Bloqueo, luego existo

12 Junio, 2021

Por CÉSAR TORRES

Las primeras líneas y la gente que está en los puntos de bloqueo no han negociado nada. Ni el Gobierno nacional quiere escucharla, ni ella quiere hablar para negociar, según parece. Si uno lee con respeto los comunicados que firman las primeras líneas, ellas han presentado un "pliego de garantías", no de peticiones. En algún comunicado dijeron claramente que no hay negociación.

Quienes hemos sido formados en el axioma de que “todo conflicto termina en una mesa de negociación” no podemos entender cómo esta juventud no ha dicho qué quiere que le den para levantar ya sus protestas, fiestas y bloqueos.

Ella no está haciendo un paro negociable.  Entonces, ¿qué es lo que es?

Es un choque, un tumulto, del que parece estar naciendo una nueva relación de fuerza que luego se puede plasmar en un decreto como el que expidió la Alcaldía de Cali, posteriormente desconocido por el Gobierno nacional.

Esto es un estallido que impone el reconocimiento de un nuevo actor social: el pobrerío, el montón anónimo que sufre calladito y mil veces resignado. Ese actor son las personas que siempre son abusadas y que, cuando han levantado la voz, las cascan sin compasión ni lástima.

Ese protagonista nuevo está hecho con las personas que se rebotaron sin cita previa, sin convocatoria y sin jefes. Cerraron vías, demostraron que pueden desabastecer los grandes núcleos urbanos y tirarse el centro de la economía que es el comercio internacional.

No salió a cañar con un plieguito de peticiones del que pretenda lograr un número determinado de beneficios o prebendas. No está presentando una lista de mercado para paliar su necesidades básicas, insatisfechas desde hace diez generaciones. No salió para pavimentarle el camino a candidato alguno. Nada, de eso nada.

Salió a mostrar que existe. Su obstinada presencia en las calles nos grita que sí, que es montón anónimo pero que esta vez no sufrirá callado y que no va a resignarse otra vez ni para siempre. Que no lo van a calmar reconociéndole la ciudadanía.  Que no lo van a dirigir los que creen que sí saben porque ya han estudiado todas las posibilidades, ni los que dictan cátedra acerca de cómo se comporta el dicho pobrerío levantisco en estos días. 

Los hombres y mujeres que hacen parte del montón, de la muchedumbre airada, andan sueltos en la calle. Taponan entradas y salidas, ejercen autoridad y se enfrentan a la policía y a la gente de bien que resultó narca y paraca, como cierto expresidente. Y de la calle no los han sacado ni a bala.

Han atascado las ciudades y nos han dejado expuestos y en pelotas. La parálisis de la vida cotidiana nos ha dejado a todas sin ropajes ni imposturas.

Desnudaron, sobre todo, su propia existencia. Van quitando poco a poco la verborragia que se había construido sobre ellas y ellos que los narra como ñeros, chirretes, gente despreciable. Mostraron que no, que son gente. Gente. Hombres y mujeres que se levantan cada día a mirar cómo van a vivirlo sin perecer en el intento: audaces de la calle, fuertes del lomo, profesionales,  población desempleada, ingenieros del rebusque y cazadores de la oportunidad, estudiantes, trabajadores, dueñas de negocio, aseadoras, gente que limpia la basura ajena, las vecis y los vecis.

Los que eran nadie,  son multitud y se han tomado las calles con risa, fiesta, fandango, bambuco, bembé y batucada. Y, cuando se ha ofrecido, esta gente sin fierros, sin explosivos menores ni mayores, han detenido ataques hechos con las más modernas, letales y costosas armas anti-motines.  

Esta multitud que hoy tiene al país medio paralizado, señoras y señores, ha mostrado, además, la utilidad de sus saberes. Analiza cómo viene el día, cómo se despliegan o se encierran las fuerzas que la quieren callar y sacar de las calles. Y esa multitud que vive en cada punto, en cada punto toma decisiones para el día, para la hora, para el instante. Ahí, en cada momento, esas personas sacan a relucir el conocimiento acumulado en sus cuerpos, que han sobrevivido a todas las violencias, incluso a las propias.

Uno las ve en medio del avance o el repliegue en la pedrea y reconoce esa manera de correr muy doblado hacia adelante, agachadas para no dar papaya de cuerpo entero, flexionadas las piernas que parecen dispuestas a saltar, golpear, evadir el golpe ajeno, lanzar, agacharse y seguir corriendo. Ahora sabemos que ese saber atesorado ha sido la clave para sobrevivir y resistir y avanzar de a pocos. Cuando la policía o los camisas blancas sobrepasan todos los límites previsibles, cuando barbarie es mucha o cuando alguien de la multitud se despista o se confía demasiado, lleva. Y aprenden.

Discuten, conversan, acuerdan. Estos seres humanos hablan y hablan y hablan entre la multitud. Y saben ser enfáticos, estéticos y didácticos cuando lo hacen con o sin capucha. Como lo fue el joven que se negó a darle la mano a cierto secretario de gobierno –un tonto en convers que quería fungir de Antanas Mockus–  porque, “la real, usted no se la merece”. O la mujer de primera línea que –acosada por un periodista atolondrado con las exigencias propagandísticas del uribismo de su canal–  se limitó a presentarle un recuento rápido y exacto de las tantas agresiones que han sufrido por parte de “Escuadrones de la muerte, mal llamados ESMAD, ¿si entiende?”

No sé si quieran negociar algo algún día. Creo que quieren ser escuchados, quieren que se escuche su grito para que les hagan caso, para que la relación de poder cambie, para que la ecuación social tenga otro resultado.