Buenaventura: tierra de oro y miseria

08 Octubre, 2018

Por GERMÁN CASTRO CAYCEDO *

“Ahí tiene usted a Buenaventura. Como quien dice, el África… Esto de la izquierda es el cementerio. Véngase esta noche hasta las casas que lo rodean y la pasará bien. Por lo menos, no verá espantos…”

Y comenzaron las casas de maderas envejecidas prematuramente por el sol y la humedad, y los cientos de tejados de latas oscurecidas por el orín.

El conjunto da una imagen de pobreza pero es hermoso. Los tejados se trenzan con las curvas del terreno, que parece una montaña rusa.

El hotel es elegante, agradable. Una construcción de principios de siglo que guarda la línea clásica de la arquitectura francesa de la época. Al fondo de varias series de arcos está el comedor y, detrás de unos ventanales grandes formados por vidrios pequeños y apeñuscados, el mar, sucio y picado.

Abajo un mirador abandonado. Su piso tiene el color de los tejados y del agua de la piscina, olvidada también.

Hotel blanco y aseado por dentro, con brisa suave y temperatura ideal. Llega uno hasta allí y se encuentra con esa primera sorpresa. Y empieza a gustarle Buenaventura, porque a medida que va recorriendo el puerto y viendo la pobreza y los conjuntos de tugurios con algunas antenas de televisión encima y barro putrefacto abajo, ve que tampoco es el infierno que le habían pintado. Comenzando por el clima, cálido y húmedo, pero no sofocante.

El puerto tiene más marcados los problemas que afronta en líneas generales el país. Pero no es esa África que quiso descubrir el chofer cuando el campero en que nos transportamos desde Cali por la carretera en construcción, comenzó a rodar por las primeras calles.

Por eso piensa uno que el mayor castigo para Buenaventura es la imagen que se ha creado en el país: “Es el África…”Pero llega usted y la ve en otra forma. Entonces la predisposición que llevaba, comienza a desaparecer y a medida que uno va recorriéndola le va encontrando su originalidad y valor humano.

Problema infantil

            La gente es noble pero aletargada. Da la impresión de que poco a poco se está ahogando en el conformismo y la quietud.

            Al lado de los obreros, decenas de niños pasan el día viendo trabajar. Por cada persona que mueve una pala o un martillo, fácilmente se pueden contar de tres a cinco pequeños espectadores.

            En los barrios de invasión se sientan en los escalones de las puertas de las casas y se quedan horas enteras rascándose la barriga y chupando caña de azúcar.

            Por dondequiera que se camine, las nubes de muchachas que se botan al paso, son exageradas… Pequeños y tripones, con ombligos prominentes y ojos brillantes, corre detrás de uno tropezándose entre las piedras.

            La población infantil, desmedidamente grande, es uno de los mayores problemas del puerto, porque carece de escuelas suficientes, de aculturación, de disciplina familiar, de la más mínima noción de responsabilidad.

            El 46 por ciento de los habitantes de Buenaventura son menores de 15 años que crecen en un ambiente de promiscuidad, causada por el hacinamiento de viviendas e inestabilidad familiar, demarcada por la unión libre. Estos factores determinan el gran lastre que debe soportar la familia porteña.

Hogar sin autoridad

            Los pequeños, que desde cuando aprenden a caminar se “independizan” del hogar, tienen la imagen de sus padres, irresponsables en la mayoría de los casos. La madre es elemento medianamente estable, que sostiene el peso de la familia. La dependencia del joven para con esa familia es mínima. Su educación es más emocional que moral. Ven en el hogar algo que les proporciona los medios para vegetar, pero no tienen con él otro vínculo, ni conocen alguna autoridad.

            Según los estudios adelantados en la zona en los últimos años, el 71 por ciento de la población es dependiente. Esto indica que cada persona, además de sostenerse, debe velar por tres más.

            El grado de nacimientos ilegítimos de la población del puerto es el más alto de Colombia. Mientras en todo el país se estima en 22 por ciento, allí alcanza la proporción de 65.

Las llamas: obsesión

            En el habitante de Buenaventura se encuentra una obsesión por el incendio y la enfermedad. El puerto es el mejor alimento a las llamas a causa de los materiales de las viviendas, construidas en cerca de 60 por ciento con maderas resecas, sin ninguna seguridad.

