Ante un crimen de Estado, el ministro se muere de la pena

29 Septiembre, 2020

Por GERMÁN NAVAS TALERO Y PABLO CEBALLOS NAVAS

Por vándalo se dice a una persona que “comete acciones propias de gente salvaje y destructiva”. Por salvaje se entiende “primitivo y no civilizado” y “falto de educación o ajeno a las normas sociales” e incluso “de una situación o actitud que no está controlada o dominada”. Sin embargo, lo que muchos periodistas desconocen es la etimología del término vándalo, que proviene del latín tardío vandălus y que hace referencia a un pueblo que habitó desde el siglo III D.C. hasta el VI D.C. en el centro de Europa, quienes se hicieron con el control de Roma a través de la fuerza, como era costumbre en ese momento -una guerra-.

El obispo de Blois, Henri Grégoire, acuñó el uso de la palabra vandalismo para referirse al hurto de obras de arte y valiosas posesiones de la Iglesia, las cuales habían sido adquiridas con recursos provenientes de las enormes licencias que tenía la Iglesia Católica durante el régimen monárquico. En los desmanes de la manifestación pacífica de los últimos días, parece que algunos de los marchistas se apoderaron de algunas libras de algodón de azúcar, pandeyucas de vitrina y aguacates de la esquina. La molestia por los privilegios y concesiones al clero y a la institución religiosa fue de tal magnitud que llegó a ser discutida en los Estados Generales de mayo de 1789 luego de la publicación de los cahiers de doléances –cuadernos de quejas-. Grégoire, no obstante, era promotor de la causa revolucionaria, pero rechazaba estas actuaciones derivadas del descontento social y las profundas inequidades del reino francés. Era una especie de Fajardo.

Ahora, aquí la propuesta surgió por el desencanto de la sociedad cuando ven que a un estudiante de derecho lo torturan hasta matarlo y el señor Presidente, no mandatario porque no manda, hizo mutis por el foro como en los teatros y le pareció que a eso no había que darle importancia, y lo mismo hizo MinSherlock. Actitud que enardeció al pueblo y surgió un acto espontáneo de ira colectiva donde los que protestan se contaminan de los otros que protestan -sería buena una lectura de La Psicología de las masas para nuestros gobernantes-. Esos psicólogos de micrófono deben entender que es razonable la reacción de la ciudadanía luego de ser testigos de una injusticia y, por ende, víctimas.

Por otra parte, la palabra bárbaro -término también de uso frecuente de gobernantes y periodistas sin título y con él- se remonta a la Antigua Grecia, donde se utilizaba para referirse a quienes no habitaban en la ciudad o no hablaban griego. Algunos lingüistas señalan que la palabra bárbaro, en su pronunciación original βάρβάρος, era una imitación que los griegos hacían de la voz de los extranjeros. Aquí es cuando nosotros, para ser buenos ciudadanos en la concepción del Gobierno, tendríamos que hacernos los griegos y cerrar el pico.

Años después, los romanos adoptaron esta expresión para nombrar a quienes no eran de su imperio. En la concepción actual, el que no es de la oligarquía es un “guache” bárbaro. Ahora bien, los academistas consideran como bárbaro “una persona de alguno de los pueblos que desde el siglo V invadieron el Imperio romano y se fueron extendiendo por la mayor parte de Europa.” Los bárbaros no siempre fueron “malos” -o si no, qué opinan ustedes de Barbra Streisand-, se conocen algunas referencias en la literatura antigua donde se les reconoce su amor, generosidad y compasión, no obstante, con el pasar de los siglos la palabra ha tomado otros significados no muy halagadores. La institución encargada de organizar nuestra lengua ha reconocido otras seis definiciones de bárbaro, aquí señalamos las de uso más frecuente en Colombia: “fiero, cruel”; “inculto, grosero, tosco.” Aunque en ocasiones, acá se diga ¡hombre, qué bárbaro le quedó el asado! Sin embargo, en países como Argentina y España la palabra bárbaro es sinónimo de grandioso; sorpresivo; extraordinario y excelente. Uno de esos detalles que hace la lengua castellana generosa y emocionante.

