Vivimos tiempos modernos en los que el Facebook y las demás redes sociales permiten al ser humano vomitar todo su odio a tal punto que ya autoridades policiales de muchos países; menos el nuestro, siguen con atención las rutinas de internautas que utilizan sus muros personales no solo para ofender, endilgar o agredir moralmente, sino que algunos exponen sin ambages y con lujo de detalles sus enfáticas amenazas de muerte.
Perplejos nos damos cuenta que aunque vivimos en el siglo XXI de la modernidad más compleja, gracias al odio regresamos de un solo tajo a tiempos bíblicos de Goliath y San Juan Bautista, donde sus cabezas fueron presentadas como símbolos de poder y odio respectivamente; igual que lo sucedido con la cabeza de Santiago Ochoa recientemente en Medellín, Colombia.
Así es. El odio moderno no se diferencia en nada al odio antiguo, en el que un rey o una mesalina con poder, tenían el privilegio de pedir como regalo la cabeza de alguien. Entonces, la pregunta es: ¿Quién tiene hoy el privilegio en Colombia de pedir la cabeza de un joven como el estudiante Santiago Ochoa, amante de las motocicletas e inocente ciudadano que no hacía parte de ningún grupo hostil del paro nacional? Y surge también la otra pregunta: ¿quién tiene hoy el privilegio de poner un cable como guillotina a lo ancho de una avenida para decapitar motociclistas como el ingeniero Cristian Camilo Vélez de 27 años, cuando regresaba del trabajo a su casa?
Aunque pocos lo crean, los mayas y los egipcios eran mucho menos bárbaros que los vándalos nuestros; que matan por que si o porque no. Y cuando les piden ampliar sus argumentos los vándalos simplemente dicen que lo hacen “para alcanzar la paz” y así, sin contemplación de ninguna clase van destruyendo, asesinando y arrasando con todo. Digo y lo sostengo que eran mucho mas civilizados y magnánimos egipcios y mayas, quienes decapitaban a sus víctimas como ofrenda a sus dioses, en un ritual religioso de devoción y solemnidad. Los egipcios por que creían que sin cabeza, sus muertos no podían regresar por más dolor y sufrimiento a esta dimensión y los mayas porque ofrecían a sus dioses la vida y la fertilidad de sus muertos para garantizar el poder de la abundancia y el renacer de la fertilidad.
Nuestros actuales vándalos, sin Dios y sin ley, de manera sucia e irrespetuosa, vulgar y salvaje, muchas veces drogados: patean, torturan, golpean, escalpelan, queman, violan, ofenden, destruyen, secuestran, roban, apalean, matan a piedra, cuchillo o pistola y pasan orondos la mortal línea invisible del odio para esconderse tranquilos en sus insospechadas guaridas donde se sabe exactamente de dónde vienen y qué hacen, mientras el ofendido y adolorido pueblo pregunta:
- ¿Son venecos?, ¿son mexicanos?, ¿son cubanos?, ¿son de las FARC?, ¿son paracos?, ¿son policías?, ¿son terroristas contratados?,¿son indigenas?, ¿son universitarios?...
Socialmente hablando, ya hemos tocado fondo en cuestión de odio. Ya no nos odiamos por internet únicamente, nos estamos matando como expresión final y mundana de esa fiebre de odio que da el poder vulgarmente mal utilizado; ese poder que tiene tantas caras como opiniones hay y que muchas de ellas, son simplemente mentiras inventadas o verdades que los poderosos tratan de ocultar a como de lugar y mientras tanto nos seguimos matando porque si y porque no.
Nuestros ancestros vieron arrastrar el cadáver de Juan Roa Sierra presunto asesino que acribilló a quemarropa al caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán y vieron nacer una guerra de odio entre liberales y conservadores; nosotros vimos arrastrarse herido de muerte en Soacha al caudillo del nuevo liberalismo Luis Carlos Galán y vimos nacer la guerra de odio entre los narcotraficantes y políticos; nuestros nietos en par de meses han visto reproducir una guerra de odio alimentada con una falsa paz e incendiada con hambre y pandemia por una injusta reforma tributaria; escenario en el que vimos morir cosido a puñaladas un capitán de la policía, flotar por los ríos Cali y Medellín varios cadáveres, perder sus ojos a algunos estudiantes durante las jornadas del paro nacional, mismas en las que se han visto encapuchados llenos de odio incendiar CAIS con todo y policías adentro, destrozar monumentos, alcaldías, buses y bienes comunitarios, aunque para lograrlo también quemaron al que se atravesó en su camino de odio.
