El Dr. William Gutiérrez, víctima del Covid-19 y mártir del abandono y la corrupción estatales

13 Abril, 2020
  • «Los médicos son ángeles que además de tener los mejores corazones se entregan a estudiar sin tregua para servir. Están unos escalones más arriba que muchos mortales», Eric Palacino.


Por CÉSAR MUÑOZ VARGAS *

Al teléfono de la habitación 229 de la antigua Clínica El Bosque de Bogotá, donde una buena mujer pasaba los que serían sus últimos días, entró una llamada interna. Era el mediodía del domingo 25 de mayo del año 2014, se llevaba a cabo la primera vuelta de las elecciones presidenciales. El doctor William Gutiérrez requería con urgencia a los visitantes en la Unidad de Cuidados Intensivos.

Con el rostro lívido, el médico les anunció que a la paciente de la cama dos de UCI, hermana de la convaleciente que permanecía en la 229, tenía que intubarla porque presentaba una complicación en su estado. Hacía poco los hijos habían salido de allí a ver a su tía en el otro pabellón, algo reconfortados porque el reporte daba cuenta de que su madre se encontraba estable. El doctor Gutiérrez, anestesiólogo y uno de los médicos intensivistas de aquella UCI, no podía ocultar su angustia. Demostraba ser un profesional realmente comprometido con su vocación y su misión de salvar vidas.

Era de los más consentidores de aquella unidad en la que estuvieron al mismo tiempo, y por diagnósticos distintos, las dos hermanas. Muy especial con ellas y con sus familiares —por más sombrío que fuera el panorama y sin olvidarse de la responsabilidad profesional de informar la realidad sobre la evolución de sus pacientes— siempre tuvo una voz de consuelo para quienes vivían la zozobra.

La paciente de la cama dos no tardó en encariñarse con él y con todos los médicos y enfermeras que le cuidaron durante los tres largos meses de internación en la clínica, dos de ellos en la UCI. Preguntaba por él cuando despertaba de sus largos periodos de sedación y exaltaba lo buena persona que era, su don de gentes. Él fue testigo de su salida victoriosa, de la UCI y de la clínica; también, de la salida en su sueño eterno de la buena mujer de la habitación 229. Por ambas, y por los demás enfermos a su cargo, dio los pasos posibles y esos que las EPS tornan imposibles por causa de la tramitomanía y los límites que ponen a la autorización de servicios y procedimientos. 

Coincidió que dos años después él fue profesor de una sobrina mía que estaba cursando segundo año de especialización en cirugía y que en su proceso tuvo que rotar en la UCI de la Clínica El Bosque con la tutoría de Gutiérrez. Por esos días, el médico, con grado de coronel de la FAC, tuvo que cargar el peso incontenible del dolor por la pérdida de su esposa en un accidente de tránsito. Con el tiempo, fue sobrellevando la pena, por su entrega a la medicina y por el amor a sus hijos.

La noche del reciente 11 de abril, minutos antes de que Noticias Uno confirmara la muerte del doctor William Gutiérrez a causa del COVID 19, mi sobrina me había puesto al tanto. Muy afectada por el fallecimiento de su colega y profesor, por la muerte de Carlos Fabián Nieto horas antes y por el estado de indefensión en que trabajan muchos médicos y enfermeras para enfrentar la pandemia, me compartió luego las siguientes palabras:

«Hoy, domingo de Resurrección, estoy de luto por la muerte de mi profesor y de mis colegas. De luto por la indignidad de las condiciones en medio de las cuales trabaja el gremio, por la falta de apoyo del Gobierno, por nuestro empobrecido sistema de salud a causa de la corrupción, por las injusticias sociales que vivimos día a día, por nuestras desigualdades, por la suspensión sin causa de los contratos de los profesionales. Nos culpan de enfermarnos y morirnos. Hoy nos tratan de héroes y mañana nos dicen criminales. Con el argumento de que somos fuentes de contagio, nos prohíben la entrada al banco, al supermercado y a la misma unidad residencial donde vivimos. Estoy de luto porque nos dejan morir. ¿Para dónde vamos? ¿Qué harán el día que no estemos para ustedes y sus familias? Hoy, estoy de luto».

Es la voz de mujeres y hombres que tienen toda la voluntad de atender la emergencia, es la voz del galeno, del especialista, del que está en Bogotá, del que está en provincia trabajando con las uñas, que recibe mensajes intimidantes en su celular y que por contera lleva varios meses esperando salario, y que aún así tiene que cumplir su misión, sin pago y sin los elementos de bioseguridad que le exigen en su trabajo, pero que no le suministran ni sus contratantes ni las aseguradoras de riesgos laborales.

Se ha dicho bastante que ellos no quieren aplausos, que están hastiados de que los llamen héroes para volverlos mártires. ¿Es tan difícil entender que sin salud no hay economía?, se preguntan los médicos en este país del «Sálvese quien pueda». Pero el ministro del ramo, entre otras perlas, les contesta: «Los médicos no tienen que gozar de prioridades que no tienen otros colombianos».

Entre tanto, el Centro Policlínico del Olaya, donde trabajaba el doctor William Gutiérrez cuando fue diagnosticado con COVID 19, se apartó de cualquier responsabilidad aduciendo a través de un comunicado que el contagio se produjo por el contacto social, no en ese lugar, e insinuando que los mismos médicos no están cumpliendo con los protocolos de higiene y protección ni utilizando los implementos que se requieren para atender la calamidad pública. En otras palabras, es como si a las víctimas las estuvieran revictimizando.

Días antes, la imagen del doctor Gutiérrez se había difundido por redes sociales y medios de comunicación, en ella se le veía sosteniendo una pancarta. «Quédate en casa, cuida de los tuyos y los nuestros. Aquí cuidaremos de ti. UCI CPO». Pero tal parece que de los médicos nadie quiere cuidar, ni este gobierno que los ensalza con palabras melifluas en público y la trillada resiliencia, pero que desoye sus imperiosas necesidades cuando son más que justos los reclamos.

Pasaron los días santos y los canales privados, tan indulgentes con el poder, multiplicaron sus audiencias con la transmisión de las homilías papales. Una y otra vez el papa Francisco hacía un llamado a los gobernantes para no invertir en armas, pero sí en la salud y en combatir la pobreza de la humanidad. ¿Qué está haciendo el presidente creyente y mariano cuando el vicario de Cristo pronuncia esas palabras, qué están haciendo sus ministros? ¿Acaso aplaudiendo al sicópata del norte por la nueva guerra que quiere comenzar? ¿Y la salud? Bien, gracias a Dios.

Y los médicos, como hechos de otro material, y cual rescatistas del World Trade Center, mientras todos van para afuera, ellos van para adentro.

*Sobre el autor: Periodista, comunicador social, reportero gráfico y corrector de estilo. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 2015. Sus crónicas han sido publicadas, entre otros medios, en El Espacio, El Heraldo, El Espectador, Soho y El Andariego. Investigador de la Guía de avistamiento de ballenas y la Guía artesanal de los pueblos patrimonio de Colombia.