De John Dinges y 'Operación Cóndor' a Julián F. Martínez y 'ChuzaDAS'

30 Abril, 2021
  • A propósito de la reedición del libro de Julián Martínez que desenmascaró la guerra sucia más grande hasta entonces de la historia colombiana, dirigida por Álvaro Uribe Vélez.


Por GONZALO GUILLÉN

La historia de la infamia latinoamericana parecía haber llegado al tope más alto posible con la “Operación Cóndor”. Fue un plan homicida y clandestino casi hasta el final de su existencia en el que las dictaduras del Cono Sur de las décadas de los años 70 y 80 se asociaron para cazar, torturar, intercambiar, asesinar o desaparecer a millares de personas. Caían en sus redes solamente por sospechas de ser contradictoras suyas o promotoras de ideales de izquierda. Lo mismo que, en sentido contrario y en distinto grado, han cometido también tiranías como las de Cuba, Ecuador, Venezuela o Nicaragua.

La “Operación Cóndor” fue iniciativa del tristemente célebre secretario de Estado de Estados Unidos Henry Kissinger durante la administración del no menos funesto Richard Nixon. Incluyó asesinatos masivos de personas lanzadas al mar desde cargueros militares; homicidios de mujeres embarazadas cuyos bebés pasaron, como perros recién nacidos, a manos de terceros que se los llevaron sin dejar rastro; secuestros masivos de personas que desaparecieron para siempre o asesinatos selectivos alrededor del mundo como el del general chileno Carlos Prats, ex ministro del presidente comunista Salvador Allende, entre otros cientos.

De este sindicato terrorista interestatal hicieron parte Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia, con la cooperación ocasional de Colombia, Perú, Venezuela y Ecuador y la dirección suprema de Estados Unidos.

Las mal llamadas “inteligencias” de todos estos países juntaron sus capacidades homicidas para darle a Suramérica el más grande baño de sangre internacional de todos los tiempos.

La mejor descripción de esta era absolutista y brutal es el libro (pormenorizado, juicioso, revelador, valiente y magistralmente escrito) Operación Cóndor, una década de terrorismo internacional en el Cono Sur, del periodista norteamericano John Dinges, cronista especial de Time y Washington Post y profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.

Con tardanzas de 20 y 30 años, una buena cantidad de los asesinos de “Operación Cóndor” fueron desenmascarados, algunas veces juzgados y otras (las menos) castigados de alguna manera, como fue el caso del dictador Augusto Pinochet a quien, al final de su vida, le fue comprobado que además de asesino también se convirtió en ladrón.

Julián F. Martínez. Periodista
Julián F. Martínez. Periodista

 

Esta semana vio la luz en las vitrinas de novedades de las librerías colombianas una nueva edición de Chuza-DAS, del joven periodista Julián Martínez, sobre la guerra sucia y sangrienta que Álvaro Uribe Vélez, aliado con las estructuras renovadas del cartel de Medellín, lideró desde la presidencia, entre 2002 y 2010, a través de la tenebrosa y hoy ya abolida policía política Departamento Administrativo de Seguridad, DAS.

Con el mismo rigor investigativo de Dinges, Martínez describe el proceso mediante el cual Uribe le entregó al crimen organizado la principal agencia de “inteligencia” colombiana, fundada en 1960 por el presidente liberal Alberto Lleras Camargo, en reemplazo del Servicio de Inteligencia Colombiana ­–SIC–, instrumento de represión y delincuencia estatal de la dictadura ­del general Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957).

Durante la era Uribe, el servicio de migración en puertos y aeropuertos, que estaba a cargo del DAS, quedó bajo la supervisión y manejo de las fuerzas paramilitares y narcotraficantes Autodefensas Unidas de Colombia y así lograron darle vía libre a la entrada y salida del país a todo tipo de criminales solicitados por la justicia.

Fueron creadas unidades especiales clandestinas para perseguir y espiar las comunicaciones de opositores, sindicalistas, jueces independientes y periodistas, incluido quien esto escribe.

Las interceptaciones ilícitas de comunicaciones en Colombia se conocen como “chuzadas” y de allí se desprende el título del libro. 

