Dejad que los niños vengan a mi

05 Mayo, 2018

Por JUAN TRUJILLO CABRERA

PizzaGate es el término que se le ha dado al mayor escándalo de pedofilia de nuestros tiempos, producto de los correos electrónicos filtrados por el activista Julian Assange. El nombre hace referencia a la pizzería italoamericana Comet Ping Pong, restaurante que sería uno de los centros de operaciones de éste entramado delictivo. Han sido medios independientes los que han intentado decodificar los extraños mensajes, referentes al pedido a domicilio de pizzas y otras comidas rápidas, por parte de empresarios y reconocidas celebridades del espectáculo. Según hipótesis planteadas por investigadores independientes, del contenido de los emails se pondría en evidencia a una gran red de tráfico de niños con fines de explotación sexual.

“Pizza” haría alusión a chica, “hot dog” a chico, “queso” a niña, “pasta” a niño, “nuez” a persona de color, “salsa” a orgía y “Domino” a prácticas de dominación sexual; entre otros términos encubiertos.

El modus operandi se ejecutaría no solo mediante el secuestro de niños, sino también con la mediación de ONG’s, que habrían facilitado la adopción de menores abandonados y huérfanos de tragedias naturales, como las del terremoto de Haití, que, luego de ser rescatados, nunca se volvió a saber de ellos. En el mismo sentido, el periodista argentino Martin Caparrós, publicó hace unos años un reportaje sobre el turismo sexual con menores en el sudeste asiático.

Y Colombia…, ¿qué tiene que ver con todo esto?

Nuestro país tiene un grueso expediente en desaparición, explotación, prostitución y mercado de niños. Investigadores de la Fiscalía colombiana nos han manifestado, que terminología similar a la revelada por WikiLeaks, se ha encontrado en pedófilos y proxenetas de nuestro medio.

Según indicó Medicina Legal en mayo de 2017, solamente en los últimos tres años desaparecieron en Colombia 24 mil niños. Esta cifra no incluye menores en zonas de conflicto, de los cuales no se tiene datos claras. También podría sumarse la adopción ilegal de infantes que son llevados a vivir al exterior.

La conexión entre la pedofilia y las élites colombianas ya la había planteado el penalista Daniel Mendoza Leal, quién puso el dedo en la llaga, al publicar una serie de artículos en el periódico El Tiempo, relacionados con el crimen de la menor Yuliana Samboní. Considerando que el confeso asesino Rafael Uribe Noguera pertenece a los círculos más próximos al poder, Mendoza construyó una elaborada hipótesis basada en evidencias recolectadas por la Fiscalía, en la que planteó que el portero del Edificio Equus 66 -lugar de los hechos-, fue asesinado porque conocía que dicho edificio era el centro de reunión de una comunidad de pedófilos millonarios amigos de Uribe.

Con lo que no contaba el penalista, es que tan solo un día después de publicar su último artículo, El Tiempo le exigió que retirara todas sus columnas que conectaban a Uribe con la élite colombiana. Al haberse resistido, Mendoza fue expulsado por la puerta de atrás del periódico y sus artículos se desmontaron de inmediato. Lo cierto es que en el proceso de Uribe Noguera, finalmente se le condenó con la teoría de que se trataba de un “loquito suelto”, que con Jack Daniels y pases de coca, degeneró en sicópata. Esta explicación permitió saciar la indignación del público, para que quedara el crimen como un hecho aislado, ejecutado por un solo individuo y desconectado de cualquier red de pedofilia.

Como hipótesis no sería descabellado suponer, que con una élite tan corrupta que nos ha gobernado a los colombianos, éstas prácticas pueden venirse cometiendo desde hace décadas, para satisfacer su propio apetito y sobre todo, el de cúpulas en el exterior…, que solicitan a domicilio hot dogs y pizzas en salsa criolla.