CADENA PERPETUA PARA LOS INFANTES

12 Septiembre, 2021

Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB. Psicóloga. Magíster en filosofía

 En días pasados la Corte Constitucional de Colombia tumbó la ley que daba cadena perpetua a los violadores de niños, niñas y adolescentes. Fue la respuesta a una medida que el actual gobierno quiso implementar por el clamor social de una mayor justicia ante tanta vejación contra los menores de edad.

La historia de la infancia humana es una pesadilla de terror de la que aún el mundo de los adultos no quiere darse cuenta. Desde tiempos primitivos cuando les pesaban los hijos los asesinaban, los dejaban abandonados en los bosques a merced del frío y de las fieras o los lanzaban a los barrancos. Fueron utilizados como entretención sexual en la Europa del medioevo, dados en crianza a mujeres de la servidumbre que, hastiadas de los cuidados, les daban de beber agua con yeso para que los intestinos se les endurecieran y murieran sin ser culpadas. Han sido encerrados en cuartos oscuros, desnudos y sin alimentación como castigo. Tomados como trabajadores desde la tierna edad en la Revolución Industrial inglesa donde sufrían daños por las maquinarias. Y, desde siempre han sido abusados sexualmente.

La sexualidad es el aspecto más misterioso, insondable y complejo de los seres humanos porque, como lo demostró Sigmund Freud, no sólo implica lo físico como principio y fin de una acción en un cuerpo, sino que involucra y repercute en la fantasía, la emoción, en lo simbólico, lo deseado, lo despreciado en la subjetividad entera como carne y como psique. El acto sexual genital despierta sensaciones físicas y emocionales que, saliendo de las miles de terminaciones nerviosas recorren íntegro el cuerpo hasta llegar al cerebro, de ahí saltan a un lugar ignoto del inconsciente donde cada persona les adjudica significados. Por esos malabarismos mentales es posible que una persona sienta una pasión orgásmica plena de sublimación por un ser amado o bizarra ante un par de zapatos o frente un asesinato cometido con sus propias manos. Así, lo sexual genital traspasa la frontera de lo físico para deslizarse a toda la psique porque, la sexualidad es más que genitalidad. 

La genitalidad sexual es la última etapa del desarrollo sexual humano que comienza por la erótica de la boca, después por la anal, hace un breve tránsito por los genitales infantiles sin mayor intensidad, luego viene un tiempo de latencia hasta que en la pubertad irrumpe con fuerza debido a los cambios hormonales que la centrará en la zona genital. El ser humano nacido e identificado con características femeninas sentirá deseos profundos de ser penetrado. El nacido e identificado con formación masculina sentirá deseos de penetrar. Habrá una concordancia entre la formación anatómica femenina o masculina con la tendencia psíquica y emocional hacia uno u otro deseo donde intervendrán factores fundamentales de crianza -como ya sabemos, también serán posibles otras rutas de definición sexual que sobrepasa este escrito-, un abuso sexual en la infancia trastocará en infinidad de ramificaciones confusas estas inclinaciones.

A medida que una niña o un niño va creciendo va incorporando en su psique el despertar erótico de manera pausada, gradual, afectuosa a través de la relación con la madre, el padre, los abuelos figuras amadas que protegen. Un abuso sexual destruye el cauce propio del erotismo instaurándose un desbordamiento confuso de dolor, incredulidad, sensaciones de placer y culpa que excede la capacidad de comprensión de las criaturas. Es un estallido en su existencia que nunca jamás se reparará del todo. La mente de los infantes no está preparada para el acto sexual que en sí mismo posee las características de una acción frenética, delirante, exaltada que sólo el amor entre los adultos logra disminuirle la animalidad, cubrirlo de decoro.

