Del domingo a la minga

20 Octubre, 2020

Por GERMÁN NAVAS TALERO Y PABLO CEBALLOS NAVAS

Entre más conozco a la humanidad

más quiero a mi perro.

Eso dijo la perra.

La frase de la perra que inmortaliza al perro y que le ha sido endilgada a muchos autores cae como anillo al dedo ahora que, en este país de Muiscas, de la familia de los Chibchas – indígenas de rancia estirpe- se nos convirtieron en vikingos, arios; en fin, en personas de mucha mejor familia que los indiecitos caucanos.

La semana que comenzó el domingo ha sido ocupada por toda clase de comentarios respecto a la minga, y muchos de los que de ella hablan no tienen ni pisca de idea de qué es una minga. Un analfabestia de esos sostenía que la minga era el femenino de domingo, pero tampoco sabía que era domingo. Tal es el deseo de hablar paja de los dirigentes colombianos que el señor Diego Molano, ex MinTic y ex concejal peñalosista, en forma crítica e ignorante, afirmó que la minga se había vuelto una marcha política. Es decir, se volvió lo que es: una minga es una tradición indígena que trabaja en forma multitudinaria por la economía, la salud y la educación de la comunidad. Es una manera de unirse para defenderse y sacar adelante su núcleo étnico social. Así pues -don Dieguito-, rásquese las neuronas, y comience por aprender qué es política, y verá que todos los actos realizados por una sociedad buscando su organización son actos políticos, así a usted le parezcan escandalosos. Le hemos oído hablar a usted de política en las comunicaciones y política en la educación, creo que en esa oportunidad usted sí acertó. Hoy nos atrevemos a considerar que quien le sugirió criticar a la minga fue su amigo Peñalosa, aquel que le enseñó a defender los transmilenios. Ojalá hubiera un Transmilenio que conectara el Cauca con Bogotá, para haber traído allí a la minga, y haber recibido su desinteresado aplauso. Tal vez a usted -señor Molano- que debe ser de origen nórdico, le incomodan los indígenas.

Pero también fastidian los indígenas a los arios José Obdulio Gaviria, Nicolás Araujo y al bachiller Mejía, todos ellos cúpula pensante del Centro Democrático, quienes han intentado con una acción popular impedir que estos compatriotas indígenas puedan acampar en Bogotá.

Los citados personajes, actores de la dicha acción, quisieran que a la minga la encierren en un corral, como el ganado antes de sacarlo a la venta, o como hacían los paramilitares con los pobres dueños de la tierra, a quienes encerraban antes de asesinarlos. Tal como sucedió en gran parte de la costa atlántica.

Y fastidia la minga también a nuestro Alto Comisionado para la Paz -tan ‘alto’ como un vikingo, seguramente- pues por su aria estirpe, los indígenas de la minga, para él, no son más que un foco de enfermedad con propósitos electorales y no reivindicativos.

Pero…

La minga ya llegó. La minga ya está en la capital. Bienvenida la minga, así no sea la dominga. Es la marcha de un pueblo que pide que no lo maten; que pide que la fuerza pública lo defienda, y que no los maltrate; que reclama esas tierras que de forma violenta le fueron arrebatadas por los hacendados, quienes hoy se sienten de chéveres familias y miran con desprecio al despojado y maltratado pueblo.

¿Se imaginan ustedes a nuestros ilustres arios comiendo papas a la francesa sólo porque son francesas y dejando a un lado el pellejito u hollejo que es tan rico?

Otro personaje simpático, de esos enemigos de los indígenas, es el señor alcalde de Soacha, quien porta un elegantísimo apellido paisa -muy seguramente de por allá viene- y quien dispuso que no dejaría estacionar en esa ciudad a los componentes de la minga. Olvida este pseudo-alcalde (mandanada) que si hubo una región de Cundinamarca indígena en un ciento por ciento fue la de Soacha, antes de que fuera invadida por gentes de otros lugares. Famosas eran las arepas y garullas de Soacha. Muy seguramente el actual alcalde las confunde con la arepa paisa. Debían los originarios soachunos invitar a su mandanada a algún almuerzo típico del que preparaban los indígenas allí hace apenas algunos años.

Tendré que ir con cuidado a ver si Diego Molano, el primo José Obdulio, Nico Araujo, el bachiller Mejía y el muy alto Comisionado, pueden acreditar sus antepasados nórdicos con algún registro civil o cédula real. No nos cabe en la cabeza que estas personas resulten siendo más colombianas que los dueños de la tierra.

Los indígenas tienen derecho de estacionarse, parquearse o acampar en cualquier lugar del territorio colombiano; territorio que era y sigue siendo de ellos y que hace algunas centurias les fue usurpado por españoles, italianos y árabes que ingresaron por el norte del país y se extendieron como langostas por el norte de este continente (América del sur).

Obviamente los fascistas que no faltan ya están preparando teorías de infiltración para provocar desórdenes y decir después que fueron los componentes de la minga. Desde ahora nos atrevemos a afirmar que cualquier incidente es provocado por personas como las citadas, que no quieren que la minga esté en Bogotá.

Seguramente, si los nórdicos que hemos citado hubieran estado en el momento en que el invasor llegó a la meseta de Bogotá -región de propiedad de los Muiscas-, se hubiesen puesto de lado del español, para robar, masacrar y violar a sus residentes. Y así estos arios de mejor familia se pongan bravos, decimos en coro: ¡QUE VIVA LA MINGA! Y que viva el indígena que es capaz de reclamar sus derechos, a pesar de las balas homicidas que a granel le dispara el ‘civilizado’ hombre blanco.

No podemos olvidar la forma tan patriótica con que el Duks Iván, cuando se encontraba en campaña, buscaba grabarse en todos los largometrajes y cortometrajes, y posar con todos los indígenas que encontraba a su paso; hasta se ponía gorritos en la cabeza, coronas con plumas de papagayo, y cuanto disfraz se le presentara, para así llegarle al corazón a esos indígenas de quienes, en ese momento, necesitaba su apoyo. Ahora, pasadas las calenturas del triunfo y habiendo pelado el cobre, no quiso ir a encontrar la minga en el Cauca ni en el Valle, y a la fecha de escribir esta columna no sabemos si los honrará con su visita una vez se encuentren en la capital de la República. Y, aunque no nos consta, dicen que dijo tras la pregunta de un periodista: “Yo con esa indiamenta no me meto”.

Esperamos los pacifistas que el señor Sherlok Trujillo no los reciba a la entrada de Bogotá con 21 cañonazos, eso sí, dirigidos no al aire sino a las cabezas de la minga.

Me decía un indígena en días pasados que estos políticos repetían: “ya votaste por mí, ahora ya no te necesito.” Esta lección tendrá que servir a nuestro pueblo para que no crea que nuestros líderes de ojos azules y cabello rubio -como así se creen-, pues ellos no son más que unos oportunistas, que llegado el momento reniegan de sus ancestros y honran la memoria de personajes como Hitler y Mussolini, de quienes aprendieron.

Estamos con la minga desde el domingo hasta el día de su marcha.