunque siempre ha sido autodidacta y se ha dedicado desde hace 25 años a la escritura. Nació en Barranquilla en 1975. Es autor de cinco libros. Ha escrito cuentos, ensayos, novelas y crónicas. Su prosa se caracteriza por ser tan profunda como filosófica, pero de lectura tan sencilla como clara, sin llegar a ser predecible. Siempre finales inesperados —sin que sean definitivos—, preguntas existenciales, personajes en búsqueda de ellos mismos.

En esta entrevista con La Nueva Prensa, Brito reflexiona sobre su último libro.

Portada libro Restos Organicos de un mundo anterior

Diana López Zuleta: Creo que si hay algo que identifica a tu libro es la nostalgia.

Paul Brito: Claro, hay mucho de nostalgia porque muchos de los textos que están ahí los escribí desde la convicción y la resignación de que esos momentos narrados ya no iban a volver nunca y, sin embargo, siento que están dentro de mí para siempre. Si algo entendí con la muerte de mi madre es que se clausuraba un mundo y este quedaba encerrado en mi interior, como secuestrado. Entonces yo debía comenzar a encontrar puentes o túneles para rescatarlo y reconectarme con él, para reconstruir la continuidad de mi tiempo vivo, su movimiento interno.

D.L.Z: En el libro dices: “Había encontrado que era un sobreviviente, un residuo del pasado, eso que siempre somos en el futuro: escombros, vestigios de un mundo que va dejando todo atrás y que nos concede como único consuelo los recuerdos”.

P.B: Los restos te van dando pistas y se van entrelazando. Parecen despojos de algo que ha quedado muerto y destruido, pero tal como sugiere mi libro y nos enseña James Parkinson, esos pedazos también sirven de bisagra o costuras, y al final uno es esa reunión de pedazos. Pero no una suma, sino una unidad orgánica, es decir, dejan de ser pedazos sueltos. Por eso me gusta que Parkinson haya llamado a los fósiles restos orgánicos de un mundo anterior; para él no eran simplemente restos sino pistas relucientes, “medallas de la creación” que unían una porción de una era geológica con otra, intersecciones claves o enlaces que te ayudan a rescatar la totalidad de la vida.

D.L.Z: Citas la investigación de Parkinson sobre los fósiles. ¿Estos vendrían siendo recuerdos vivos?

P.B: Sí, recuerdos vivos que se siguen moviendo. Yo los relaciono con los dinosaurios y otros animales que vivieron hace miles de años; quedaron sedimentados en una capa de la tierra, y después de años de decantación, hoy son el carbón, el petróleo, que usamos como combustibles. ¿No es curioso? Que algo muerto hace miles de años sea hoy lo que mantiene en movimiento las industrias, los automóviles, el transporte aéreo, fluvial, marítimo. Lo que esto demuestra simplemente es que nada está muerto totalmente sino en constante movimiento, y en ese sentido el cuerpo es, no un simple receptáculo de la vida, sino una especie de resistencia o filamento para, más bien, detener un poco ese movimiento absoluto que está detrás de todo.

D.L.Z: Tu literatura está cargada de símbolos. ¿Cómo van apareciendo esos símbolos a lo largo de tu escritura?

P.B: No sé muy bien, porque la gracia de los símbolos es que se van formando solos, se van decantando de forma natural. Uno se obsesiona con un tema, una historia, unos personajes, una intuición, y de tanto darles vueltas van estableciendo relaciones y tensiones entre sí, entrelazándose hasta formar una trama, un texto (recordemos que la palabra proviene de textum que significa tejido) y esa red, a su vez, va reteniendo nuevos elementos y formando nuevos tejidos. El mundo nunca está quieto ni callado, es un organismo vivo. Algo siempre susurra entre los intersticios de las cosas, como el viento cuando pasa entre las ramas; el silencio no existe, uno escucha bien y comienza a percibir señales, indicios. Un símbolo es su melodía de fondo, está más acá de las palabras y más allá del gruñido, en un punto intermedio que conjuga lo mejor de lo humano y de lo divino.

Marina Ramos Roca

Marina Ramos Roca

D.L.Z: Dices que cuando tu madre murió quedaste “pedaleando en el vacío, moviéndote estático y torpe por los mismos lugares” y que ahí fue cuando recordaste el fenómeno de la cinesia paradójica. ¿Cómo salir de allí, es decir, cuando se está en el vacío?

P.B: Mira lo que hace Pe (el personaje) al engranarse con esa energía que está allí moviéndose siempre. Encuentra la manera de seguir avanzando, porque lo que existe al final es el movimiento, la transformación; uno no puede quedarse estático por mucho tiempo, no es el estado natural de la materia ni de la energía.