En pocas palabras, nos hemos pasado de la raya. Nuestros abuelos se dividieron y se masacraron por el azul y el rojo; nuestros padres se hicieron matar por un puesto, un lote o una casa, nosotros nos permeamos y sobrevivimos a la guerra del narcotráfico y nuestros nietos hoy se matan para lograr una paz que jamás hemos tenido. Hemos traspasado la mortal línea invisible del odio, la misma que conduce a más muerte. Ningún rincón de Colombia se queda en estos momentos sin la mortal línea invisible a donde si cruzas vas por cuenta propia; porque te puedes enfrentar a la muerte de manera miserable, cruel y lo peor, injusta. Ya que después de la mortal línea invisible: nadie ve nada, nadie sabe nada y nadie hizo nada…
Mientras los astrónomos hablan de agujeros negros entre galaxias, en nuestro país los alcaldes, jefes de policía y sabiamente las madres y las abuelas, advierten: “No vayan a pasar al otro barrio, no pasen el rio, no vayan al otro lado del cementerio…” En resumidas cuentas, todos advierten en todos los rincones de la maltratada patria, la presencia de líneas que nadie ve, pero que "se deben respetar", so pena de afrontar la muerte a manos de menores de edad unas veces; otras acribillados por encapuchados y en múltiples ocasiones, atracados y agredidos a bala y puñal hasta por los mismos “jefes” de esos “agujeros negros" a los que ni la policía se atreve a entrar por miedo a recibir una descarga de odio con funestos resultados.
Las mortales líneas de odio surcan el país de norte a sur y de oriente a occidente, ya no existe departamento, municipio, corregimiento, inspección, vereda, barrio o parroquia que no la tenga. En muchos lugares se volvió muy peligroso ir a la tienda a determinadas horas, los lugareños tienen que llevar permanentemente un santo y seña o simplemente dejar para otra hora un pequeño mandado, si no quiere ver a un hijo muerto, una hija violada o un anciano agredido y robado.
Se volvió normal y ya es parte de la cultura y del quehacer diario, tener en cuenta la línea invisible. Pues funciona para ir a la escuela, para hacer el mercado, para ir de fiesta, para jugar en el parque, para ir a rezar o para marcharse de un pueblo. La línea invisible ya es tan familiar entre los pobres y los ricos, como un corte de energía, la falta de agua o una calle rota; porque funciona para todos por igual, ya hay detectados lugares de altos estratos, donde funciona la línea invisible para secuestrar, recibir boleteos o asesinar a cambio de dinero.
En Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga, Cúcuta y todas las grandes ciudades, más los pequeños municipios, apartados caseríos y parajes inhóspitos tienen una mortal línea invisible que no aparece registrada en ningún GPS pero que hasta la más inocente viejita conoce exactamente dónde se activa y hasta dónde va. Es en esa mortal línea donde amanecen los cadáveres sin identificar, donde se oyen en la madrugada horrendos gritos suplicando ayuda y nadie sale a preguntar o socorrer; lugares donde ronda la muerte, esa misma a la que nadie se atreve a protestar.
En esas miles de mortales líneas invisibles que hoy separan al supuesto país unido por la paz; la única ley que funciona es la del sicario, matarife o atracador sanguinario que deja ir a su víctima con el único objeto de darle muerte por la espalda; es decir muy pocos salen vivos y logran contar el cuento, mejor dicho si logran vivir, tendrán que callar o serán perseguidos y para eso es mejor irse muy lejos, allí se impone otra pena mucho más dura de resistir y superar : el destierro.
