“Colombia todavía sigue negando”

21 Noviembre, 2020
  • Entrevista con Helena Uran Bidegain, autora del libro Mi vida y El Palacio, e hija del magistrado al que el Ejército de Colombia sacó vivo del Palacio de Justicia en 1985, lo torturó, lo asesinó, regresó su cuerpo al lugar del holocausto y desterró a la viuda con las cuatro hijas pequeñas de ambos.


Por DIANA LÓPEZ ZULETA

El libro “Mi vida y el Palacio”, de Helena Uran Bidegain, es sobrecogedor, reflexivo, intenso y fundamental. Su prosa, una confesión. Leerlo es sentir el resplandor de la muerte, el desgarro de la muerte, la inclemencia de la muerte y, para ella, la puntiaguda orfandad de la muerte.

Portada libro Mi vida y el Palacio

Carlos Horacio Uran, su padre, era abogado; había estudiado en Uruguay, Bélgica y Francia. Ciencia Política, Filosofía del Derecho y Derecho Administrativo, eran algunas de sus maestrías. Era magistrado auxiliar del Consejo de Estado cuando, en noviembre de 1985, un comando del M-19 asaltó el Palacio de Justicia con el objeto de hacerle un juicio político al entonces presidente Belisario Betancur por el incumplimiento a los acuerdos de paz con ese grupo guerrillero. El Ejército reaccionó para retomar el edificio con proyectiles, disparos y tanques de guerra para campos de combate. El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alfonso Reyes Echandía, suplicó que cesara el fuego, pero el Ejército no paró. La arremetida se extendió por 27 horas hasta la quema total del Palacio. Uran salió herido del edificio. El Ejército lo torturó, lo asesinó y después llevó su cuerpo hasta la edificación devastada para hacerlo pasar como muerto en el fuego cruzado. No obstante, esto solo se descubrió veintitrés años después, con investigaciones de la Fiscalía y un viejo video del Noticiero TV-Hoy, en el que se ve saliendo a Uran, descamisado, cojeando y apoyado en dos personas. El caso fue declarado crimen de lesa humanidad.

De la toma y retoma del Palacio de Justicia se han escrito numerosos libros, pero es la primera vez que se hace desde el lugar de una de las víctimas. Helena, atenazada por la soledad y el destierro, escribió el suyo durante más un año. Es la reconstrucción no solo de la tragedia e impunidad del asesinato de su padre, sino la historia de la niña de diez años que siente haberlo perdido todo. Que huía de sus propias emociones como mecanismo de protección. La niña que se bloqueó porque tenía miedo de sentir. La niña que rompió en llanto en la fila del colegio frente a la bandera del país que asesinó a su padre, la desprotegió y la desterró con amenazas de muerte, junto con su madre y sus tres pequeñas hermanas. Es la historia también de la hermana menor de Helena, de dos, que, presa de la desolación, lloraba por las noches frente a la puerta de la casa: ¿Dónde está mi papito? ¡Quiero a mi papito!

“La vida, tal como la conocía, se había ido con la muerte de mi padre”, escribió en su libro.

Desde Alemania, donde ha vivido estos últimos años, Helena atiende esta entrevista con La Nueva Prensa.

Diana López Zuleta: Las últimas horas o momentos en que se vio por última vez al padre son como si se inmortalizaran. ¿Cómo lo recuerdas? ¿Se ha ido desdibujando su imagen?

Helena Uran Bidegain: Yo lo que me acuerdo de mi papá es todo el tiempo jugando con nosotras, jugar a las escondidas en el apartamento. Me da risa todavía porque mi hermanita se escondía detrás de un sofá, y mi papá preguntaba “¿dónde están?”, y ella salía y decía “aquí estoy”. Era siempre mucha risa, era muy cariñoso, muy afectuoso, muy divertido, muy buscándole el chiste, que eso también lo asocio con ser colombiano, porque los colombianos son muy creativos, hasta en los momentos más terribles sacan el lado gracioso a las cosas. Yo me acuerdo que yo sentía un amor profundo por mi papá, es el primer amor de uno.

D.L.Z: Me impresionó mucho ese sueño que tuviste unos días antes de que lo mataran. Él es atropellado delante de ti. ¿Fue como una premonición de que algo malo le iba a pasar?

H.U.B: Sí, yo me he preguntado si eso le pasa a otra gente, que siente antes. Yo lo entiendo como una premonición, porque cuando mi mamá me va a buscar a mí, se me viene la sensación del sueño, que fue horrible, y el desenlace fue peor que el sueño.