D.L.Z: Por eso, en el capítulo siete, “Autonomía caudal”, cuentas la historia de un niño que le lanzó una piedra a una lagartija y quedó cercenada, pero su cola seguía moviéndose. Y cuando Marina le explica de forma científica que la lagartija podía regenerar la cola, dices “la vida siempre encontraba la manera de continuar”.

P.B: Que una cola se siga moviendo apartada del cuerpo es impresionante. Yo terminé ese texto sin saber que había animales que podían regenerar el cuerpo a partir de un pedazo, y un día, en el acuario del Rodadero, nos enseñaron un animal que se reconstruye a partir del pedazo, tal como yo lo había anunciado ahí, y luego encontré otros también. La lagartija puede reconstruir la cola, pero esos otros animales, a partir de la cola, vuelven a nacer, a revivir, desde un fragmento. La naturaleza tiene tanto poder para asombrarnos y enseñarnos, porque este proviene precisamente de la capacidad de reinvención que tiene la materia.

D.L.Z: La filosofía siempre bordea tu literatura y le imprime profundidad a las cosas más simples. ¿Fue primero la literatura o la filosofía?

P.B: Si me pongo a recordar cosas muy explícitas, pareciera que la literatura está primero, porque por allá a los 11 años me comenzaron a gustar los cuentos, pero luego me doy cuenta de que siempre me han gustado las grandes preguntas de la vida, siempre me han obsesionado desde pequeño. Entonces quién sabe si fueron esas grandes preguntas, inevitablemente filosóficas, las que me llevaron a la literatura. Yo siento que no puedo trabajar las historias sin un trasfondo filosófico, y no puedo trabajar la filosofía sin un trasfondo literario; son indisolubles.

Lo importante de los recuerdos no es la anécdota sino lo que sigue resonando en tu interior y puede seguir leyéndose de otra manera, y te puede ayudar a releer el presente

D.L.Z: El tiempo es una gran línea que atraviesa tu escritura, es decir, el tiempo como tema. Dices, por ejemplo: “el tiempo parece una rama que arde y finalmente se apaga”. ¿Cómo comenzó esa obsesión por el tiempo? ¿Qué significa para ti el tiempo?

P.B: El tiempo es una extensión vibratoria del instante. Cada instante tiene unas ondas que no terminan de moverse. Me obsesiona saber hasta dónde te pueden llevar. Para mí el tiempo es también una estructura, una forma de organizar el mundo. ¿Y cuál es la estructura temporal más cercana? Tu propia vida, tu propio cuerpo. Por más que yo estudie definiciones filosóficas y científicas del tiempo, el tiempo —y eso nos lo enseña la literatura— no es lo que me dicen y lo que yo leo, sino lo que yo mismo vivo. Yo puedo leer todo lo que quiera sobre el amor, pero para mí el amor es lo que siento, por más que Petrarca o Pablo Neruda me den sus mejores definiciones en versos inmortales.

D.L.Z: El hecho de que tú no uses WhatsApp y no seas tan seguidor de las redes sociales, ¿tiene que ver con que te van quitando tiempo a mordiscos, o hay alguna razón especial?

P.B: Yo siento que ese andamiaje virtual nos obliga cada vez más a estar conectados a toda hora, y nos somete a ritmos y frecuencia externas. Es como si en épocas pasadas, en que no había internet, nos hubieran obligado a permanecer todo el día hablando por teléfono e interactuando en la esquina con los amigos del barrio y los vecinos. Ya en esa época yo me refugiaba en la casa, en mi enciclopedia, en mis inventos. Ahora, en cambio, la única forma que encuentro de mantener ese reducto interior es resistiéndome al WhatsApp, y manteniendo el internet fuera del celular. Antes podía apagar el internet de la casa y seguía funcionando el teléfono fijo y el televisor, ahora no se puede porque se apaga todo. Entonces lo que hago es desconectarme por ratos de la pantalla y refugiarme en mis libros y cuadernos. Vuelvo al papel y al lápiz, y siento mucho alivio, tranquilidad, una coherencia interior, que a mí me parece esencial en el escritor. Poder estar de cara solo con mi ideas, intuiciones e historias.

D.L.Z: Hablas de recuerdos que a veces son como postales. ¿Cómo crees que la memoria selecciona esos recuerdos que son como pinceladas?