A nivel físico la penetración sexual en una niña se lleva a cabo en un organismo con un diseño natural para ello y ese será su gran dolor; en un niño la penetración anal desnaturaliza su condición de base y ese será su dolor; para ambos es la destrucción de su mundo y del cuerpo donde anida el Yo. De manera que el abuso sexual es destrucción corporal que se traduce en una experiencia psíquicamente devastadora que influirá en la capacidad de la víctima para desenvolverse en la vida. De ahí partirán miedos, fobias, impotencia, frigidez, terrores, depresión, despersonalización y suicidio.

Según la Corte Constitucional la mencionada ley iba en contra de la dignidad de la persona adulta condenada a cadena perpetua al no poder acceder a la resocialización, fin esencial de las penas privativas de la libertad. Y, ¿la dignidad de los infantes? Si una criatura de cinco años pudiera preguntarle sobre este fallo a la Corte: ¿Por qué no defendieron mi dignidad? ¿Por qué ni la más mínima palabra a mi dignidad? ¿Qué le contestarían? ¿Qué la dignidad de un adulto está por encima de la de los infantes y que no merecen ni una sola mención en la sentencia? Así ha quedado el fallo de la Corte. Ante esto sólo les quedaría bajar la cara de la vergüenza. No obstante, después de la turbación los magistrados le contestarían a la criatura: Una vez enterados los abusadores que la cadena perpetua pesa sobre ellos, después de violar a las niñas y a los niños los asesinarían para que no los delataran.

La criatura también podría cuestionar al gobierno por emitir una ley que sabía improcedente dada la normatividad en la Constitución alrededor de la pena máxima en Colombia, el concepto de resocialización detrás de todo encarcelamiento y la vuelta en contra de la vida de los mismos infantes: ¿Por qué, señor presidente, ha puesto en peligro mi vida y ha manipulado mi dignidad a sabiendas de las consecuencias de una condena como esa? ¿Para salvar a su gobierno ante la opinión pública de la responsabilidad de tantos actos atroces en mi contra como los bombardeos a los campamentos donde sabía que estábamos secuestrados por los guerrilleros? ¿Por qué ha permitido que nos llamaran “máquinas de guerra”? Mientras tanto, en algún lugar solitario de una casa estrato seis o de un barrio de la periferia una criatura es abusada. Esto es un callejón sin salida y lo pagan las niñas y los niños porque la resocialización de este tipo de conductas es muy difícil dado su grado de complejidad mental que, en muchas ocasiones, es una compulsión a la repetición originada también en un acto de abuso sexual y, los abusadores o abusadoras la mayoría de las veces hacen parte del entorno familiar de las víctimas.

El mayor cuestionamiento a este orden social, a este modo de vivir “moderno”, es el fenómeno del abuso sexual de los infantes y la evidente incapacidad de la justicia para resolverlo. Es la demostración fehaciente del fracaso de nuestra organización social de espaldas a la indefensión de las niñas y los niños porque nos ha parecido más importante pensar sobre la compra y venta de armas, la propiedad privada, los porcentajes de interés del dinero o los viajes a Marte.

Debería ser la niñez lo más pensado y preciado por los adultos para la construcción de la sociedad porque los niños y niñas son la continuidad de la especie. Nos hemos basado en el SER de los adultos y en el NO SER de los infantes sin pensar que esa negación del humano en la infancia como sujeto desde el cual construir la sociedad se volvería en contra. Este orden social se ha convertido en una cadena perpetua para los infantes y no hay una ley ni una Corte que los libere de un mundo adulto occidental que, detrás de los Derechos Humanos fomenta el suicida egoísmo individual, la soberbia del humano sobre toda la Creación sin legislar desde las Obligaciones Humanas como lo hacen los pueblos ancestrales para construir comunidad ya que, agradecidos de recibir la vida como un don, un regalo, cada uno se siente obligado a respetar y hacer el bien a los demás incluyendo a la naturaleza.  Por lo pronto, que a las criaturas las amparen los dioses de la obligación de cada adulto sensible ante la inocencia de la infancia.  

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