Diana López Zuleta y Claudette Colvin

25 Septiembre, 2020

Por FABIO CASTILLO

          La guerra es cosa de hombres, pero la afrontan las mujeres. O los hombres hacen la guerra, pero son las mujeres quienes padecen sus consecuencias. Parece un corolario obvio de la lectura de ese testimonio sorprendente que es Lo que no Borró el Desierto (Editorial Planeta, 2020), la crónica autobiográfica de la investigación periodística de Diana López Zuleta sobre el asesinato de su padre en La Guajira.

          Una revisión para nada exhaustiva me dejó una cifra alarmante. En una historia de sangre, violencia, corrupción política, poder, contrabando y marginalidad, encontré al menos 63 mujeres coprotagonistas, que gravitan en torno a la vida y muerte de la víctima de esa distopía en que el abandono del centralismo estatal ha sumido a La Guajira. Unas pacientes, calmas, resignadas, buenas madres, grandes amigas; otras luchadoras, emprendedoras, cabezas de hogar, que afrontan el machismo local con estoicismo; las otras, que salen a Barranquilla o Cartagena a estudiar con la esperanza de labrarse un camino propio, y Diana, claro, que un día decidió echarse sobre la conciencia el peso del féretro jamás llorado de su padre.  

          Ese tesón y claridad mental que va uno descubriendo en la narración me recordó a Claudette Colvin, la niña negra que el 2 de marzo de 1955 se negó a ceder su puesto en el bus a una mujer blanca que acababa de subir. Cuando el conductor le dijo que dejara libre la silla para que la blanca se sentara, Claudette, con apenas quince años, le respondió, como el inolvidable Bartleby, “tal vez no, es mi derecho constitucional sentarme acá tanto como esa señora, yo pagué mi pasaje y en consecuencia acá me quedo”.

          La segregación era una norma legal en los Estados Unidos de entonces, pero Colvin habló de su derecho constitucional. Y fue llevada a la cárcel. Su caso es patético porque a quien la historia pregona como la primera mujer negra que desafió esa ley es a Rosa Parks, pese a que la actitud de Claudette ocurrió diez meses antes. Y la razón, la más banal, que entonces estaba embarazada y soltera, y tal condición podría dar armas a los blancos que se disponían a descalificarla. Y así el valor de Claudette Colvin apenas se recuerda ahora gracias a una biografía que publicaron Hillary y Chelsea Clinton (The Book of Gutsy Women: Favorite Stories of Courage and Resilience, Simon & Schuster, 2019).

          Paréntesis aparte, Diana López Zuleta maneja en su libro un hilo conductor en la narración que jamás cede, tenso como una cuerda de contrabajo, lo guía a uno para descubrir el periplo vital de la hija del concejal asesinado con una conmovedora sinceridad, que atrapa muy fácil por la arquitectura de la trama, finamente tejida.

          Los originales alquimistas decían poseer el secreto para  transformar el metal bruto en oro, y sólo a sus discípulos más avanzados les revelaban al final de los estudios que era el proceso de investigación el que purificaba, no al metal, sino a su alma. La larga marcha de Diana se inicia con el brutal asesinato de su padre, cuando ella apenas tenía siete años, en febrero 22 de 1997, y culmina en junio 27 de 2017, cuando otra mujer, una juez, condenó a 40 años de prisión a Juan Francisco Gómez Cerchar, alias Kiko, como autor intelectual del asesinato. Y en esa extenuante jornada va surgiendo una gran escritora,  que brota de su capullo como una crisálida que anuncia mariposa.

          Esa búsqueda incesante de justicia –no de venganza, ese sentimiento jamás aflora en el relato personal- lo vive Diana en sus vísceras, la alienta incluso para escoger profesión, amigos y dolerse de alguna cómoda indiferencia aparente en el círculo familiar. Primero verdad, y luego justicia, y el proceso la va despojando del dolor, hasta lograr que aflore.

          La Guajira es un territorio abandonado a su suerte. Nadie en Colombia mira hacia esa esquina, con la esperanza de que ellos tampoco clamen nada del odioso centro. Nicolás de Cusa enunció una ley, todavía no desvirtuada: la periferia no existe y el centro está en todas partes. Pero eso se olvida en la centralista Bogotá, que vive contemplándose el ombligo de sus vacuas y abstractas creaciones jurídicas, mientras la riqueza de todas las regiones se le escapa a Colombia por entre los dedos de la corrupción política.

          A lo largo de las páginas del relato de Diana López Zuleta se vislumbra esa corrupción como trasfondo de todo, y su acumulación impune conduce a que el cacique politiquero de turno sea dueño de la administración de justicia, de sus administradores y sus auxiliares, mientras los representantes de la justicia divina se pliegan al  estiércol que tanto odiaba Papini. Y como en toda la historia de dominio paramilitar a lo largo y ancho del país, unas fuerzas militares que tienen claro que sus armas están al servicio del mejor postor.

          Una breve pesquisa en el “sistema general de regalías” -lo que devuelve el Estado central a las regiones por permitir la extracción de sus recursos-, nos muestra, apenas desde 2012,  que en La Guajira se han aprobado 17.955 proyectos, con una inversión de $46,3 billones de pesos… Y según ellos hay acueductos, tendidos eléctricos, calles pavimentadas, palacios municipales, agua potable para regalar y centros comunitarios y culturales cada dos esquinas. Hay que ver el resultado, y la riqueza de los clanes políticos que la gobiernan para entender el nombre del juego.  

          Quienes no se mueven no notan sus cadenas, decía Rosa Luxemburgo, y Diana no cede el paso. Logra transmitir esa fuerza con una narración sostenida. De nuevo, como dijera Claudette Colvin, “yo sabía entonces, y lo sé ahora, que cuando quieres justicia, no hay vía cómoda para conseguirla. No puedes endulzar esa realidad. Tienes que pararte y proclamar “eso no está bien.”

          Gómez Cerchar estaba tan confiado en  su poder incólume e impune, que se presentó al velorio del padre de Diana para pronunciar una oración plagiada de Jorge Eliécer Gaitán. Si entonces hubiera leído mejor a Napoleón Bonaparte, se habría enterado que su divisa era: «Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo». FC