Fabio Canario Brito

Fabio Canario Brito 

P.B: Es extraño porque no parece que uno los seleccionara, sino que el mismo inconsciente lo hiciera por uno, y a veces uno no sabe por qué se acuerda más de algo que de otra cosa quizá más importante. Es extraño cómo la memoria va escogiendo y decantando algunas cosas, y otras las desecha, las va descartando, y no tiene que ver con que sean malos o buenos momentos, porque uno los conserva indiscriminadamente. La memoria es funcional como todos los órganos y creo que escoge de acuerdo con lo que te sirve para el presente y para proyectar el futuro. Hay cosas mucho más importantes en mi pasado, pero así como el libro solo acoge las que sean más importantes en el marco del libro, también la memoria escoge las más cruciales de acuerdo con el marco de mi presente y mis expectativas para el futuro, y las va constituyendo como símbolos. Lo importante de los recuerdos no es la anécdota sino lo que sigue resonando en tu interior y puede seguir leyéndose de otra manera, y te puede ayudar a releer el presente.

D.L.Z: ¿Crees que tus muertos también son parte de ti?

P.B: Son parte de mí, me constituyen, me configuran como ser humano y se vuelven necesarios para mi vida. Eso es lo que más me atrae del tiempo, que pareciera un circuito abierto al futuro, y desde esa apertura hay una total plasticidad y una total libertad para avanzar en el camino que te dé la gana, incluso el más opuesto a la línea secuencial de tu vida. A mí lo que me interesa del tiempo es que del pasado al presente hay como una inevitabilidad, una continuidad o compenetración sistemática que vuelve necesario todo lo que te ha pasado para constituirte, pero luego a partir de allí todo es plasticidad, apertura, novedad. Me intriga entonces cómo el tiempo puede ser cerrado y abierto al mismo tiempo, como puede ser continuo y discontinuo a la vez; en búsqueda de una reconciliación de esos extremos se la pasa uno toda la vida. Lo que sí es claro es que el pasado te condiciona para la persona que eres hoy, pero no te condiciona para ninguna acción futura; cualquier decisión puede ser totalmente opuesta a tu pasado. Como si el presente actualizara la Creación a cada momento. El futuro es el lugar donde se rompe la causalidad. Mira el ejemplo de Althusser, un gran filósofo que llevaba 70 años viviendo una vida racional, sistemática, filosófica, y un día ahorca a su esposa. Por más que haya estudiado filosofía y ética, por más que haya meditado y estudiado la naturaleza humana, todo eso puede cambiar en un solo instante y redefinirte.

Yo siento que ese andamiaje virtual nos obliga cada vez más a estar conectados a toda hora, y nos somete a ritmos y frecuencia externas

D.L.Z: En el libro cuentas la historia de un perro que era hincha del Junior, un gato que le gustaba tomarse los restos de cerveza. También cuentas que tu bisabuela tenía el poder de saber cuándo una persona iba a morir. ¿Crees que tienes influencia de García Márquez o es el Caribe el que te ha influido?

P.B: García Márquez agotó el Caribe, lo exprimió de manera magistral. Detectó sus elementos principales y los potenció al máximo. A él lo alimentó la cultura del Caribe y él alimentó la cultura del Caribe hasta el punto que ya están fusionados, son la misma vaina. A estas alturas, que te influya García Márquez o te influya el Caribe es prácticamente lo mismo. Eso lo logra alguien cuando se vuelve un referente cultural. Mira a Cervantes, mira a Don Quijote; aunque haya mucha gente que no haya leído ni una página de esa novela, ve a alguien idealista, soñador, y le parece quijotesco. O ve una pelea y dice: “Se formó la de Troya”, sin saber de dónde proviene esa referencia, pero ya está integrada a su alma.

D.L.Z: Dices: “Lo cierto es que el mundo está levantado sobre el más completo misterio, comenzando por la desaparición de un ser querido: ese hueco sin fondo, esa pregunta sin respuesta”.

P.B: La ciencia pretende ser totalmente objetiva, pero es imposible porque nosotros hacemos parte del mundo, del universo; estamos dentro de nuestra materia de estudio. Nuestro propio cuerpo, nuestra propia visión, es un punto ciego, y ese punto ciego es el que explora la literatura, ese abismo que es uno mismo. Tú puedes conocer la extensión de las cosas, puedes inventarte toda la tecnología que quieras para llegar a los confines del universo, pero ¿cómo carajos van a inventar algo para llegar a los confines de uno mismo? Nunca. Siempre va a haber ese agujero negro, y hay temas como la muerte y otros que nunca van a poder conocerse a fondo, lo máximo que podemos hacer es vivirlos en carne propia y vivirlos hasta el fondo. ¿Cómo vive uno la mayor lección que puedas encontrar en este mundo? A través de la muerte, y yo creo que hasta el mismo momento en que uno se está muriendo está aprendiendo, y aprendiendo al máximo. Cada momento es un aprendizaje tremendo y ese aprendizaje no es otro que adentrarse totalmente en uno mismo.