            En ella solamente cinco de cada cien niños son sanos. El 95 y medio de los adultos y el 93 por ciento de los niños están parasitados. Las enfermedades venéreas constituyen un grave problema de salud pública. El 25 por ciento de los adultos “tiene serología positiva para el Reiter”.

Población anfibia

            La ciudad está formada por una silla y una zona en tierra firme. “La nueva ciudad”, levantada en el continente, ha sido construida con planes de institutos descentralizados del gobierno, que desde hace cuatro años dirigen toda su acción para mejorar las tremendas condiciones en que vive la gente.

            Sin embargo, hay resistencia a marcharse al continente alejándose del mar, puesto que los tugurios viven de él.

            Estudiando los últimos planes en este campo, sociólogos vallecaucanos han encontrado esta falla: la población “anfibia” no quiere retirarse de las costas, sobre las cuales constituyen barrios grandes de casas cuyo piso se levanta a unos dos metros del suelo.

            Debajo hay una capa de barro de unos 40 centímetros que en las mañanas, cuando la marea está baja (cada 24 horas), despide un olor penetrante a salobre marino, a desperdicios, a excrementos, al ritmo que avanza la evaporación.

            Las gentes “no conocen” la leche. Su desayuno es un pedazo de caña de azúcar que durante el día no abandonará la boca.

            Las condiciones de salubridad son aterradoras. Hay 24 horas para lanzar al barro todos los residuos humanos. Luego vendrá el mar y se los llevará.

La trampa

            En las noches los barrios de invasión parecen pesebres, con cientos de velas titilantes que se encienden sobre las seis de la tarde, con miedo porque una chispa puede hacer que las llamas aparezcan.

            Hay temor para cocinar y velar a los muertos: el incendio permanece agazapado detrás de cada puerta.

            Por razón del tipo de construcciones, el piso de las calles está hecho de tablas viejas, mal colocadas, que corren a la altura de los pisos de las casas. Es decir, a unos dos metros sobre el suelo del barro maloliente.

            Allí los accidentes suceden con bastante frecuencia porque los viejos y niños, especialmente, caen al hueco y se muelen los huesos cada día.

            No es difícil ver un alto porcentaje de pequeños con las caras cicatrizadas o viejos echados en camas pobres con las extremidades vendadas.

            “Ya vino a retratarnos, blanco… Váyase de aquí, no se burle de la pobreza. Este barrio no es suyo, jediondo…”, dicen los ancianos en aquellos laberintos de palos grises y “calles” por las cuales hay que tener equilibrio de maromero para caminar.

Blasfemia

            El drama de la miseria, del miedo a las llamas y del castigo que representa la llegada de un día más para alimentar a ocho, diez, trece bocas, se nota en esos cientos de tugurios donde, en las mañanas, las mujeres vociferantes apalean a los hijos y blasfeman con ira incontenible.

            “Ah, qué lindo. Ya vino este carajo a retratarnos para mostrar a los negros de Buenaventura como salvajes… Vete de aquí, so hijo…”

            Son hogares descompuestos por esa miseria que no da tiempo para sonreír.

            En general, en la ciudad viven en promedio de ocho personas por casa. En aquellos tugurios anfibios que moran sobre las aguas sucias y convulsionadas de esta Venecia de hambre, el problema es, desde luego, mayor.

            En una pieza duerme, cocina, vive toda una familia. Desde el incesto hasta el flagelo de los pequeños hijos, cuando piden comida, tienen lugar detrás de esas paredes astilladas por el sol.

Educación “corta”

            Buenaventura tiene la tasa de mortalidad más alta de Colombia. El parasitismo intestinal, la desnutrición y la tuberculosis son las causas principales. Hablar de desnutrición en este puerto de grandes recursos pesqueros, donde la alimentación tiene el costo de meter un anzuelo al agua, resulta insólito.

            Pero por la “corta” educación, la gente no sabe usarlos. Esta falta de cultura se aprecia también en un aspecto de la salubridad: sólo 13 por ciento de la población consulta a los médicos, con el agravante de que el servicio gratuito no es deficiente.

