De ascensores que se caen y la consulta anticorrupción

22 Agosto, 2018

Por ELMER MONTAÑA

@elmermontana 

Los colombianos clamamos ayuda divina para combatir la corrupción que amenaza con destruir la sociedad porque consideramos que el poder de este mal es invencible y omnipresente. Los corruptos saltan de las alcantarillas por montones y sus ganancias contantes y sonantes, obtenidas de la rapiña inmisericorde al erario, aumenta de manera escandalosa. Nada los detiene, ni siquiera los niños que mueren de sed o desnutrición por el robo de los dineros destinados para las obras de saneamiento básico y la alimentación escolar.

El corrupto es un hijo de “madame”, de la peor estirpe, capaz de matar a sus propios hijos con tal de apodarse de los dineros públicos, porque al dejar al país en ruinas su estirpe corre el riesgo de una mala atención médica o de morir en un puente mal diseñado o construido con materiales deficientes.

Sabemos que son unas lacras y que merecen los peores castigos y el desprecio de la sociedad, sin embargo, es poco o nada lo que hacemos para combatirlos, peor aún, los protegemos y llegamos al extremo de elegirlos congresistas y gobernantes.

Lloramos como plañideras y nos arañamos la cara clamando justicia cada vez que un engendro de la corrupción es sorprendido en flagrante delito, pero aplaudimos al corrupto sagaz, ese que no se ha dejado pillar y que ostenta el lujo de su infamia en forma altanera y vulgar.

Mientras gritamos “muerte al corrupto”, lamentamos la suerte del que es condenado a largas penas de prisión y nos apiadamos de su drama familiar, de sus pobres hijos lloriqueando frente a la cámara de un celular, abrazando a su “papaíto” que se va preso por pícaro y de la pobrecita esposa que gime con ojos coquetos pidiendo solidaridad para su esposo fugitivo que no hizo otra cosa que aplicar la regla de todos los gobiernos: “robar a los pobres para darle a los ricos”.

El corrupto es un parasito insaciable que no escatima nada y considera tan importante un buen contrato del Estado como quitarle parte el sueldo a los contratistas que logra enganchar en la administración pública, “tengo el estómago más grandes que las patas”, decía una sanguijuela que se ufanaba de su capacidad para devorar el presupuesto y exigir coimas

En Colombia los corruptos provocan más muertes que los accidentes de tránsito, pero cuentan con la impunidad que otorgan los padrinazgos y las leyes hechas a su medida. Salvo que los cojan con las manos en la masa no tendrán que verle la cara a la justicia y si los denuncian dirán que son víctimas de una persecución política y exigirán pleno respeto a la presunción de inocencia para impedir comentarios suspicaces y ante el escándalo se atornillan al puesto en lugar de renunciar.

La semana pasada dos personas murieron y otras cuatro resultaron gravemente heridas al desplomarse un ascensor en el Palacio de Justicia de Cali, a raíz de este hecho los empleados judiciales denunciaron irregularidades en el proceso de compra, instalación y mantenimiento de estos aparatos, pero nadie se atreve a decir en voz alta que se trata de un caso de corrupción por temor a ser denunciado por injuria.

Pero hay que decirlo sin tapujos, los ascensores no se caen debido a la mala suerte, ni por voluntad divina o porque le llegó la hora a sus ocupantes, sino debido a problemas de calidad de estos aparatos o por falta de un adecuado mantenimiento, es decir, por funcionarios corruptos que compran los peores artículos que hay en el mercado para el uso púbico y además permiten que se deterioren con grave riesgo para las personas.

Tal vez hemos incurrido en el error de atacar la corrupción como un fenómeno, algo abstracto, una idea, un concepto, pasando por alto que la acción y efecto de corromper o corromperse no se puede percibir por los sentidos, en cambio el corrupto si es identificable, tiene forma y responde a un nombre.   Por eso no tenemos reparo en abrazar al corrupto, compartir con él lo que sabemos obtuvo con trampa y a la vez renegar de la corrupción.

Esta falta de coherencia se refleja en los actuales momentos. Los mismos que gastan galones de tinta escribiendo contra la corrupción maldicen la Consulta Anticorrupción porque les parece costosa, innecesaria, maniquea, tramposa, etc. No comprenden que por primera vez los colombianos tendremos la oportunidad de expresarnos contra los corruptos de carne y hueso, para ponerles freno. No les importa que si pierde la Consulta, pierde la sociedad y los corruptos seguirán cantando victoria.

Ahora resulta que esta herramienta para combatir la corrupción es mala porque fue idea de una mujer gritona y lesbiana, en cambio los corruptos son delicados y heterosexuales, que es lo que realmente importa.

El 26 de Agosto no vamos a acabar la corrupción pero dejaremos de clamar a Dios para valernos por nuestros propios medios y dar un paso importante como sociedad; ese día le impondremos al legislador un mandato, una orden para que produzca estas primeras leyes y si resultan eficaces tal vez lo intentemos de nuevo, aunque el ejercicio democrático resulte costoso, pero no tanto como los 50 billones que pierde el país, al año, por culpa de la corrupción.

El 26 de agosto tendremos la oportunidad de marcar 7 veces SI el Tarjetón de la Consulta Anticorrupción, pensando en esos corruptos que todos conocemos y que aguardan desafiantes.