Cuando el periodismo es un mal actor

10 Marzo, 2021

Por PABLO NAVARRETE

Este fin de semana, encontré en un confín olvidado de mi biblioteca un libro que leí cuando era adolescente y empezaba a hacer teatro, un libro que – extrañamente -, me puso de manera certera en el sueño de ser periodista. Se trata de un texto que reúne los métodos escénicos y pedagógicos creados por Constantin Stanislavski, cofundador del Teatro de Arte de Moscú, quien diseñó una especie de guía práctica para que los actores encontraran en sus procesos creativos la manera de exteriorizar un comportamiento convincente en sus personajes. Y si hay un capítulo que me marcó de por vida es el ocho, cuyo título es ‘Fe y sentido de la verdad’; fue ése aparte del libro de Stalislavski el que me llevó a enamorarme de ser periodista, porque si en algo se parece el teatro y el oficio de ir por la vida reportándole al mundo las historias de las vidas ajenas es en eso: en convertir la verdad en una obra de arte.

Tuve la fortuna de leerlo antes de detallar durante 35 minutos la edición número 2025 de la revista Semana, cuya portada es la foto en primerísimo primer plano del expresidente, y exsenador Álvaro Uribe Vélez; su titular, que parecía más una sentencia maldita y la confirmación de que el oficio de ser periodista se ha profanado en los intríngulis de Semana, rezaba así: TRIUNFO DE URIBE.

¿Triunfo de Uribe? No. Es el triunfo de la impunidad refrendado a través de una ficción análoga y digital por el medio que hoy se ha creído con el derecho de convertir el horror, que se esconde detrás de quien allá declaran como triunfador, en una vida imaginaria y ensoñada por los ‘revoltosos’. Por los ‘gamines de izquierda’.

 Es profundamente triste que un medio de comunicación le termine rindiendo pleitesía a los poderosos. No hay sofisma más grande que el de un periodista que dedique su vida a besarle los pies a quien ha sido un abanderado de silenciar los micrófonos y de vetar la verdad. Pero la maldición más grande es la de un medio de comunicación que se vuelve tierra de poderosos y empieza a rehuirle a la frase incómoda. A jugarle a sus lectores con el lado falso de la verdad y a exagerar su preferencia por el mismo, demostrando su evidente sentimiento de repugnancia – casi sobreactuado – por el lado verdadero de la verdad.

Y ahí es donde estoy seguro de que en Semana se perdió la Fe y el sentido de la verdad, eso de lo que tanto hablaba Stalisvaski, porque intenté un sinnúmero de veces encontrarle un ápice de verdad a la edición 2025 de esa revista, y no hallé nada, no había nada más que una saga de ficciones mal escritas, sin rigurosidad ni espíritu. Fue triste, porque el corazón del periodismo siempre va a ser la verdad, y porque la verdad es siempre lo que en realidad existe, pero en Semana, hasta donde se puede leer, una verdad publicable es lo que indica esa secta de poderosos que hoy lleva la batuta de su sala de redacción.

Lo más preocupante de todo es que, en Semana, industrializar la mentira y convertir la falsedad en una verdad sin censuras, se ha convertido en su manera de comunicar, haciendo de su apoyo a la clase poderosa del país, el matrimonio indisoluble entre la violencia y el periodismo. Pensé que no tendría vida para asistir a tal boda, porque pienso firmemente que el periodismo debe ser el actor que entra a divorciar a la guerra de quienes intentan armarse de valor para comprobar que la vida no es lo que dicen los trastornados. Pero con ‘El triunfo de Uribe’, quedó claro que ese maridaje no tiene reversa.

Quiero regresar rápidamente a Stanislavski, quien – al referirse a la verdad - continúa refiriéndose a los detalles como eje del realismo, como dispositivo para crear un esquema honesto y orgánico. Como manera básica para llegar a la verdad. Pasa en el teatro. Pasa en el periodismo. Pero no pasa en Semana.

Ese medio de comunicación olvidó los detalles, y se quedó en una fórmula predecible, incoherente, pero sobre todo, poco creíble. Es como aquel que es muy bien parecido y que protagoniza una novela con el pretexto de ser actor pero, en realidad, la protagoniza únicamente porque es un verdadero ‘papichulo’, y le empiezan a decir “actor” por piedad. Por lástima. Porque toca. Porque éso es lo que hay.  Semana sufre de ese síndrome, del síndrome del mal actor, porque perdió la fórmula para decir la verdad, y esa debería ser la mayor de sus vergüenzas.

En definitiva, remitiéndome a lo aprendido por el libro de Stanislavski, la historia reciente de Semana es como la historia de los actores que se vuelven triviales, falsos y melosos, porque solo puede acudir a su línea directa con el poder y a sus titulares de tendencia sobreactuada para llamar la atención de sus lectores. Es una verdadera pena que el ocaso de esta revista – como el ocaso de una diva en decadencia - no sea digno y valeroso, y que su papel en la historia de Colombia no sea el de aquel que mantuvo firme el pulso hasta que se le haya acabado el aire, sino el del antagonista. El del mal actor pasando por su mala hora en una mala obra. El del actor que olvidó ser actor.