En el mundo del espejo, que bien podría ser Polombia, la derecha está a la izquierda y la izquierda en la derecha. Tan no es equívoca nuestra apreciación que miren ustedes a Fajardo diciendo que es de izquierda y se sitúa en la derecha. Parece un juego de palabras, pero en Colombia todo es un juego de palabras. Así pues, que cuando alguien le diga que es de izquierda, pregúntele ¿es de izquierda mirándose al espejo, o de izquierda de verdad?

Ahora que está tan de moda lo de derecha o izquierda, cuando alguien hace algo que a los de la derecha de verdad no les gusta, le ponen el alias de vándalo, lenguaje de uso recurrente en los periodistas improvisados cuyo vocabulario se reduce a la palabra de moda. Ahora todo aquel que protesta por x o y razón se le llama vándalo. Pasa con este término lo que pasó con los terroristas, para esos periodistas quien atacara al sistema o al status quo era terrorista, definición propia de Bush pero no del Código Penal. Cuando los estudiantes salen a marchar al tiempo con los trabajadores, los desempleados y los sectores más vulnerados, protestando por lo que pasa en el país y por los abusos de la fuerza pública y surge algún desorden, inmediatamente le acuñan el término de vándalo. Pero es raro, muchas veces los así apodados estaban momentos antes con los robocops del ESMAD y entonces uno se pregunta ¿el vándalo es fabricación del robocop o resultado del descontento social? No nos lo han podido explicar, porque quienes muchas veces hemos estado del lado de los manifestantes -porque a eso tenemos derecho- hemos captado sin mucho esfuerzo que casi siempre el jaleo comienza en el sitio donde están los robocops. Extraña coincidencia, no apostamos ni a uno ni a otro.

Según Sherlock Trujillo, alias MinDefensa, son los vándalos los que causan toda forma de problemas. Nos preguntamos con la inocencia que nos caracteriza si efectivamente fueran vándalos los que rompen los vidrios ¿eso permite que en Colombia se aplique la pena de muerte? Porque el MinTrujillo dice que no, que esa gente quién sabe de qué moriría, que está muerto de la pena pero que no fueron desmanes de la fuerza pública. La Corte le dice que pida excusas y él dice que no porque ya está muerto de la pena. Sobre esto de la sentencia de la Corte, en su Sala Civil -porque por fortuna no hay sala militar-, al desacatador oficial, perdón, al hombre orquesta, perdón, al Preduque le parece que es cosa de poca importancia, no se pronuncia en serio, está dedicado a lo que él sabe, no olviden que él es el hombre orquesta, él toca guitarra; canta; hace veintiunas y tira dulces. Preocupadísimo por lo que pasa en la fiesta de Venezuela y como el “man de las ballenas”, o sea, el zurdo de la derecha, mirando para otro lado, porque no se puede negar -y así lo dirá la historia- que fue un presidente que obedeció pero que nunca presidió.

Señores incomunicadores, no todo el que reclama es un vándalo. Sírvanse explicárselo a sus patrones, los dueños de los medios. La huelga es un derecho, no un delito. La protesta es un derecho, no un delito. A quien comete un delito se le envía por intermedio de un juez a la cárcel, no a un cementerio. La fuerza pública se instituyó para defender al ciudadano, no para atacarlo.

Históricamente los vándalos eran pueblos que andaban por Europa enfrentándose a los que se creían civilizados y no aceptaban el dominio del imperio. Y no nos referimos al imperio que ahora conocemos, sino al Imperio de los romanos, que si bien es cierto no tenían un Trump, sí tenían tipos tan chirriados como Calígula y Nerón.

Sería bueno que el desacatador se bajara de su nube de poder y efectivamente, junto con su MinGuerra, le ofrecieran excusas al pueblo colombiano por los maltratos de que fue víctima la ciudadanía inerme ante los disparos oficiales.

Y ahora en pandemia nos hemos dado cuenta de que no fue solo Esopo quien hizo hablar a los animales, también fueron la televisión y el radio.