D.L.Z: Tu madre es una mujer muy fuerte. Tú misma dices que desde el primer momento adoptó la actitud que permaneció por el resto de sus vidas: “gestionar, tramitar, sacar adelante la vida”.

H.U.B: Sí. Yo siempre he considerado a mi mamá en lo emocional muy conservadora, pero todo su trabajo intelectual fue lo que le permitió a ella tramitar el dolor de otra manera, no emocionalmente pero sí racionalmente. Pero como no hubo esa expresión de emociones, tampoco hubo mucha posibilidad para nosotras de dejarlo salir, porque mi mamá estaba con su trabajo y sus libros, y nosotras cada una sola. Es que puede ser diferente en otras historias que he oído, porque hay primos, hay abuelos, hay tíos, hay alguien, pero con nosotras no había nadie, y entre las hermanas tampoco hablábamos, hoy todavía no hablamos.

D.L.Z: Es que era una mamá con cuatro niñas…

H.U.B: Sí, fue muy duro. Yo le dije: “mamá, la idea no es juzgar a nadie, yo creo que yo no lo hubiera podido hacer mejor”, pero yo cuento que mi mamá estaba ausente porque ella estaba con su trauma también, y trabajando, pero no es con la intención de juzgarla. Digamos, mi mamá era bien reservada con todo lo que sentía, tenía dificultad con sus emociones y por lo tanto tampoco le era fácil ayudarnos a tramitar las nuestras, o plantear una conversación para entender cómo nos sentíamos por tener que viviendo todo lo que nos había tocado. Ella consideró que lo mejor era mirar hacia adelante y, además, no tenía el tiempo para repartirse entre cuatro hijas, la carga laboral y la vida diaria, estando ella sola y sin apoyo familiar.

D.L.Z: Desde que tu mamá te fue a recoger en el colegio, ese 6 de noviembre de 1985, te quedaste callada, muda, actitud que permaneció durante muchos años. ¿De qué te protegías si te quedabas callada?

H.U.B: Yo creo que al no dejar salir la emoción, sino dejarla ahí como capturada, sentía que me estaba protegiendo, porque si no sentía, no estaba pasando, y no lo hacía real.

D.L.Z: Dices en una parte: “Lloraba sin derramar lágrimas pues le tenía también pavor al llanto”. ¿Por qué?

H.U.B: Por eso, porque sentir me daba miedo, porque sentía que era tan doloroso, tan doloroso, que no iba a poder con eso. Y, además, otra cosa era que yo sentía que si mostraba mis emociones las demás se iban a poner tristes y tampoco quería.

D.L.Z: Hablas también de ese miedo que siempre te ha producido Bogotá.

H.U.B: Ay, sí, yo no sé, a mí Bogotá me da miedo, y hoy todavía cuando voy a ir a Bogotá por alguna razón me pongo mal antes. Quizá las razones son más psicológicas y no tanto reales.

D.L.Z: ¿Y qué sensación te da ver a un militar?

H.U.B: De desconfianza, de amenaza, y no me gustan las armas en general, sea quien sea que las tenga. Ayer, precisamente, fui con una amiga a caminar por acá y estaban conmemorando algo de la Segunda Guerra Mundial; estaba el príncipe Carlos, de Inglaterra, entonces estaba cerrado, y ella se acercó para preguntarle al policía que si no podíamos pasar, él dijo que no, y después se acercó y yo le pregunté qué era lo que pasaba, y el tipo súper educado, como en una actitud cero de autoridad, sino casi como de amigo. Y le comenté a mi amiga, que increíble; yo en Colombia no me atrevo a preguntarle a un uniformado, me da miedo, que ni me miren. También creo que hay algo ahí hereditario de mi mamá, porque a mi mamá le tocó la dictadura militar en Uruguay, y ese es otro capítulo del que ella no habla, la relación que tiene ella con los militares siempre fue de mucha persecución y muy terrible. Hoy sabemos que los traumas se heredan, y mi mamá, antes de que mataran a mi papá, temblaba cuando veía a esa gente.

D.L.Z: Otra cosa que me pareció una coincidencia tenaz fue el hecho de que la familia de tu padre se hubiera tenido que desplazar con la violencia que se generó con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y después ustedes hayan tenido también que exiliarse después del asesinato de tu padre.

En Colombia las empresas deberían comprometerse con el trabajo de memoria ya que muchas de ellas han participado activamente del conflicto armado. 

