El general Sanabria está in

03 Abril, 2023

Por ADRIANA ARJONA

La imagen de la Virgen con el niño Jesús en brazos se ve en primer plano mientras el director de la Policía Nacional de Colombia, Henry Sanabria, da una entrevista a Revista Semana. Al fondo, en el escritorio, otra virgen y un crucifijo. Y justo detrás del general, un altar con más vírgenes, más crucifijos, imágenes de santos y flores. Parece un puesto de venta cercano a la Iglesia del 20 de julio y con tono de Pastor cristiano habla el general, quien asegura sentirse santificado cuando otros lo critican por expresar su fe de manera pública, pues así lo dice San Mateo 5. Recita el versículo de memoria.

El general habla con naturalidad de los exorcismos que se llevan a cabo en la institución para combatir a los delincuentes, de los agentes que pertenecen a la comunidad LGBTIQ que son VIH positivo porque “(…) no hay de pronto esa educación que les permita a ellos ser cuidadosos en lo que hacen”, y de su oposición al uso del condón por constituir un método abortivo.

Escuchar al general Sanabria es un viaje en el tiempo. Un viaje al pasado. A la médula misma del oscurantismo. A las épocas más retrógradas e incultas de la humanidad.

Con Sanabria no se requieren máquinas como la que inventó H.G Wells en su novela de ciencia ficción La Máquina del Tiempo, ni tecnología como la que imaginaba Isaac Asimov en El fin de la Eternidad, ni mucho menos naves como las que aparecen en Back to the Future o en Doctor Who. No. Las palabras del director de la Policía Nacional de Colombia –altamente discriminatorias, repletas de señalamientos absurdos e imprecisiones científicas– constituyen el único dispositivo necesario para este viaje al atraso.

Tras la publicación de la entrevista a Henry Sanabria no pasó mucho tiempo antes de que Claudia López, alcaldesa de Bogotá que pertenece a la comunidad LGTBQI, expresara su indignación. El presidente del Senado de la República, Roy Barreras, aseguró en su cuenta de Twitter que el “Gral. es buena persona pero vive en la Edad Media”. Algunos colectivos expresaron su descontento y activistas exigieron la renuncia del personaje por considerar inaceptable que mantenga su cargo.

Pero así como hay quienes nos sentimos indignados frente a las aseveraciones irresponsables del general Sanabria, otras personas lo defienden, incluido el presidente Petro. Definitivamente, “hay de todo en la viña del Señor”.

Pero ¿por qué lo defiende y lo mantiene en el cargo el Presidente de la República?

Para que el general Sanabria llegara a ser el director de la Policía Nacional, el presidente Petro sacó de la institución a 24 generales que estaban en cola antes que Sanabria para ocupar el cargo. Esta barrida se dió en el marco de un revolcón total de las fuerzas armadas con el fin de eliminar de raíz la corrupción que se vivía al interior del Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y la Policía. Estamos de acuerdo con la premisa de corrupción cero, hace parte del prometido cambio por el que votamos y sobre eso no hay discusión. Tal vez Sanabria cumple con todos los mandamientos de su religión y no miente, no roba, no mata, no comete actos impuros, honra a su padre y a su madre, santifica las fiestas en nombre de Dios, no toma el nombre de éste en vano, lo ama por encima de todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Tal vez Sanabria es incorruptible y eso es maravilloso.

La pregunta es si un fanático religioso es la persona indicada para dirigir una institución como la Policía Nacional; nada más y nada menos que la encargada de garantizar el ejercicio de los derechos y libertades públicas para que los habitantes de Colombia convivamos en paz.

Tras las controvertidas declaraciones del personaje, Petro lo defendió argumentando que en Colombia todos y todas somos libres de elegir y profesar nuestra religión de manera pública y/o privada. Este derecho está contemplado en el artículo 19 de la Constitución Política de Colombia del 91, y eso tampoco se discute.