El caldo de cultivo con el que se alimentan estas mortales líneas invisibles es: la injusticia, la impunidad y el silencio de los testigos. "Funcionan igual que muchos juzgados” dice sarcásticamente una de las personas que me comentó lo de las tales líneas invisibles, "donde se practica de todo, hasta el feminicidio”, y enfatizó: “Las líneas invisibles dividen territorios, con dominios independientes. Son como pequeños Estados donde imperan la ley del silencio, la barbarie absoluta y el poder del más fuerte…” y finalmente pidió no ser identificado por temor a estas palabras: “Todas las autoridades, el alcalde, el inspector, la policía, los jueces, los periodistas y hasta los curas, saben que existen las líneas invisibles. Es un secreto contado a gritos, pero no diga mi nombre o me mete en problemas…"
En Cali por ejemplo, hace unos días en una de aquellas áreas señaladas con líneas invisibles varios hombres agarraron a una mujer para que otra descargara todo su odio sobre ella. Dos ladrones fueron pateados por la turba enfurecida mientras algunos prendieron fuego a la moto en la que se movilizaban. Y más grave aún, un joven señalado de hurtar un celular y quien corrió al barrio Los Naranjos, tras pasar la línea imaginaria, le fue amputada una mano en medio de una supuesta ira colectiva y al otro día la misma comunidad de Los Naranjos rogaba a gritos el mismo castigo para un supuesto delincuente sorprendido en “Pasoancho" con calle 70.
El odio aumentará mientras no desaparezca la impunidad, ante el desespero de todos lo colombianos que vemos reinar la inseguridad, agazapada por la ineficiencia de una justicia amañada que se ha corrompido como absolutamente todas las instituciones, por donde se oye como pregón de feria las trilladas frases de tantas víctimas que claman con hambre de justicia y gritan sus lamentos que parecen ya una canción: “Los jueces en Colombia dejan libres a los delincuentes, sin importar lo que hagan”
El índice global de impunidad ubica a Colombia en estos momentos en el QUINTO LUGAR en América Latina y en el OCTAVO LUGAR en el ámbito internacional dentro de una medición que se logró hacer con 59 países. Por su parte El Valle del Cauca, se perfila como el rincón de Colombia con el más alto nivel de calificación en Impunidad. Y la cereza en el pastel del triunfo, la constituye la gran noticia de que una vez más hemos obtenido el PRIMER LUGAR en corrupción. Dentro de una intensa y reñida competencia disputada entre 79 países, donde el nuestro ha tomado una muy holgada e inalcanzable ventaja que nos asegurará el triunfo por varias olimpiadas, de seguir así como vamos representados. Ahora me imagino yo, los presidentes de los países ganadores de semejante honor, tendrán que hacer un concurso interno para seleccionar el compatriota más corrupto de sus naciones para que reciba con orgullo en el pódium de los ganadores, la tan anhelada presea.
Da tristeza y rabia pensar que debido a la impunidad jamás serán puestos tras las rejas los asesinos encargados de cometer injusticia con sus propias manos en esas mortales líneas del odio, donde irónicamente muchos de ellos mueren en su propia ley de macabro silencio. Dejo la reflexión, tal vez muchos de los que leen mi columna se están enterando que existen zonas en todas las ciudades del país a las que es mejor no pasar de la línea invisible, seguramente muchos otros habrán oído hablar de esas líneas pero no lo creían y otros prefieren no hablar, porque las conocen suficientemente y saben del dolor, la tristeza, el sufrimiento y la angustia que se vive allí adentro.
Tal vez jamás sabremos por qué murieron decapitados jóvenes como Santiago Ochoa y Cristian Camilo Vélez y mucho menos escucharemos una disculpa de sus asesinos, los mismos que están organizando verdaderas hordas de criminales que se multiplican a lo largo y ancho del país imponiendo su ley de sangre y barbarie, escudados en el argumento de estar buscando un país con derechos humanos donde se pueda vivir en paz; el mismo país que ahora ellos destrozan bajo la mirada perdida de un gobernante que ofrece 50 millones de pesos para saber quién mató cinco estudiantes en Cali y al otro día en Cúcuta ofrece 3.000 millones de pesos para saber quién le hizo 6 disparos de fusil a su helicóptero, sin darse cuenta por un momento que se le olvidó cómo funciona el crimen en su reino y cruzó la peligrosa y mortal línea invisible del odio...