H.U.B: Sí, es que esa es la tragedia de Colombia, como se repiten las cosas, no salimos de esa espiral. Cuando la gente me dice que qué terrible eso, yo le digo, claro que es terrible, pero eso pasa hoy. Pensar en esta historia que sucedió en el pasado para entender qué está pasando hoy, y por qué no hemos logrado que el país evolucione hacia uno más justo y en paz.

D.L.Z: Hay otra escena muy triste en el libro. Es la noche del 7 de noviembre. Ustedes se han quedado donde unos amigos de tu mamá, y tu hermanita menor estaba con cólicos y no podía dormir. Entonces, tú comienzas a cantarle “Estaba la Catalina” para tranquilizarla, pero la letra de esa canción habla sobre la guerra. Y comienzas a sentir a tu papá, ¿cierto?

H.U.B: Sí, esa canción me la había enseñado una amiga argentina que me había hecho en Estados Unidos. Nosotros habíamos estado meses antes en Indiana y ahí había conocido a esta niñita, y a mí me encantaba esa canción, y esa noche la canté, y cuando dije esa frase “y su marido muerto fue”, yo lo sentí, y fue horrible. Y yo no la volví a cantar durante años, nunca más, no fui capaz. Y así como hubo esa premonición, también fue un mensaje del más allá, no sé. Sin embargo, yo siempre esperaba que él apareciera, y yo soñaba que él se había perdido, que estaba quién sabe dónde, yo juraba que él iba a llegar, y creo que ahí fue el error de no haber ido al entierro.

D.L.Z: Eso te iba a preguntar, porque también esa resistencia o esa no aceptación a lo que había pasado se vio ahí. Y tus hermanas, en solidaridad contigo, decidieron no ir.

H.U.B: Sí, son cosas que yo ahora digo, mi mamá cómo es que no nos llevó a la fuerza, pero claro, mi mamá tampoco tenía la capacidad de conectar A con B y qué consecuencias podía traer eso, pero dejarle esa responsabilidad a un niño, tampoco.

D.L.Z: En el libro extrajiste algunos de los titulares del 8 de noviembre. Uno de ellos, de El Espectador, me llamó la atención. Dice “Bogotá vuelve a la normalidad”. Pero para ustedes jamás regresó la normalidad. De hecho, ustedes fueron víctimas no solo de la tortura, desaparición y asesinato de tu padre, sino del destierro de su país.

H.U.B: Sí, pero como no importábamos nosotras, lo que importaba era generar sensación de normalidad a todo el mundo para que se quedaran callados y paralizados, y no generar ningún tipo de indignación. Pero para nosotras evidentemente no hubo normalidad.

D.L.Z: Hablas de los distintos lugares en los que estuviste y relatas que no encontrabas un lugar físico porque no encontrabas tu lugar por dentro. Es decir, no te sentías parte de nada. ¿Cómo fue eso?

H.U.B: Pues eso ha sido, quizá ya un poco menos, pero yo decía, es que es increíble porque ahora incluso de adulta también, cuando la gente que conocía de otros países siempre anhelaba volver a sus países, si es una mexicana quería volver a México, y ahí fue cuando yo pensé, es que yo no anhelo volver a Colombia ni a ningún lado, porque ¿a dónde voy a volver? Es que no tengo adónde. De niña sí quería ser del lugar a toda costa, yo quería pertenecer, pero como al final nos terminábamos yendo, y al final resultó que no sé de dónde soy, y la relación de donde podría sentirme más es de Colombia.

D.L.Z: ¿Pero tú te sientes colombiana?

H.U.B: Sí, una parte, sí, pero antes lo detestaba, como que no lograba rescatar nada, y me ha hecho mucho bien darme cuenta de que sí pasó algo horrible allá pero no hace que todo el país sea así. Es que por el hecho de como se tramitó todo a nivel social, a mí me quedaba muy difícil encontrar algo positivo, como que había recibido tanto desprecio, yo lo sentía como un desprecio colectivo; pero ahora ya lo veo con otros ojos, y esa violencia de lo que fui víctima son muchos más, y no puedo tener una rabia con un país porque no es justo y no me hace bien a mí tampoco, y hay muchísima gente muy generosa, gente excepcional, y eso sí me ha traído mucha tranquilidad que antes no tenía. Por Colombia en general sí había mucha rabia, como que sentía que me había hecho tanto daño, tanto daño desde chiquitica, desde que llegué con cinco años, las monjas, esa desigualdad, y después cuando ya me estaba acomodando al país, pasa lo de mi papá, y yo me identificaba a través de él con Colombia, y en el momento en que me lo quitan de esa manera tan violenta ya no había nada que me pudiera generar cariño o afecto al país.