Pero, ¿qué podemos esperar de un Director de la Policía que con sus declaraciones y sesgos atenta contra los derechos y libertades de los demás colombianos y colombianas? Cuando el general Sanabria habla de las manifestaciones violentas de los jóvenes que hacían parte de la primera línea durante las protestas del año pasado y, dentro de la misma frase, asegura que “detrás de toda acción maligna hay una acción demoníaca” (por eso elevó su crucifijo para detenerlos) está construyendo una narrativa muy peligrosa. ¿Los jóvenes manifestantes son el diablo y él es un soldado de Dios? ¿Qué viene después de esto: calificarlos de herejes y pedir que sean quemados en la hoguera? ¿En la misma hoguera arderán los policías que dispararon a los ojos y cabezas de los jóvenes para matarlos o dejarlos con lesiones fatales y permanentes? ¿O los soldados de Dios tienen permiso de hacer cualquier cosa cuando de “vencer al Diablo" se trata? Considero que es más saludable dejar por fuera del relato los términos religiosos y, más bien, intentar comprender de dónde surge esa violencia que se desborda –de lado y lado– y causa tanto daño. Solo así podremos prevenir que situaciones similares se repliquen en el futuro.  

Entrar en el tema de los exorcismos, la brujería y el consejo que le dan a los agentes cuando de abatir a un enemigo se trata –“disparen pero recen”– raya en lo cómico. Fuimos varios los que nos sorprendimos con las historias de Rosario Murillo, la esposa del presidente de Nicaragua Daniel Ortega, famosa por sus escándalos de brujería. Pero ahora tendremos que quedarnos callados. El general Sanabria está haciendo carrera para quitarle el reinado a la señora Murillo. No es extraño que en otras latitudes nos miren con sorna y desestimen nuestra seriedad.  

Por otra parte, si el general Sanabria permanece en el cargo y habla públicamente sobre los 12.000 casos de VIH dentro de la institución, ¿lo seguirá haciendo desde ese sesgo que lo lleva a asegurar que por pertenecer a la comunidad LGBTQI los agentes no son suficientemente educados y por eso no saben cuidarse? Sanabria parece estar convencido de que solo los heterosexuales conocen del tema y están expatriados del mundo de las enfermedades como el VIH.

Cuando Sanabria habla de lo que se hace al interior de la Policía para prevenir los casos de VIH, habla solamente de “ellos”. ¿No se ha enterado acaso de que mujeres, niños, niñas y recién nacidos –indistintamente de edad, identidad de género o inclinación sexual– también pueden contagiarse?

¿Alcanza a dimensionar lo que significa en un país como Colombia, en el que tantos años nos costó separar Estado de iglesia, que el director de la Policía Nacional asegure que el condón es abortivo –según su religión– cuando está probado científicamente que es el método más efectivo para controlar el flagelo del SIDA?

Estremece pensar que una figura de la talla del general Sanabria demuestre tanta ignorancia frente a un tema de salud pública global y que desconozca en su discurso que el mayor obstáculo para acabar con la pandemia del SIDA reside en las desigualdades estructurales –económicas, sociales, culturales y legales– que no hemos logrado superar. Lo último que necesitamos es sumarle a estas dificultades el estigma, la discriminación, las violencias de género y la vulneración de los derechos de las poblaciones en riesgo.  

Ahora que se avecina la Feria del Libro de Bogotá le recomendaría al general comprar La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag. A través de este maravilloso ensayo sobre el cáncer y el SIDA tal vez el señor Sanabria pueda ilustrarse un poco sobre el peligro de hablar con tan poca atención a las palabras cuando de enfermedades se trata. El léxico que utiliza –cargado de las creencias que no todas las personas compartimos– contribuye a estigmatizar desde la institución que dirige a esta enfermedad y, por extensión, a quienes la padecen.  

Es posible que Sanabria sea un hombre incorruptible. Pero otras palabras que empiezan con el prefijo In también le aplican: insensato, incoherente, inconsciente, inculto. Su necedad es inconmensurable. Sus posturas inadmisibles. Y su permanencia en el cargo debería ser insostenible.