            Con este marco crece Buenaventura a un ritmo desmedido. La ciudad presenta también el índice de crecimiento más grande del país. Su población se duplica cada 10 niños, dejando visiblemente atrás los servicios, aumentando la desocupación, la delincuencia juvenil, la prostitución que generan los barrios paupérrimos.

Mil millones

            Buenaventura producirá a la nación este año por concepto de impuestos aduaneros 1.000 millones de pesos. Sin embargo, aún en los barrios de miseria la gente afronta otro drama: el del agua potable.

            Las casas que no tienen tanques para recoger aguas lluvias se ven abocadas al dilema de acarrear el líquido en peroles, varios kilómetros de distancia.

            El control al pequeño contrabando es violento en la ciudad, donde no se consigue un paquete de cigarrillos americanos. En contraste, el tráfico voluminoso e ilícito adquiere grandes proporciones, como en todos los puntos fronterizos del país.

            El aspecto del contrabando, cuya lucha se justifica decomisando una caja de galletas al desharrapado que necesita vivir de ella, mientras cientos de toneladas anuales salen del terminal marítimo clandestinamente, no es nuevo. Se trata de la vieja historia que no vale la pena destacar porque todo el país la conoce, pero que prevalece al amparo de las poderosas mafias que ocultan su actividad tras grandes fajos de billetes y balas de ametralladora.

Vía trasandina

            Teniendo en cuenta estos aspectos y los grandes problemas socio-demográficos que afectan a la población, el gobierno ha entrado de lleno en los últimos cuatro años a buscar soluciones de fondo que por lo menos mitiguen las múltiples necesidades.

            Se están adelantando en la zona obras de gran magnitud, como la carretera que une al puerto con Cali, considerada la vía trasandina más importante de la América del Sur.

            Los trabajos han alcanzado proporciones extraordinarias. De una parte, se lucha contra las grandes montañas de roca maciza y se construyen, simultáneamente, siete túneles de gran longitud.

Robo al mar

            En la isla, la empresa Puertos de Colombia, que ha logrado grandes desarrollos en bien de la población, emprendió hace tres años una obra gigantesca que hoy cobra realidad.

            Trabajando sin descanso, a través de una tubería gigantesca que atraviesa la isla, se bombearon seis millones de metros cúbicos de tierra y agua, gracias a los cuales se le ha robado hoy al mar 80 hectáreas de terreno más firme que la tierra firme.

            Las instalaciones del terminal son las más modernas del país, con amplias bodegas, silos y obras petroleras que reemplazaron a las anteriores, derruidas e insuficientes.

Electrificación

            Así mismo, se han electrificado 41 barrios populares. Para adelantar un programa de remodelación urbana, la nación cedió a principios de este año 10 millones de pesos. Este plan comprende alcantarillado, luz y servicios, inicialmente en un vasto sector de la población.

            Hoy se han arreglado 25 kilómetros de calles, mientras la primera etapa de este desarrollo ha alcanzado la suma de cuatro millones de pesos.

            Sin embargo, el hombre común no cree en nada. Hay un gran escepticismo dentro de la población, reacia a aceptar esta realidad contundente.

*SOBRE EL AUTOR. Germán Castro Caycedo es una de las estrellas más popentes en la historia del periodismo colombiano. Un ícono del oficio. Nació en Zipaquirá en 1940. Es el gran maestro en el manejo del testimonio. Ha investigado la realidad humana y geográfica colombianas deste todos los puntos cardinales del país, lo que se refleja con maestría en todos sus libros, sus reportajes escritos y el centenar de docuentales que realizó en su prograga de TV “Enviado especial” –uno de los de mayor audiencia en todos los tiempos–, con el que por primera vez sacó las cámaras de los estudios y se las llevó a lomo de mula a recorrer las entrañas de un país amargo, deslumbrante, apabullante y desconopcido. Inició su carrera en el diario La República, luego pasó durante diez años por El Tiemnpo y a continuación ingreso a la vieja RTI Televisión, desde donde marcó el punto más alto de la reportería nacional con su “Enviado especial”. Es autor de cerca de 30 libros, todos best sellers en muchos países y en varios idiomas. A la edad de 78 años continúa investigando y escribiendo co la misma intensidad, independencia, coraje y brillantez de siempre. El reportaje que reproducimos aquí fue publicado en El Tiempo, en 1969.