Ojalá la gente, más allá de lo triste de la historia, vean que el daño cometido sobre uno es una amenaza a todos

D.L.Z: Recuerdo que hay una parte en que dices que tu papá te hacía falta hasta para la identidad. Cuando estás en Estados Unidos y te preguntan ¿eres blanca o negra?, tú dices, si mi papá estuviera aquí yo pudiera resolver esa pregunta.

H.U.B: Sí, claro, porque si tú ves a mi papá y a mi mamá, en las facciones me puedo parecer más a mi mamá pero el color era de mi papá, y como el color siempre había sido tan central en todo mi trayecto de vida, y yo me sentía mal porque yo sentía que quería más a mi papá que a mi mamá, y mi mamá uruguaya, yo nacida en Bélgica, y era mi papá al que me podía aferrar a algo, y echar raíces, y ya no estaba.

D.L.Z: Uno de los epígrafes de tu libro es una frase de Primo Levi que habla del silencio cómplice y la defensa del nazismo. ¿Crees que aquí también pasa eso?

H.U.B: Sí, yo creo que hasta cierta medida la gente prefiere no ver y no saber para ahorrarse tener que confrontar ese horror, pero eso al final ¿qué hace? Los vuelve cómplices. Porque si tú sabes que están matando al lado de tu casa y te quedas callado, cuando es un deber civil reaccionar y rechazar eso, y no lo haces, entonces, ¿qué eres? Pues un cómplice.

D.L.Z: Recorriste los últimos pasos de tu padre y visitaste el Museo de la Casa del Florero, donde mantuvieron rehenes a las personas que eran rescatadas del Palacio. Cuentas que te impresionó el hecho de que no hubiera señales topográficas o informativas que le dijeran al visitante el uso que le dio el Estado durante la retoma. Y has vivido estos últimos años en Alemania, un país que le ha dado toda la preponderancia a la memoria del holocausto. ¿Cómo ha sido ese choque de diferencia entre la cultura alemana y la colombiana?

H.U.B: Colombia todavía sigue negando, en cambio Alemania, por las razones que sea, —y no es porque sean mejores, sino que hay otras razones que uno las puede estudiar y darse cuenta de qué los llevó a que hagan ese trabajo de memoria—, pero es justamente lo opuesto a lo que ha hecho Colombia. Es recordarle a la gente en los libros escolares, en películas, memoriales, museos del Holocausto judío de la RDA (República Democrática Alemana), cuentos para niños, crearon agencias de educación política donde una parte importante es todo el tema de memoria, y todo el tiempo te están confrontando con eso. Y tú vas por la calle y cada casa tiene explicación de lo que pasó ahí o de quién fue esa casa, y eso también es bonito, empezó como una iniciativa de la sociedad civil. En frente de la casa de las personas judías que les robaron las casas, que tuvieron que dejarlas e irse al exilio, o que los mandaron a los campos de concentración y exterminio, en cada casa hay como una plaquetica dorada donde está el nombre de la persona, de cuándo a cuándo vivió y a qué campo de concentración lo mandaron, o lo que pasó con esa persona. Incluso, empresas como, por ejemplo, la de trenes alemana, la Deutsche Bahn, tiene placas conmemorativas en algunas de sus estaciones, como la de Grünewald, donde fueron deportados más de cincuenta mil judíos de Berlín, para que la gente lo conozca y no se olvide. En Colombia también las empresas deberían comprometerse con el trabajo de memoria ya que muchas de ellas han participado activamente del conflicto armado.

D.L.Z: Cuando regresaste a Bogotá, en 2008, después de que la fiscal Ángela María Buitrago encontró la billetera de tu papá, comenzaron a perseguirte…

