El gobierno de los simios

15 Septiembre, 2020

Por GERMÁN NAVAS TALERO Y PABLO CEBALLOS NAVAS

Estábamos quienes esto escribimos en un lejano país asiático y observamos a la distancia un grupo de metiches “turistas” que hablaban y miraban con atención. Imitando -como es natural entre turistas- nos acercamos al tumulto; cuando alcanzamos el centro de la pequeña reunión, nos indicaron con la mano lo que en cachaco llamaríamos “escunche”, o lo que es lo mismo: «pague». No sabíamos por qué había que pagar, pero igual sacamos un par de verdes (USD) y se nos permitió pasar. Lo que veían era a un flaco de túnica con un canasto y un ofidio o culebra que salía de este, el cual nos escudriñaba como cualquier político en busca de votos. En ese momento nos percatamos cuál era el atractivo del espectáculo: el reptil, al escuchar el silbido de la flauta, se levantaba del canasto a curiosear. Otros crédulos como nosotros dijeron “un encantador de serpientes”.

Indagando después vimos que no hay tal encantador de serpientes ni serpientes que se dejen encantar, lo que pasa es que el animalito al escuchar el ruido se despierta. Al estudiar un poco más sobre el tema, conocimos que hasta un vallenato mal tocado podría sacarlo del canasto, porque lo que llama su atención es la nota aguda. Nieto y abuelo nos miramos y dijimos: así son los políticos de un pueblo lleno de ignorantes, donde les aplauden -a unos encantadores o a unos culebreros- sin entenderles ni una palabra de lo que dicen. El día en que ocurrió nuestra anécdota seguimos caminando y advertimos otro pequeño grupo de personas, quienes se reunían alrededor de otro flaco de túnica, pero ahora con dos micos. Naturalmente nos acercamos a ver qué hacían: uno de los micos brincaba y el otro hacía lo mismo, uno tocaba el tambor y el otro hacía lo propio, le dimos un banano al que parecía ser el profesor y el otro pidió uno para él. Preguntamos y nos dijeron lo que para ese momento ya era evidente, que cuando el primero actúa, el segundo repite. Inquiriendo qué pasaba cuando habían más micos, nos respondieron que al parecer celebraban el comportamiento del otro y solían replicarlo, es decir, que los micos tienen público en los otros micos.

Sin embargo nos comentaron algo que desconocíamos; sostuvieron que cuando era un humano el que educaba al mico, este último se animaba a probar más allá de lo conocido, mientras que cuando se trataba de un mico enseñando a otro mico, la capacidad de aprendizaje se reducía y se limitaba a copiar lo que su congénere había hecho. En otras palabras, cuando un mico es educado por un ser humano para que haga determinadas labores, este sigue la enseñanza pero sin dejar de observar lo que hacen los otros, por lo cual su capacidad de aprendizaje es mayor, a diferencia de aquel educado por otro simio, cuya capacidad se reduce a lo instruido. Con esto en mente, preguntamos cuál de los dos sería el mico más capaz y la respuesta obvia fue que era el entrenado por humanos.

Traído al campo de la realidad, un individuo -diríamos el mico mayor- enseña a otro -el mico menor- a hacer algunas pruebas, pero partiendo de la base que ese mico menor carece de iniciativa, él solo hace lo que el mayor mico le enseñó. No obstante, a veces la memoria le falla y lo hace peor que el mico original. No sabemos qué estarán pensando ustedes, pero no sean malintencionados. Hay gobernantes que parecen micos y los que les siguen en orden parecen micos mal enseñados, como un dictadorzuelo que intentará hacer lo que hizo un dictador, obviamente con menos raciocinio y mayor irresponsabilidad.

Hay personajes que manejan todo con la fuerza y poco con la razón, porque para ellos todo es “desorden” público. No les importa cuántos falsos negativos tengan que llevarse por delante. Pero cuando ese mico o gobernante le entrega a su sucesor el poder, el nuevo mico y sus genízaros no saben emplearlo y terminan asustando a la gente, más no convenciéndola. Los genízaros, sin tener quien les dé ordenes racionales y al ser dirigidos por un segundón del aprendiz de mico, cometen toda clase de desmanes. Los micos pequeños comienzan a aprender y le pierden el respeto al mico mayor, al mico intermedio y a los genízaros dependientes de aquel que llaman Ministro, que es un recomendado de otro que llaman el matarife.

Lo grave de estos aprendices de micos es que les pasa lo de aquella fábula que relata cuando meten maní dentro de un calabazo, el mico mete la mano allí e intenta sacar el maní y al aumentar el volumen de su mano, no puede sacarla y se queda atrapado por su propia mano. Si estuviéramos en la época de Esopo -“los animales hablan”- diríamos que en Colombia un simio impuso un orden desordenado a base de violencia y quien hoy en día desempeña el cargo que aquel tenía, se ha desbocado; no solo dando poder a los genízaros, sino también tratando de sacar todo el maní con las manos llenas para introducirlo en la panza de sí mismo y de sus interesados seguidores.

En las fábulas se hablaba de calabazas, ahora en este mundo moderno hablamos de las arcas del Estado, de donde sacan dinero para hacer préstamos a las multinacionales extranjeras y no a nuestras industrias caseras. No nos angustiemos, en este pueblo de genios hay algún tonto que dice que esto es «la democracia más solida de América», nosotros contestamos:eso no es cierto. Esta es la peor “micocracia” de este bárbaro mundo que es llamado ahora mundo moderno.

Estamos seguros que este medio de comunicación no nos lo podrán cerrar por referirnos al zoológico político, salvo que quienes lo leemos dejemos de hacerlo, pero nos queda la satisfacción de que dijimos lo que queríamos en un principio de semana que no augura ser más tranquila que la anterior. Ya veremos alcaldes hablando de sus excelentes gobiernos, de sus excelentes medios de movilización y uno que otro protestando porque nosotros no aplaudimos al gobierno de turno como focas de circo. Clap clap clap, nunca. Nos tildarán de antigobiernistas y nosotros contestamos al unísono: eso es fake. No podemos ser antigobiernistas por algo elemental, aquí no hay gobierno.

Adenda: hablando de genialidades de nuestros particulares gobernantes, en Bogotá decidieron reducir varias de sus vías principales para dar paso a improvisadas ciclorutas.

Ya imaginarán ustedes el caótico resultado.

cuarto de hora