El momento actual

28 Mayo, 2022

Por RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL

Profesor emérito, Universidad Nacional

Profesor titular, Universidad Libre

Colombia bien puede representarse como un gran teatro de la crueldad, donde las pesadillas de los crímenes de siempre se combinan con las formas modernas de exterminio: bombardeos con misiles de largo alcance, minados y armas automáticas. Las formas actuales de la muerte son las mismas de los tiempos infames.

Se vive la continuidad del genocidio contra el pueblo, que, cuando amaina o cesa, es para planificar mejor las próximas oleadas de matanzas. Sigue vigente la tragedia shakesperiana cuando en Macbeth el personaje Malcolm pregunta a Ross “¿Cuál es la más reciente desgracia?” Y este, que trae terribles noticias, prefiere, inicialmente, precisar el tiempo de lo trágico: “La que data de una hora es ya tan antigua que olvida la que anuncia, pues cada minuto trae una nueva”.

El momento político es violento, despiadado. Ante las muertes por doquier, las formas de la hipocresía ceden paso a la virulencia y se relacionan con los otros azotes: el de la pobreza y el desamparo de las mayorías nacionales. La violencia del lenguaje se corresponde con las violencias fácticas y la muerte en vida de los miserables, los parias de toda condición.

Grandes personajes son el fraude electoral, el saqueo de los recursos públicos, la inmoralidad convertida en virtud, lo que confirma el acorralamiento de los valores éticos compartidos. Lo que reina es el cinismo político con sus tartufos, candidatos de paja, vendedores de ilusiones, estafadores de conciencias. Una realidad de inmundicia y un soso olor a matadero. Una época que aporta una nueva oleada de inmoralidad política en la sociedad del espectáculo.

Hay que limpiar a Colombia del maquillaje y la impostura para que asuma su verdadera condición de desgracia en que la tienen sumida las clases y los partidos dominantes.

La situación de Colombia en el escenario internacional es desastrosa. Las agresiones a Venezuela y a Cuba responden a conspiraciones de la ultraderecha norteamericana y están fracasando estruendosamente. El gobierno de Duque, después de conspirar contra la candidatura de Joe Biden, pasó a ser el más domesticado de los gobiernos de nuestra historia.

La adhesión a la OTAN y el apoyo a la guerra en Ucrania van en contra de los principios del no alineamiento, la neutralidad y el activismo a favor del cese de la confrontación con el derecho internacional de la paz, mediante negociaciones. Lo urgente es restablecer la vigencia del derecho internacional que incluyan el retiro de Rusia de ese país, asumir sus responsabilidades y la aceptación por parte de Ucrania del principio de la neutralidad y el castigo a las bandas paramilitares.

En relación con nuestra América, hay que restablecer la unidad con el vecindario, asumiendo esto como el eje de la política internacional del país, para convocar una negociación en Bogotá de los países víctimas del narcotráfico, que acuerden directamente con Estados Unidos el cese de la guerra contra las drogas y diseñen los nuevos tratados de extradición que se requieren.

El debate electoral en curso muestra un torrente inequívoco de apoyo al relevo de las elites y los modelos económicos-políticos por parte del Pacto Histórico, con Petro y Francia. Nada descarta que ganen en la primera vuelta y de allí el desespero de los que se saben perdedores en crear el caos electoral y/o realizar el atentado contra Petro y Francia.

El sonar de las trompetas llamando a un frente contra Petro y Francia es un anuncio del desespero del paraestado y la parapolítica, del Uribato, del liberalismo hipócrita, de los titiriteros del centrismo. Pero Colombia no es un país de mierda, como se repite con pesimismo y depresión. El pueblo aspira encontrar la ventana histórica, la oportunidad para lograr sus derechos aplazados y negados.

Con el probable triunfo del Pacto Histórico no se llega a la tierra prometida, pero sí se abre la casa común a los vientos de unidad nacional, democracia política y social, así como al derecho internacional que restablezca la dignidad de Colombia. El momento es incierto, con su perplejidad pletórica de acechanzas y, sin embargo, el principio esperanza está presente cargado de futuro, reviviendo las mejores herencias.