H.U.B: Sí, yo llegué justo cuando estaban todas las audiencias, y yo fui a algunas. Me tocó una en la que Plazas Vega empuja a varios familiares, había varios con esos carteles de “Sin olvido” y los sacó y los empujó. Yo creo que el hecho de haber ido a esas audiencias fue suficiente porque es que no hubo más, no hice nada más. Y bueno, llamó una vez alguien a mi casa y le contestaron del DAS; yo sí sentía a veces como raro pero yo qué iba a pensar que me estaban oyendo. Pero tampoco le puse mucha atención, ni cuando dejaron el texto debajo de la puerta. Yo a veces me iba caminando al trabajo y a veces sentía alguien atrás. Hubo una conmemoración que organizaron en el Palacio de Justicia y yo me acuerdo que ahí sentí que me sacaban fotos, que eran fotos que no eran del evento ni nada, pero tampoco le ponía mucha atención hasta que yo voy a hablar con el señor del PNUD, que era el que tenía nuestra seguridad, y le cuento estas cosas y él me dijo “¿usted tiene la posibilidad de irse del país?” y yo ¿cómo así? Si es que acabo de volver. Y me dijo, es que así empiezan, empiezan con cosas chiquitas, como que no son amenazas directamente pero sí son hostigamientos para quitarle la tranquilidad, y me dijo, yo le recomiendo que se dé la oportunidad de irse porque a medida que vaya avanzando el caso sí puede ponerse peor. Quedé fría y decidí entonces volver a Alemania.

D.L.Z: En el libro haces una reflexión sobre la justicia y dices que el valor de los juicios consiste en reconocer a quien ha sido vulnerado como ser humano en todos sus derechos. En algún momento decías también que no querías verlos en la cárcel.

H.U.B: Es que eso a mí no me importa, a mí me parece que tiene mucho más efecto que la gente se dé cuenta qué hizo esa persona y que eso se rechace en conjunto, y que eso es lo que pueda aportar para fortalecer en una democracia un proceso jurídico, porque que manden a alguien a la cárcel y la gente no sepa nada ¿de qué sirve? Además, se sabe que las cárceles no reforman a la gente sino que los vuelve peores, entonces para mí los procesos jurídicos son muy importantes, que tenga mucha más visibilidad, y que la gente entienda qué fue lo que pasó ahí, porque solamente eso hace que no haya repetición: el rechazo colectivo de la sociedad, y por eso es también la lucha por la memoria. Que la sociedad se quede con el relato de que son héroes, porque en el momento en que se den cuenta de que son unos criminales, entonces su honra ya no la van a poder rescatar y eso es lo que más le duele a alguien, y solamente así supongo una persona no lo repite.

D.L.Z: Perder a un padre desde todo punto de vista es duro y complejo, pero más en las circunstancias en que lo perdieron ustedes, es un peso muy grande. ¿Cómo has sobrellevado ese peso?

H.U.B: Es horrible porque tú empiezas a imaginar todo y es espantoso, y es ese sueño del peine, de sentir el dolor de él, y es insoportable. Es hacerse todas esas preguntas, ¿qué sentiría él? ¿qué pensaría él? ¿lograría pensar algo? Y entonces yo decía ¿tanto sacrificio por un país que al final te termina matando de esa manera? Es que pensar en que fue torturado es horrible, y por eso creo en la importancia de que a uno le cuenten así sea horrible lo que le pasó. Es mucho peor saber que le hicieron todo eso que si hubiera sido por un cruce de balas, claro, porque es intencionalmente, alguien decidió causarle ese dolor y después ultimarlo. Y además en manos de quienes se hacen llamar los héroes de la patria, financiados con los impuestos de todos y constituidos en realidad para proteger a la sociedad civil, no para dañarla. Y es que tenía rota la espalda, tenía rota la clavícula, o sea todos los golpes que le tuvieron que haber dado.

D.L.Z: Y las manos también…

H.U.B: Y las manos, o sea no fue que lo ejecutaron allá. Le causaron mucho dolor antes, el ojo reventado. Las fotos del levantamiento son horribles.

D.L.Z: ¿Sientes que ya sanaste?

H.U.B: Ya sané no, pues yo todavía me pongo triste y todavía siento que es muy horrible e injusto. Sí siento que ahora tengo más fuerzas y más herramientas, o sea, ya no estoy callada, asustada, traumatizada. Si eso se llama sanación, bueno, puede ser. Yo creo que cuando escribí el libro fue pensar primero en que mi hijo supiera la historia y después en que otros se pudieran acercar a ese drama y al de otros tantos miles, o sea, como de generar un poco más de sensibilidad, y que ojalá la gente, más allá de lo triste de la historia, vean que el daño cometido sobre uno es una amenaza a todos. Ojalá que exponerme de esta manera, más que tristeza, genere acción y compromiso de la gente por su país.

D.L.Z: Escribiste el libro impulsada por tu hijo, que comenzó a preguntar por tu papá.

H.U.B: Sí, él tiene la misma edad que tenía yo cuando pasó todo. Él me recuerda mucho a mi papá, le interesa la política, los temas de justicia. Sé que hubieran disfrutado mucho el uno del otro.