Las principales figuras de la mafia se paseaban por la dirección del DAS y más tarde comenzaron a hacerlo en la propia Casa de Nariño (sede del gobierno). Los equipos que fueron especializados en practicar guerra sucia emprendieron operaciones encubiertas en Europa, Estados Unidos, Venezuela, Ecuador, Brasil y otros países, algo en lo que Colombia nunca había estado inmersa a gran escala y debido a ello hoy cursan a horcajadas cerca de siete procesos penales en distintas naciones en los que el primer implicado es Uribe Vélez.

El libro de Martínez revela con todo detalle cómo Uribe Vélez fue miembro principal de la junta directiva de la empresa Confirmesa, dedicada al lavado de dineros del narcotráfico del Cartel de Medellín.

El DAS protegió poderosas operaciones de narcotráfico a través de la frontera con Venezuela, en alianza con delincuentes regionales como Juan Francisco Gómez Cerchar, alias “Kiko”, quien alcanzó a convertirse en gobernador del departamento de La Guajira (limítrofe con Venezuela) y hoy está preso y condenado por múltiples crímenes.

Los equipos del DAS recorrieron el país cazando sindicalistas y opositores de las provincias en un festín de sangre que recibía el respaldo abierto del entonces presidente  Uribe y sucumbía en los estrados judiciales. Entre las víctimas, frecuentemente se recuerda al eminente sociólogo y académico Alfredo Correa de Andreis, por cuyo homicidio hoy está condenado a 25 años de prisión el director del DAS Jorge Noguera Cotes.

El terrorismo de estado de Uribe Vélez se perfeccionó al grado de elaborar libretos que debían seguir al pie de la letra los verdugos encargados de practicar torturaras y perseguir personas. Fue el caso de la periodista Claudia Julieta Duque. Sus perseguidores tenían precisas instrucciones, por escrito, sobre cómo aterrorizarla, mantenerla en la mira y hostigar a su pequeña hija. Ella misma instruyó la base de su propia investigación judicial –mérito que no le ha sido reconocido­– y consiguió la condena de un puñado de altos cabecillas del DAS. A otros actualmente los tiene en juicio.

Entre mis apuntes tengo que la guerra demencial del DAS contra cualquier ciudadano en algún momento se orientó hacia cerca de cinco grupos de ancianos académicos de distintas ciudades dedicados a estudiar e interpretar la vida y obra de Simón Bolívar. Estos núcleos de estudios, frecuentes desde los orígenes de la República de Colombia, son conocidos como Sociedades Bolivarianas. Mantienen estrechos vínculos entre ellos e intercambian de manera permanente sus experiencias académicas y las debaten en foros.

Un buen día, cualquier “lumbrera” de la “inteligencia” del DAS espió a estas organizaciones beneméritas, presentó un informe según el cual eran seguidoras clandestinas de Hugo Chávez y, por tanto, del comunismo internacional. Dijo haber descubierto que se encontraban preparando actos terroristas de gran escala contra el gobierno de Uribe Vélez y era preciso darlas de baja en inmediatos ataques de sicarios.

Cuando estuvo perfectamente planeado el baño de sangre contra los académicos bolivaristas, llegó a oídos de un general del Ejército que logró desactivarlo. Usó como argumento que él mismo era miembro de una de esas sociedades sin ánimo de lucro.

El libro de Martínez revela con todo detalle cómo Uribe Vélez fue miembro principal de la junta directiva de la empresa Confirmesa, dedicada al lavado de dineros del narcotráfico del Cartel de Medellín. El propietario de la firma, Carlos Molina Yepes, fue quien giró contra una de sus cuentas bancarias los cinco cheques que fueron necesarios para financiar el asesinato del director del periódico El Espectador, Guillermo Cano, crimen cometido el 17 de diciembre de 1986.

Martínez fue formado por el gran periodista colombiano Daniel Coronell, hoy presidente de noticias de Univisión, y su libro es de alguna manera un homenaje a su maestro, quien también fue perseguido, desterrado y amenazado de muerte por el DAS.

La era Uribe dejó 105 mil desaparecidos registrados en el Instituto de Medicina Legal; más de 7 mil ejecuciones extrajudiciales cometidas por agentes del estado y seis millones de desplazados por la fuerza que hoy pueblan los cinturones de miseria de las principales ciudades del país. Solamente en la cantidad de personas desaparecidas Colombia supera a todo el Cono Sur y el África juntos.

Quiere esto decir que, a lo mejor, tuvo más trabajo Martínez en su libro que Dinges en el de él.

 


 

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